—Yo voy con ustedes —me ofrecí mientras daba unos pasos al frente para hacerme voluntaria—. No quiero quedarme sin hacer nada.

Renato me observó y me asintió sin presión, no se veía contento pero no podía negarme la entrada. Presionó el botón y de inmediato las puertas del elevador se abrieron al mismo tiempo. Funcionaban con normalidad.

El elevador ya lo conocía, era amplio, para que pudieran caber las camillas de los enfermos o un cuerpo en vertical, color plateado y muy cómodo. La música del elevador sonaba dulcemente.

Nos adentramos Renato, Iván y yo y nos giramos a ver a los demás que se veían impacientes por que las puertas se cerraran y nosotros avanzáramos.

Entonces el elevador comenzó a subir.

Pin pon es un muñeco muy guapo y de cartón, se lava la carita con agua y con jabón.

Se desenreda el pelo con peine de marfil, y aunque se dé estirones, no llora ni hace así.

La pequeña canción me recordó mi infancia y por consiguiente sonreí, aunque me era ilógico que esa canción sonara, seguramente para que los niños se tranquilizaran.

Finalmente, las puertas se abrieron, ya habíamos llegado al tercer piso que se suponía debería llegar al estacionamiento. Pero cuando quisimos salir nos detuvieron unas pequeñas líneas de color morado que salían dispersadas por las puertas del elevador.

—Maldita sea, pensaron hasta en el más mínimo detalle —se quejó Renato—, ¿Qué puede ser esto?

Iván se agachó y comenzó a desatarse su zapato izquierdo, se lo quitó y nuevamente se levantó, se acercó a las líneas con el zapato por delante e hizo que éste atravesara las líneas. Su color blanco se convirtió en negro al achicharrarse un poco de la punta. Las pequeñas rayitas habían quemado el zapato.

—Son rayos láser —informó Iván mientras nos veía con sorpresa—, estamos atrapados completamente —soltó.

—¡Demonios! —Gritó Renato y se asomó por las puertas.

—Allá está mi auto —informó y señaló un auto negro seminuevo y sobretodo muy limpio. Se metió las manos a los bolsillos y extrajo el cartucho donde estaban las balas del arma, después lo metió de nuevo y sacó unas llaves con control. Presionó uno de los botones y el auto cerca emitió un sonido de alarma—, por lo menos continúa en función —dijo y nuevamente se guardó las llaves.

—No hay nada que se pueda hacer —dije aceptando la realidad— estamos destinados a mantenernos aquí encerrados.

Renato presionó el botón que cerró las puertas del elevador nuevamente y presionó el botón número 2, aún quedaba un piso más qué explorar. El del hospital, por donde entramos, por donde todo inició.

La música había regresado a la normalidad, ya ninguna canción infantil o de ningún otro tipo con letra invadía la agradable que siempre emitía.

Cuando las puertas nuevamente se abrieron, los rayos nos detuvieron, no sabía si estos se habían activado al cerrar las puertas del elevador, siendo así no íbamos a poder salir nuevamente a la clínica, o dentro de la entrada a los dos cuartos.

Renato negó con la cabeza lentamente, disgustado y apretó el botón para volver a bajar, nadie emitió ninguna palabra al observar la sala de espera del hospital. Hacía unas cuantas horas que estábamos ahí, viendo al gemelo que discutía, la maestra que no aceptó mi ayuda, Johana, la novia de Joel. Todos ellos ahora nos quedaba claro que también les estaban haciendo algo, los tenían acorralados en los cuartos médicos.

Clínica (#2 Hospital)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora