CAPÍTULO 9

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Ahí me ha pillado. Lo que es probarla, no la he probado, pero... Es que no me hace ninguna gracia. ¿Pescado crudo? A lo mejor ese tipo de comidas le van a la élite, a las modelos y otros ricachones, pero yo soy bastante más sencilla.

—No, pero, ¿tú qué ibas a saber de si lo había probado o no? ¿Y si lo había probado y no me había gustado? ¿Y si resultaba ser alérgica?

—Si se hubiera dado el caso habríamos ido a otro sitio, pero por suerte he acertado —contesta, sin alterarse. Me tiende la mano—. Uno no sabe si algo le gusta o no hasta que lo prueba. Por eso hay que probarlo todo.

Procurad no tomaros eso como una indirecta, porque estoy haciendo el esfuerzo de no llevármelo a mi terreno.

—Hay cosas que se sabe que no van a gustar desde el principio. Tú mismo lo dijiste cuando leías los manuscritos que te mandaban.

—Con los libros es diferente. Vamos, anda. Haré que te guste el sushi.

No dudo que podría hacer que probara el canibalismo y lo encontrase refrescante, pero no es justo que pueda convencerme tan rápido de cualquier cosa.

Lamentando mi debilidad, acepto su ofrecimiento y dejo que me conduzca al interior de un local repleto de farolillos en blanco, beige y azul marino; paredes en tonos oscuros y ejemplos de kimonos cuelgan a modo de decoración. Gael frena delante de la barra, donde intercambia unas palabras con la encargada, y luego me lleva a una de las mesas del fondo. Cruzamos una especie de biombo, desplazándonos a la zona tranquila del restaurante. Tomo asiento frente a él y sin saber muy bien cómo proceder, observo en silencio con qué despreocupación toma la carta y la ojea. Cosa sorprendente por varios motivos: primero, la discusión de ayer no sonó inofensiva. Estoy segura de que cualquier otra persona estaría mordiéndose las uñas por dentro, a no ser... que haya resuelto el problema mientras me preparaba para salir, o mientras discutía algunos asuntos con el promotor de la editorial.

El segundo y último motivo es más desconcertante. A lo mejor a él no le parece que sea para tanto —está a punto de almorzar con una compañera de trabajo, ¿cuál sería el shock?—, pero a mí sí. Es chocante porque meses atrás no habría ido con él ni a la vuelta de la esquina, ni me habría visto capaz de mantener una conversación banal o tranquila. Además de que... en fin, llevo un tiempo sin salir con nadie, y no es como si esto pudiera entrar en la categoría de cita, pero es Gael Romano, el objeto de mi interés actual. Y está guapísimo con el fino jersey de algodón azul con la manga por el codo y las gafas de sol colgando del pico del escote. El grupo de mujeres que tengo detrás debe estar lanzándole miraditas, y también preguntándose que hace un tipo como ese con alguien como yo. O no. La verdad es que el vestido rojo de lunares blancos, además de ser una oda a la cultura española y más concretamente flamenca o gitana, podría acreditarme como la hija que tuvo a los dieciséis por un desliz en la fiesta de fin de curso... de no ser por mi delantera.

Gracias a ella, creerán que soy su hermana, no su creación.

—Lo que sea por tus pensamientos —interviene entonces.

Gael ha perdido todo el interés por la carta, y ahora me mira fijamente con los codos apoyados en la mesa. De mi parte recibe una mueca escéptica.

—Eso es un poco paradójico viniendo de ti. Quieres que te diga lo que pienso cuando sueles saber de antemano qué es gracias a mi expresión fácilmente interpretable.... Y tú, que eres el misterio con patas, nunca me responderías a esa pregunta.

—¿Te he negado alguna vez una contestación?

¿Está de broma? ¿Es que no sabe que os tengo de testigos...? A ver, no, claro que no lo sabe, pero quizá algún día se lo comente para que vaya con preaviso.

Mi mayor inspiraciónTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang