7. Lujos

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El día después de la boda, Mohammed hizo todos los arreglos posibles para que las pertenencias de su nueva esposa fueran trasladadas a la gran casa familiar.

Anthea nunca había imaginado lo enorme y bella que era la casa de Mohammed. En el exterior era tan solo una gran puerta de madera, discreta como todas las entradas de hogares musulmanes, pero el interior era maravillosamente parecido a un palacio. El jardín interior tenía una enorme fuente de ángeles con jarrones, y varios sofás de terciopelo decorados alrededor, con mesitas a los lados, usados para tomar el fresco de la mañana o para descansar una tarde y tomar un té.

-La casa está dividida en cuatro partes- le explicaba Mohammed a Anthea- cada parte tiene un baño privado, una cocina, un balcón, y una sala de estar. Hay un solo comedor, que es el familiar. Una de las partes es donde estarás, es la que te corresponde como mi esposa. Tendrás dos criadas únicas a tu disposición, y una cocinera. Así como una mujer de la limpieza y un plomero. Quiero que tú y mis esposas se lleven muy bien, y que los bienes se les reparta equitativamente como manda el Corán. Cualquier queja o malentendido, se resolverá pacíficamente y con el diálogo. ¿Queda entendido?

-Sí, claro.

-Ya no podrás salir sola a la calle. Deberás ir acompañada de mí, de alguna criada o alguien de confianza. Pero se acabaron las salidas solitarias, ahora estás casada, debes respetarme y respetar esta casa y su nombre.

-Por supuesto.

-Y tal como lo manda el Corán, dormiré dos noches contigo, dos con Hada, dos con Fadila y una solo, en mi habitación propia. Nada de darle más a una que a la otra. Soy muy obediente al Corán, y ninguna de mis mujeres será la preferida sobre las demás.

Anthea asintió. Mohammed le dio un beso en la frente.

-Recuerda lo que te dije. Cuando estés lista.

A Anthea se le hacía muy agradable de su parte ser así de comprensivo. Sin embargo, Mohammed podría ser el hombre perfecto para muchas mujeres, pero para Anthea... simplemente no lo era.

Su cuarto era muy bonito, la cama era dorada, tenía un balcón con vista a la Medina, aunque Mohammed le advirtió que solo podía acechar con el hiyab cubriendo la cabeza, para evitar enseñar su belleza y figura a otros hombres y ser acusada de exhibicionista.

Anthea se percató de que al menos desde su llegada, no había visto ni un solo libro en toda la casa.
¿Cómo podía vivir así, sin aprender cosas nuevas?, ¿sin ir a sus clases con Harun?

Lo más que tenía, era una libreta que mantenía oculta bajo la cama, y un libro de literatura occidental.

Sus días de casada consistían en limpiar el jardín, descansar, ir de compras con Hada o Fadila, sentarse en su balcón, observando el desierto más allá de la ciudad.

A veces pensaba en huir.
Nunca la encontrarían si escapaba hacia el desierto. ¿Por qué había rechazado la propuesta de Harun?
Ahora tampoco podía ir a las clases. Era como si ya nada tuviera sentido. Como si su destino ya hubiera sido escrito.
"Me quedaré atada a Mohammed el resto de mis días. Nunca viajaré. Nunca veré de nuevo a Harun"

Y tal vez, el destino de Anthea era mucho más complicado que eso.

Cuando fue el turno de que Mohammed pasara la noche con Anthea, como dictaba el Corán, ella tampoco quiso hacer nada. Mohammed le rogaba a Allah que ella cediera, pero Antha tenía tanto miedo, tantas dudas. Dudas de una adolescente. Y Mohammed a veces lloraba en silencio, por las noches.
Se lamentaba pensando que tal vez a Anthea no le gustaba tanto, y que por esa razón no quería hacer nada con él. Lloraba por la frustración de no ser amado lo suficiente, porque en esos días, se estaba enamorando demasiado de Anthea.

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