—Me lo creo. Lo que no me creo es que la parte loquita de esa cabeza tuya no esté haciendo elucubraciones sobre cómo volver a cruzarse con él y que parezca un accidente.

—¿De qué estás hablando...? Mejor olvídalo. Prefiero no darle vueltas al tema.

—Cualquiera lo diría cuando llevas toda la semana refrescando su página web —interviene Jacqueline, sentándose a mi lado.

—Déjalo, por favor... Solo quiero saber qué dice sobre mí, ¿vale? En caso de que no me guste, puedo denunciarlo por reseñar mi obra sin mi permiso.

—Y nadie te haría caso, porque desgraciadamente, al poner algo a disposición del público, te expones a toda clase de comentarios... buenos o malos —apostilla Adrienne—. ¿Y por qué querrías denunciarlo? ¿Para que la retirasen?

—Sí —admito—. No me considero tan fuerte para vivir con el peso de otros tantos insultos de su calibre.

—Vivir, ¿con qué? —pregunta Jacqueline, agitando un gel anti-gérmenes—. ¿Sabiendo que hay gente a la que no le gusta tu novela? Lulú, no siempre vas a encantarle a todo el mundo. Es ley de vida. No existe un porcentaje redondo de buenas impresiones, porque siempre habrá algún infeliz que critique y vaya a hacerte daño. Y lo que tienes que hacer frente a ese tipo de personas, es...

—Fingir que no existen —concluye Adrienne.

—No. —Jacques niega dulcemente—. Tienes que tener muy presente que existen. En el fondo no son tan malos. Una crítica constructiva es lo mejor que hay, porque te ayuda a mejorar, y para ello debes ser consciente de que hay quienes las hacen. A los que no hay que prestarles atención es a los que hacen daño por el placer de hacerlo. Y para impedir que te afecte solo has de recordar que hay más gente a la que le gusta tu obra que a la que no. ¿Y acaso no da eso cierto margen?

Jacqueline debe darse cuenta de que diga lo que diga no va a conseguir hacerme cambiar de opinión, porque acaba metiéndose en la trastienda de la floristería con cualquier excusa, dejándome a solas con Non.

El empleo de florista es algo que difícilmente se perderá, pero es cierto que lo que sí escasea en estos últimos tiempos es el cariño verdadero y el romanticismo, y por desgracia, eso afecta al negocio. Aun así, en caso de quedar obsoleto, no serán Jacqueline y Flavie las que tengan que buscarse otro trabajo. Regentan la más famosa, antigua e importante floristería de París, situada en el centro de la ciudad y a unas pocas calles de distancia de la Torre Eiffel, donde muchos son los que se han declarado con un ramo de los que Jacques prepara con todo su amor.

Cuando llegué a la capital francesa y comprendí que no podría vivir solamente de los libros, fue el primer negocio al que eché currículum. Flavie se había quedado embarazada de su primer hijo y necesitaban una persona que se encargarse del servicio de reparto, por lo que me ofrecí enseguida. Así fue cómo conocí a Jacqueline, a su hermana —en principio ausente por el niño— y a su madre, las tres unas mujeres estupendas que automáticamente me hicieron sentir como en casa.

Al ser Jacqueline más cercana a mi edad, congenié mejor y pronto se convirtió en una de mis mejores amigas. A Nina la conocí cuando me vi obligada a compartir piso, y Katia apareció como becaria de la editorial para la que Nina trabajaba de editora gráfica hasta hace apenas unos meses.

En general, no podía quejarme por cómo me había ido el cambio de aires. El pueblecito en las afueras de Toulouse, aunque sería mi hogar sin importar a dónde fuera, siempre se me quedó pequeño. Desde niña tuve la inquietud y la esperanza de viajar por el mundo, conocer nuevas ciudades y codearme con gente distinta, aprender siguiendo mis instintos, sin que mis padres estuvieran ahí para guardarme la espalda. Y por el momento he logrado lo que esperaba. Tengo una amiga a cada cual más diferente, he cumplido mi sueño, voy a visitar Madrid y...

Mi mayor inspiraciónWhere stories live. Discover now