56. Huérfana

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En la habitación de un hospital, una joven lloraba al ser separada de su bebé recién nacido. Lo había dado adopción, pero lo que más le dolía es que era su primer hijo. Su primer bebé, producto de una violación de parte de su padrastro.

-¿Quiere conocer a su hija?- preguntó la enfermera.

La muchacha sacudió la cabeza. No quería ver jamás a esa criatura. No quería saber de su existencia.

-¿Le va a dar un nombre?

-Sí...

Luego de registrar los datos de la bebé, la enfermera se marchó y dejó entrar al hermano menor de la joven.
Terry se plantó junto a su hermana. Él estaba pequeño, y aunque no entendía del todo lo que sucedía, tomó la mano de Miranda para hacerle saber que todo estaría bien, muestras observaba a la enfermera alejándose con su sobrina recién nacida.

-¿Qué pasará con la bebé?- preguntó Terry, inocentemente.

-Tendrá una buena familia. Alguien que pueda mantenerla la adoptará. Será feliz.- susurró Miranda, con la nariz tapada y la voz ronca.

-Miranda. Esa bebé es tu hija. Es mi sobrinita. Nadie la puede cuidar mejor que nosotros. Nadie le puede dar más amor.

-No lo sé, Terry... No quiero criar a una niña que nunca quise. Nunca aprenderé a amarla, es imposible. No existe un amor tan forzado como ese, al menos no a mi parecer.

Terry asintió. Si esa era la elección de su hermana, no podía detenerla.

La bebé fue trasladada ocho días más tarde a un orfanato en Canadá, pues en su país de origen los internados y orfanatos se encontraban demasiado saturados, y los tíos de Miranda habían pagado miles de dólares para alejar a la bebé. Angélica fue enviada a una villa en las montañas, donde muy rara vez algún niño era adoptado.

La pequeña Angélica, vivió dieciocho años y medio en aquel orfanato, entre las burlas de sus compañeros debido a las cosas que decía, como que iba a ser una doctora muy respetada en el futuro, cosa que nadie creía, pues de ese orfanato, muy pocos de los niños terminaban siquiera la escuela secundaria.

Los niños encerraban a Angélica en la biblioteca durante las noches. Ocultaban las llaves de la madre superiora, y ésta no notaba la ausencia de la pequeña hasta la mañana siguiente.

Angélica sufría de insomnio, lo que era causado por su miedo a la oscuridad. Odiaba estar sola en un lugar tan grande y oscuro como la biblioteca. Lo único que le hacía compañía era la luz de la luna, y la nieve que caía todas las noches sin falta. Angélica pasaba la noche en vela, leyendo algún nuevo libro sobre medicina, pensando que en el algún lugar del mundo se encontraba su madre, y tratando de determinar por qué la había abandonado.
Cuando el sol salía, la Madre Superiora entraba a la biblioteca, encontraba a la pequeña niña, dormida sobre un montón de libros.

Llegado un momento, los demás niños del orfanato dejaron de encerrar a Angélica, pues ésta comenzó a pasar las noches ahí, perdida entre los libros y nuevos conocimientos. La Madre Superiora mandó mover la cama de la niña a la biblioteca, pues ahí se encontraba su verdadero refugio, y los únicos amigos que había tenido toda su vida.

Una de las hermanas le preguntó a la mujer:

-¿No será peor tenerla ahí?, necesita socializar con los niños, no quedarse oculta entre libros como si fuera un ratón.

-Mi querida Madeleine- dijo la Madre Superiora, cariñosamente- esa niña no tiene más amigos que sus libros. Ha superado las peores adversidades que le pueden suceder a un niño, y mírala ahora.

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