12. Penitencia

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-Mohammed

-¿Qué pasa?

-Quiero pedirte permiso para visitar a Latifa. Supe que la ciudad entera ha estado comentando cosas no muy agradables de ella, y me gustaría saber cómo se encuentra.

-Anthea, esa chica te difamó, ¿y aún así quieres verla?

Anthea guardó silencio.

-Ella ya no es tu amiga. No sé cómo puedes preocuparte por ella cuando dijo cosas tan horrendas de ti.

-Pero... Allah nos enseña a perdonar, ¿no es así?

-Sí, pero dudo que su familia te deje verla, han de estar enojados con nosotros, aunque no tenemos la culpa de que su hija sea una pecadora.

Anthea suspiró, y subió a su habitación a descansar un poco.
No podía dejar de pensar en Latifa. Para ese punto no sabía quién era peor persona, Harun, Latifa o ella.

Anthea le pidió perdón a Allah ese día, y juró no ver a Harun más que como un maestro.

Al día siguiente, Mohammed decidió no ir al trabajo, simplemente porque se le apetecía.

-Mohammed, ya me voy- anunció Anthea.

-¡Hey!, ¿a dónde crees que vas?, tú no puedes ir sola a ninguna parte, ¿qué te pasa?

-Voy a llevar a tus hijas al colegio, tal y como lo he hecho las últimas semanas.

-¿Qué?, ¿has estado yendo sola?, sabes qué es lo que pienso de eso.

Mohammed se empezó a poner rojo, y Anthea supo que estaba por ponerse a gritar y regañarla, así que se le adelantó para tratar de evitar el regaño.

-Hada y Fadila me hicieron llevarlas.

-No lo creo, Anthea. Ellas conocen muy bien mis reglas.

-Entonces me hicieron ir a propósito, ¡quieren ponerte en mi contra!- dijo Anthea sin tratar de alterarse.

Sabía que acusando a las esposas, ellas la odiarían mucho más y le harían la vida más imposible. Pero prefería que Mohammed la defendiera, a que la castigara por cosas que no eran ni culpa suya.

-Anthea, jura por Allah que lo que dices es cierto. Desde que llegaste a esta casa, siento que todo el mundo me está mintiendo, todo se siente tan engañoso. Júralo.

-Lo juro por Allah. Hada y Fadila intentan alejarme de ti.

Anthea se acercó a Mohammed y lo abrazó. Según ella, si quería aguantar un año hasta presentar para la beca, debía hacer lo posible por satisfacer a Mohammed y fingir amor hacia él.

-Ahora vengo.- dijo Mohammed sin poder contener su enojo.

Fue a la sala, desde donde llamó a Hada y Fadila para reprenderlas.

-¿Por qué estás gritando?-preguntaban las mujeres al ir hacia él.

-¿No conocen mis reglas?, de ahora en adelante una de ustedes acompañará a Anthea a llevar a las niñas.

-Pero Mohammed... Anthea siempre salía cubierta con el burka. Así sí puede andar por la calle, ¿no?

Obviamente era una total mentira. Hada solamente quería protegerse de la ira de Mohammed. Éste miró a Anthea, cuestionándola con la mirada.

-¿Es verdad que has estado usando el burka?

Anthea notó los ojos suplicantes de las dos mujeres, y por mucho que las aborreciera, no quería meterlas en problemas.

-Es verdad, Mohammed.- respondió Anthea.

Las esposas respiraron con más tranquilidad.

-Bueno, ahora largo a sus habitaciones. Anthea, lleva a las niñas al colegio.

Anthea se puso un burka, y cumplió con su deber.
Pensó mucho en pasar a ver a Harun por algunas lecciones, pero realmente no tenía ganas de mirarlo a los ojos, y ella podía estudiar por sí sola en la casa.
Esa vez Anthea no visitó a su maestro.

Pasó por la entrada de la casa de Latifa, pero supo que no sería bien recibida en el momento en que se topó cara a cara con la madre de su amiga, quien volvía de hacer unas compras.

-Espero por tu bien que lo que dijo Latifa no sea cierto- dijo la mujer.

-Latifa no debió decir esas cosas. Soy su mejor amiga.

-Latifa jamás miente. Yo le creo. Y ya no será tu amiga; mejor olvídate de ella.

Anthea bajó la cabeza:
-Lamento todo.

-No lo lamentas.

La madre de Latifa entró en su casa dejando a Anthea sintiéndose peor después de eso.

La joven volvió a casa, más rota que nunca.

Había traicionado un lazo sagrado como lo era el matrimonio para Allah, y la confianza de su mejor amiga.
Decidió estudiar por su cuenta para no tener que ver más a Harun.

Esa noche, Anthea salió de la casa en secreto, y se coló por la puerta de servicio en la casa de Latifa.
Hizo lo posible para no ser vista por alguien, y a hurtadillas logró llegar a la habitación de su amiga.
Entró con cautela, pero Latifa seguía despierta.

-¡Anthea!, ¿se puede saber qué haces aquí?, ¿quién te dejó entrar?

Latifa estaba recostada en su cama, con el Corán en la mano. Se veía ojerosa y cansada, seguramente no podía dormir bien a causa de la vergüenza.

-Latifa, he venido a pedirte perdón, ya que sé que es lo único que puedo hacer para redimirme.

-No te atrevas.

-Latifa, ¿por qué me has delatado?, ¿qué es lo que te enojó?, puedes decírmelo, sabes que hay suficiente confianza.

Latifa no dijo nada, solo observó a Anthea unos momentos.

-¿Es por Harun?, ¿te gusta Harun?, si ese es el problema no tienes de qué preocuparte. No siento nada por él, y no pienso verlo de nuevo.

-No es eso. Es que... quiero a tu marido. O más específicamente, un marido como el tuyo. Que tenga lo mismo que el tuyo. Y no puedo soportar que lo desprecies de ese modo con un tipo pobretón como Harun.

-Eso es tan tonto, Fadila. Eres bonita. También puedes conseguir un buen esposo.

-Te tengo envidia... tienes tanto oro... y te atreves a engañar a Mohammed.

-Oh. Entonces es eso.

Anthea sacó de uno de sus bolsillos varios collares y anillos cubiertos de oro.

-Por favor, Latifa. Sea cual sea la razón exacta por la que me odias, espero que puedas perdonarme con todo este oro.

-Pero... Anthea, es tu oro. ¿Por qué me lo estás dando?

-Elijo la amistad sobre el oro- dijo Anthea tomando la mano de Latifa- no quiero perderte, y lamento todo lo que ha pasado.

-Mohammed no me querrá cerca de ti. Ya no podemos ser amigas, Anthea.

-Podemos... reunirnos en la casa de Harun, y estudiar juntas.

-No sé si quiero seguir haciéndolo. No ha resultado muy bien para mi familia.

-Piénsalo, Latifa. Y perdóname. Te lo pido de corazón.

-No sé Anthea. Toda la ciudad piensa que soy una difamadora. Estoy bajo la lupa de todos los ciudadanos.

Anthea abrazó con cuidado a su amiga sin permitirle terminar de hablar, y le guardó el oro debajo de su almohada.

-Te puedes comprar muchos velos bonitos con ese oro-le dijo Anthea guiñándole un ojo, antes de salir del cuarto, y de la casa.

Volvió a su hogar, y gracias al cielo Mohammed nunca notó su ausencia, ya que esa noche la estaba pasando con Fadila.

Anthea pudo finalmente dormir en paz.

Al menos por esa noche.

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