»Nathalie estaba especializándose en su materia haciendo el segundo doctorado, así que no tenía demasiado tiempo para dedicarme. Estábamos casados, estábamos bien... Por eso se centró en otros aspectos de su vida. El distanciamiento fue inevitable, incluso a pesar de que intenté por todos los medios seguir a su lado sin acapararla.

Gael hace una breve pausa para beber agua, y yo aprovecho ese momento para desmenuzar la información. Fueron muy felices... Fueron. En pasado.

¿Tendría que sentarme mal imaginarlo abrazado a otra mujer? Porque no puedo hacerlo. La imagen mental que me he formado de Nathalie —quien en mi imaginación es altísima, rubísima e inteligentísima; así son los estereotipos— haciéndole reír no me duele por celos, o por posesión. De hecho, instala una cálida sensación de alegría en mi pecho. Si hubo un tiempo en que Gael fue feliz, en el que tal y como él ha dicho, era alguien completamente distinto, no puedo sino celebrarlo. Celebrarlo genuinamente y esperar con el corazón en la mano a que pueda volver a sus orígenes.

—El doctorado le hacía muy feliz. Estaba todo el día hablando de ello, de las personas que conocía, de lo mucho que le fascinaba el trabajo... Tan centrada llegó a estar que se pasaba la noche en la biblioteca de la universidad, adelantando trabajo para poder llevárselo a su profesor al día siguiente. Yo me sentía desplazado, pero lo comprendía y confiaba en ella, así que nuestra relación siguió adelante. Tanto así que se quedó embarazada.

No logro asimilar la noticia de primeras, y no porque me impacte relacionar la figura de Gael con la de un padre de familia, sino por la posibilidad de que exista un niño en todo esto. De que no solo haya engañado a Nathalie —si es que había algo que engañar y no ha mentido al decir que no está casado—, sino también a un hijo.

—Estábamos muy ilusionados. Bueno... —Se mira las manos—. Admito que yo lo pasaba mal porque no estaba seguro de estar preparado, pero en el fondo quería a ese niño, y la alegría de Nathalie era contagiosa. Nunca he conocido a nadie tan entusiasmado con la idea de traer una criatura al mundo como a ella. No dejaba de quejarse de que el doctorado le cansaba, y el propio médico le recomendó que se tomara unos meses tranquila. Yo la animé a dejar los estudios por un tiempo, por lo menos hasta que naciera el niño, y luego lo retomase si quería. Al final me hizo caso, y todo fue bien. Todo fue maravillosamente bien. Perfecto —insiste, sin voz.

»Pero el niño nació muerto. Se unió la insuficiencia cervical con unas anormalidades de la placenta, y... Murió antes de ver el mundo.

—Gael... —jadeo, parpadeando para contener las lágrimas.

—Mi reacción fue la de cualquier padre. No entendía cómo había podido pasar, por muchas veces que repitieran cuál fue el problema. Me costaba asumir que todo lo que habíamos preparado acababa de irse al garete. La cuna, el carrito, la habitación... Y por supuesto, la ilusión compartida de serlo todo para alguien. Sufrí durante muchísimo tiempo —confiesa, en voz baja—. Hoy día me pregunto cómo sería si no se hubiera complicado, si tendría mis ojos, o los ojos de su madre... Qué cuentos serían sus preferidos, si sería yo el que le daría todos los caprichos, o sería su madre a la que acudiría con cualquier pretexto. No sirve de nada planteárselo, lo sé, pero él sigue aquí dentro, no puedo evitarlo. Me tortura el condicional, el qué habría sido si... Y aun así, yo no lo pasé ni la mitad de mal que ella.

»Nathe se sumió en una depresión muy grave. No salía de la cama, no comía, no quería ni verme. Recuerdo oírla llorando al otro lado de la pared, sin poder hacer nada, como una de las peores situaciones de mi vida. Estaba tan impotente, que creo que así fue como se fue cociendo mi silencio, mi habilidad para callar. Porque no podía hacer nada. Y eso no fue lo peor, porque cuando pudo levantarse, no volvió a ser la misma. Me odiaba.

Mi mayor inspiraciónWhere stories live. Discover now