―En eso tienes razón― Newt meditó un momento, mirando su taza. El resto de esa tarde de domingo pasó sin más que recordar ya que hablaron de otras cosas.

Thomas Lamarck dio su último respiro la noche del 14 de septiembre de 1917. Según los sanadores del hospital de San Mungo, el cuerpo del señor Lamarck estaba muy débil y esa gripe fue la gota que rebalsó el vaso. Hacía bastante tiempo que llevaba muchas penas dentro de sí mismo y eso no pudo soportarlo. Su funeral fue al día siguiente de su muerte.

Newt y Tánica pidieron el día libre en el Ministerio para asistir. A pesar de ser un hechicero, magizoólogo de corazón, el señor Lamarck creía en la otra vida. No era católico, judío o de alguna religión. Sólo creía que si moría, debía de despertar en otro lado, un lugar mejor o algo así. Era lo que le parecía más lógico. Fue enterrado en el cementerio de Londres, en el sector que era para los magos. La única familia que le quedaba al viejo era su hija así que no asistieron demasiadas personas. Viejos amigos del hombre y algunos colegas. Luego de presentar sus respetos a la hija del difunto, todos se fueron sin mucho más que decir. Sólo quedaron ellos dos, mirando la lápida del señor Lamarck, sin atreverse a romper el silencio.

―Es hora de irnos― le dijo Newt, poniéndole la mano en el hombro a su amiga.

―Es hora de irnos― repitió ella. Se la veía tranquila, había estado llorando durante toda la ceremonia, pero se mantenía en sus cabales. Newt sólo pensó que ella estaba tratando de mantenerse fuerte, testaruda al igual que su padre. Ambos se aparecieron en la entrada de la gran casa de los Lamarck.

―Es increíble que ahora esta terrible casa sea sólo mía― comentó ella, mirando el umbral de su puerta como si fuera la primera vez que la veía ―. Ven, vayamos a tomar algo de té, Newt.

―Claro, vamos.

Entraron a la casa, pero ella no encendió las luces ni corrió las cortinas, por lo que dentro era como caminar en medio de una extraña penumbra. Él se sentó en la mesa principal mientras Tánica ponía agua a calentar en el fuego de la chimenea, el cuál proyectaba algunas sombras con su incandescente luz.

―Siempre me haces té cuando vengo― le comentó Newt, cuando ella se acercó con la tetera y dos tazas en una bandeja.

―Costumbre familiar― dijo ella, sonriendo ―. Papá siempre me hacía té cuando estaba enferma o cuando estaba triste. Según él, el té es una de las infusiones más mágicas que la magia misma.

―Él era un buen hombre― agregó Newt, mientras ella llenaba las tazas con agua caliente. Por el aroma que llenó el ambiente, él supo que era té de manzana.

― Hablemos de otra cosa, no creo que mi papá hubiera querido que nos sentáramos en la penumbra a llorar su pérdida ―. Tánica recorrió la sala con los ojos ―. Ya me lo imagino diciéndote "¡Sabandija! ¡Ponte a trabajar! ¡No te distraigas, qué lento eres!"

Newt se rió con ganas ante la imitación de su amiga y ella sonrió un poco. Era la primera vez en el día que la veía sonreír.

― Será una lástima que no llegáramos a hacer ese viaje que tanto planeábamos ― murmuró el muchacho.

―No digas eso, Newt. Aún puedes seguir dedicándote a las criaturas mágicas. Puedes avanzar en tu carrera, quizás eso te abra algunas puertas.

―No lo sé― dudó él ―. No muchos confían en alguien tan joven que haya sido expulsado de Hogwarts. Además, tengo a alguien de alto nivel que me odia, creo que me será difícil ascender.

― ¿Hablas de Raim Daio? ¡Pero si es un idiota! Se cree mucho sólo porque se casó con una chica de la familia Lestrange, pero si tú te esfuerzas, sé que puedes ascender. Sólo llevará tiempo.

Crónicas de un Magizoólogo - Libro I (Trilogía Orígenes)Where stories live. Discover now