Después nos interrumpe una llamada, por lo que me despido de él y me dirijo al despacho de las gemelas. Alargo la mano para girar el pomo de la puerta, y en ese preciso instante, esta se abre para permitirle el paso a un hombre.

Ser consciente de la presencia física de Gael hace que me tambalee y tenga que apoyarme en la pared de enfrente, pero logro engañar a mi subconsciente haciéndole cree que ha sido por la sorpresa de casi chocarme con él. Sostengo su mirada sintiéndome miserablemente estúpida, inquieta y fuera de lugar, y al mismo tiempo sucede algo tan insólito con mi cuerpo que no logro ponerle palabras.

Es como si hubiera estado toda una vida aguantando la respiración, o nadando en aguas pantanosas sin posibilidad de tomar aliento, y de repente mis pulmones hubieran vuelto a alojar el aire que necesitan. No sé cómo ha de sentirse una persona tras un trasplante de corazón, pero me da la sensación de que a mí acaban de devolverme el mío.

Asustada por si mi expresión logra exteriorizarlo, me protejo haciéndole un desaire a la buena educación.

—¿Por qué me mirabas fijamente en la reunión? —le pregunto, con los puños crispados—. ¿Era una especie de reclamo?

—Te miraba porque no podía no mirarte —contesta solamente, dejándome boquiabierta

Os estaréis preguntando cómo se puede tener tanta cara... O quizá no, y estáis tan sorprendidos que no podéis hablar.

—Estoy segura de que tiene suficiente dominio sobre sus actos para hacer lo que le conviene, Romano.

—¿Y ha vuelto de sus vacaciones para clarificar que me conviene no mirarla, Viel? —pregunta, ladeando la cabeza. El movimiento hace que le caiga un mechón de pelo negro sobre los ojos. Las puntas de mis dedos hormiguean de manera bochornosa.

«Apártaselo, Lulú...»

—No he vuelto con ningún objetivo en especial, salvo volver a ponerme a trabajar. Pero supongo que no era una pregunta abierta para darte una explicación, ¿no? Tú nunca las pides porque te importa bien poco.

—No acostumbro a pedirlas porque luego me veo en la tesitura de darlas. Y de todos modos, que no pregunte no significa que no me importe; simplemente respeto tu intimidad y tus motivos. Cuando decidas compartirlos conmigo satisfaré mi curiosidad.

—Así que es simple curiosidad.

Gael se queda en silencio. No porque no sepa lo que decir —o al menos esa es la sensación que me da—, sino porque no está seguro de que deba responder lo que está pensando.

—Me alegra que estés bien —dice, antes de pasar por mi lado.

Pero no se me escapa el brillo decepcionado de sus ojos al entornarlos, como si por convertirlos en el borde de un cuchillo fuera a evitar el destello de su filo. Y eso hace que me sienta mal conmigo misma y me odie por no haberle abrazado, dado el pésame y ofrecido para lo que necesitara. Por eso voy detrás de él y me cuelo bajo su brazo cuando está a punto de cerrar la puerta de su despacho.

—Siento mucho la pérdida —le digo, antes de que despegue los labios.

Él ni se inmuta: permanece inmóvil delante de mí, como el increíble David de Miguel Ángel. Solo que, en lugar de llevar la honda en el hombro, blande lo más parecido al arco de Cupido. Y yo soy de nuevo ensartada con su mirada directa, oscura y expresiva de una manera turbadora.

Uno acaba aprendiendo a descifrar el secreto que le quita el sueño.

—¿Por qué no me lo dijiste? —continúo, en voz baja. Él se acerca. No a mí, sino a la mesa; pero el hecho de comerse mi espacio hace que mi corazón aletee furiosamente. Observo que deja la carpeta y la libreta de notas sobre el escritorio con su clásica parsimonia—. ¿Por qué?

Mi mayor inspiraciónWhere stories live. Discover now