Vida en biblioteca

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(Por: Emmeline)


El día de navidad acabó tan rápido que me dejó con ganas de más; pero a pesar de todo, las vacaciones en Beckendorf no eran tan malas. Sin toda la gente dando vueltas alrededor, mirándote como si fueras a atacarlos o amenazando con arrancarte los ojos, el castillo incluso parecía triste.

Irina me había invitado a dormir en su habitación porque a su compañera de cuarto no parecía importarle que ocupara su lugar mientras ella estaba fuera por vacaciones, pero la señora Cobatt seguía verificándonos así que tuvimos que renunciar al proyecto.

Como solían ser los peores quienes se quedaban, era un tiempo que la Academia intentaba aprovechar para que recuperaran el tiempo perdido.

Se organizaban salas grupales supervisadas por un maestro para estudiar o practicar hechizos.

Irina era, de lejos, la mejor estudiante en cualquier lado, pero haría cualquier cosa para poder practicar con magia. La seguí sin reparos: me encontraba en la misma situación.

Había algo extraño en no poder valerme de la magia cuando quería. Me sentía sola, como si acaba de abrirse un vacío interior. ¿Era así como se sentían los humanos no-mágicos todo el tiempo? ¿Sin poder valerse por sí mismos? ¿Sin algo que hechizar?

El señor Tillery, de Armas, nos dio un lugar apartado y señaló un hechizo al azar. Se suponía que deberíamos manejarlo cuando terminara la práctica. Nos dio los collares y fue a visitar a los demás grupos. Le habíamos demostrado que se nos daba muy bien el curso. En parte porque teníamos talento, y en parte porque si llegaba a oídos de Robson que la hicimos quedar mal, nos hubiera cortado en pedacitos.

Tener el collar era relajante. Me preguntaba si eventualmente uno se acostumbraba a disfrutar de las clases como un niño que soporta toda una comida para poder llegar al postre.

El hechizo que nos había asignado tenía algo que ver con transmutaciones de líquidos, algo que habíamos visto en quinto año en Diringher. Fue la primera vez que las clase de Química con mi madre sirvieron de algo aunque había un par de elementos de los que nunca había oído.

Empezamos a elegir frascos. Yo me incliné por algo de mercurio e Irina se limitó a llenar un vaso con agua y elegir una cuchara de galio.

—¿Crees que hagan algo bueno por año nuevo? —Pregunté mientras jugaba con cápsulas dimensionales, dándole forma al mercurio atrapado en ellas.

—Lo dudo. Es una lástima que ni siquiera dejen venir a las familias esta vez. Va a ser aburridísimo.

—Bueno, un mal inicio de año garantiza que nada podría ir peor después.

—También dudo eso.

Irina calentó el agua y la cuchara de galio se fundió. Vale, ella tenía un punto sobre el aburrimiento.

De repente, un líquido rojizo empezó a desplazar el agua.

Me aparté de un salto. El bromo era terriblemente peligroso incluso contenido en una cápsula dimensional.

—No deberías...

—Calma, está asegurado.

Sin embargo, alcé la mano y luché contra su hechizo para transformarlo todo en plateado. Era mucho más fácil manejar mercurio que bromo.

—Deja de asustarme —logré decir. Ella rodó los ojos.

El resto del día practicamos cosas simples, solo para estar seguras de que todavía las manejábamos.
Cuando nos fuimos de Diringher, Burchett había dejado un poco la transformación humana para pasar a los hechizos en simultáneo.

Con un par de indicaciones del profesor, nos pusimos a repasar la teoría de control de materiales. Según el libro, podías mantener más de dos hechizos a la vez, pero mantenías un mejor control si los materiales que usabas, estaban relacionados, o el tipo de hechizo se adaptaba mejor. Por ejemplo, la levitación se llevaba bien con las ilusiones sensoriales pero no con la combustión ni la transmutación.

A veces era increíble lo avanzado que estaba el estudio de la magia.

Yo elegí una ilusión visual sobre una pequeña escultura de dos bailarines, que quedaron transformados en un libro de tapa roja. Modifiqué dos esculturas más con la misma ilusión.

Irina estaba moldeando esculturas de cera, manteniendo una pequeña bola de fuego para derretir lo que necesitaba mientras su espátula levitaba para deshacerse de lo innecesario. Le gustaban los retos.

Estaba decidiendo incluir la levitación de un objeto liviano como un cuarto hechizo, cuando la espátula cayó sobre el escritorio salpicándome de cera.

—Hey —reclamé— cuidado con...Nina, ¿estás bien?

Irina miraba la espátula con furia. Sus ojos taladraban la estructura de metal que se movía sobre la mesa como si sufriera de epilepsia, pero no conseguía levitar.

—No puedo...

Mi mandíbula cayó.

Incluso yo era capaz de mantener ese hechizo por más de diez minutos.

Sin embargo, la espátula no se elevaba sin que el fuego que mantenía junto a la escultura empezara a extinguirse. Cruzamos una mirada y cambiamos de collares. El resultado fue el mismo. Intenté realizar el hechizo y no tuve ningún problema .
Irina se miró las manos, impotente.

—¿Qué está pasándome?

Tragué saliva. No tenía respuesta para eso.

La señal del vampiro (Igereth #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora