29. La elección

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-¿Cómo está mi esposa?

-Ha perdido bastante sangre, y ahora está durmiendo. Está siendo vigilada por las enfermeras - dijo Fisher, posando su mano sobre el hombro de Mohammed.

-¿Y el bebé?, ¿por qué tardó tanto en salir?

-Señor, fueron dos bebés. Son mellizos.

-Oh... ¡Gracias, Allah!- exclamó Mohammed elevando los brazos al cielo y cerrando los ojos.

La doctora Fisher se conmovió.

-Muchas felicidades, yo le avisaré cuando su esposa despierte. Ahora no puede recibir a nadie.

Mohammed asintió. Se sentó en la sala a esperar, toda la noche. Sus otras hijas le hicieron compañía un rato, y luego se fueron a dormir. Una de ellas, la menor de seis años, antes de marcharse, le preguntó a su padre:

-Papi, ¿vas a querer más a los bebés que acaban de nacer?

-Oh, princesita. ¿De dónde sacas esa idea?

-Mi mami me lo dijo. También Hada lo anda diciendo.

-Esas dos... princesa, mi amor por ti no va a cambiar. Te quiero linda. Ve a dormir.

La pequeña asintió y se fue corriendo a su cuarto.

Mohammed pensó que más tarde se encargaría de las envidiosas de Hada y Fadila, pero ahora su principal prioridad era preocuparse por Anthea.

Pasado el mediodía, la doctora Fisher bajó las escaleras y llamó a Mohammed.

-Está despierta. Venga a conocer a los mellizos.

El rostro de Mohammed se llenó de luz, nunca se había sentido tan repleto de felicidad y embriagado de amor.

Al momento de entrar a la habitación, vio recostada en la cama a la mujer de su vida, a la que más amaba sobre todas las cosas y personas del mundo, y junto a ella, en sus brazos, se encontraban los frutos de su amor por ella, las razones de su vida y su ser.

Mohammed no podía hablar. Intentó decir algo, pero la emoción era demasiada, que solamente pudo echarse a llorar, mientras le daba un beso en la frente a Anthea, y cargaba a su hija, y luego a su hijo. No cabía más felicidad en él. No era posible.

Y Anthea... se había enamorado al instante de sus pequeños. Eran bebés hermosos, puros y perfectos para ella. Se arrepentía de no haberlos deseado a lo largo del embarazo. Ahora sentía que no quería apartarse de ellos jamás, por nada del mundo.

-Habibi- comenzó a decir Mohammed- son hermosos. Gracias Anthea. Gracias por esta bendición. Te amo tanto. Te amo.

Anthea sonrió.

-¿Qué te parece Salma y Nasir?- preguntó ella a su esposo.

-Me encantan. Son los nombres perfectos para nuestros hijos perfectos.

Mohammed tomó la mano de Anthea. Se quedaron admirando un rato más a sus pequeños, y luego las enfermeras los acostaron.

Tres días después, la doctora Fisher y sus ayudantes se despidieron, dejando a la nueva familia solos para comenzar a cuidar de los bebés.

Por la noche, Mohammed mandó llamar a Hada y Fadila.

-¿Qué deseas, Mohammedcito?- preguntó la primera al llegar a la sala.

-Siéntense.

-¿Hicimos algo malo?

-No quiero que ninguna de mis hijas escuche otra vez alguna envidia salida de la boca de ustedes, ¿me entienden?, no quiero que corrompan sus oídos, y los llenen de mentiras. Mis hijas no tienen la culpa de que sus madres sean unas...- se detuvo en seco.

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