-¿Cómo está mi esposa?
-Ha perdido bastante sangre, y ahora está durmiendo. Está siendo vigilada por las enfermeras - dijo Fisher, posando su mano sobre el hombro de Mohammed.
-¿Y el bebé?, ¿por qué tardó tanto en salir?
-Señor, fueron dos bebés. Son mellizos.
-Oh... ¡Gracias, Allah!- exclamó Mohammed elevando los brazos al cielo y cerrando los ojos.
La doctora Fisher se conmovió.
-Muchas felicidades, yo le avisaré cuando su esposa despierte. Ahora no puede recibir a nadie.
Mohammed asintió. Se sentó en la sala a esperar, toda la noche. Sus otras hijas le hicieron compañía un rato, y luego se fueron a dormir. Una de ellas, la menor de seis años, antes de marcharse, le preguntó a su padre:
-Papi, ¿vas a querer más a los bebés que acaban de nacer?
-Oh, princesita. ¿De dónde sacas esa idea?
-Mi mami me lo dijo. También Hada lo anda diciendo.
-Esas dos... princesa, mi amor por ti no va a cambiar. Te quiero linda. Ve a dormir.
La pequeña asintió y se fue corriendo a su cuarto.
Mohammed pensó que más tarde se encargaría de las envidiosas de Hada y Fadila, pero ahora su principal prioridad era preocuparse por Anthea.
Pasado el mediodía, la doctora Fisher bajó las escaleras y llamó a Mohammed.
-Está despierta. Venga a conocer a los mellizos.
El rostro de Mohammed se llenó de luz, nunca se había sentido tan repleto de felicidad y embriagado de amor.
Al momento de entrar a la habitación, vio recostada en la cama a la mujer de su vida, a la que más amaba sobre todas las cosas y personas del mundo, y junto a ella, en sus brazos, se encontraban los frutos de su amor por ella, las razones de su vida y su ser.
Mohammed no podía hablar. Intentó decir algo, pero la emoción era demasiada, que solamente pudo echarse a llorar, mientras le daba un beso en la frente a Anthea, y cargaba a su hija, y luego a su hijo. No cabía más felicidad en él. No era posible.
Y Anthea... se había enamorado al instante de sus pequeños. Eran bebés hermosos, puros y perfectos para ella. Se arrepentía de no haberlos deseado a lo largo del embarazo. Ahora sentía que no quería apartarse de ellos jamás, por nada del mundo.
-Habibi- comenzó a decir Mohammed- son hermosos. Gracias Anthea. Gracias por esta bendición. Te amo tanto. Te amo.
Anthea sonrió.
-¿Qué te parece Salma y Nasir?- preguntó ella a su esposo.
-Me encantan. Son los nombres perfectos para nuestros hijos perfectos.
Mohammed tomó la mano de Anthea. Se quedaron admirando un rato más a sus pequeños, y luego las enfermeras los acostaron.
Tres días después, la doctora Fisher y sus ayudantes se despidieron, dejando a la nueva familia solos para comenzar a cuidar de los bebés.
Por la noche, Mohammed mandó llamar a Hada y Fadila.
-¿Qué deseas, Mohammedcito?- preguntó la primera al llegar a la sala.
-Siéntense.
-¿Hicimos algo malo?
-No quiero que ninguna de mis hijas escuche otra vez alguna envidia salida de la boca de ustedes, ¿me entienden?, no quiero que corrompan sus oídos, y los llenen de mentiras. Mis hijas no tienen la culpa de que sus madres sean unas...- se detuvo en seco.
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Llantos De Arabia
Historical FictionAnthea Saadi es prometida a un hombre tres veces mayor que ella. Anthea no tiene voz para decir lo que piensa. No tiene apoyo para hacer lo que ama. No tiene motivación para luchar por su futuro. Hasta que conoce a Harun, un profesor clandes...