38. Perdida

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Si había algo peor que volver a Fez, era saber que nada bueno podría traer ese viaje para Anthea. Mohammed nunca la dejaría viajar a alguna universidad para estudiar, nadie podría ayudarla a alcanzar su meta de estudiar fotografía. Muy a su pesar, Anthea tuvo que acostumbrarse nuevamente al estilo de vida en Fez, por el bien de sus hijos. De vez en cuando Mohammed le regalaba algún libro de fotografía, pero nada de eso la hacía sentirse mejor. A veces, Anthea deseaba ser arrancada de la tierra, e irse a otro lugar, muy lejos de ese. Otras ocasiones pedía que Harun llegara a rescatarla de esa pesadilla y de la injusticia a la que era sometida.

Le rogaba a Allah todos los días por sus sueños, ¿era realmente su voluntad darle una vida así de infeliz?

Mohammed le contó a Naya todo lo sucedido, y le pidió que hiciera entrar en razón a su hija.

-Está demasiado enfadada, no quiere hablarme.

-Mohammed, no debiste dejar que estudiara. Si sabías que esto iba a pasar, ¿para qué la iluminaste desde el principio?

-No sé, Naya. Yo solamente quería verla feliz. Y lo fue, disfrutó mucho sus estudios, pero Anthea debe entender que tiene prioridades.

-Anthea es muy terca, pero lo olvidará todo, ya verás.

Mohammed le sonrió a su suegra. Era una mujer muy fuerte. A pesar de haber perdido a su hijo mayor hacía unos años, se las había arreglado para criar a los cinco hermanos menores de Anthea, y continuar enviando ayuda económica hasta Afganistán, para Nuh.

Anthea celebró los tres años de sus mellizos al poco tiempo de llegar a Fez, y Mohammed intentó acercarse a ella, por medio de un obsequio.

-¿Qué es?- preguntó Anthea secamente al recibir un paquete envuelto.

-Abrelo, es un regalo para la bella madre de mis gemelos.

Anthea ni siquiera se inmutó, pero abrió el obsequio con cierta urgencia.

-Es una...

-Una cámara profesional. Para que puedas capturar todos los momentos de nuestras vidas.

Anthea se cruzó de brazos, tratando de no mostrarse interesada en el obsequio.

-Bueno, si no lo quieres...- dijo -Mohammed tomando la cámara.

-Espera- lo llamó Anthea, sabiendo que esta vez ella había perdido.- quiero esa cámara.

-Entonces te gustó.

-Sí... Es moderna, aunque podría usarla en algún curso, o escuela de fotografía.

-Anthea- se acercó Mohammed tomándola de los hombros- ya lo hablamos. Salma y Nasir te necesitan más que a nadie, más que a mí. ¿Quiéres estudiar?, hay universidades en ciudades cercanas a Rabat, puedes viajar todos los días para ir a estudiar. Adelante, hazlo. Pero cuando Salma y Nasir crezcan sin recuerdos de su infancia con su madre, no me eches la culpa. Te pasarás los siguientes cuatro o cinco años estudiando, y tus hijos van a crecer. Crecerán viéndote dos o tres horas por día, y las usarás para estudiar, para descansar, para comer. ¿Y quién jugará a las muñecas con Salma?, ¿quién le cantará a Nasir antes de dormir?, ¿realmente estás dispuesta a quitarle todo eso a tus hijos?

-Yo... ¡Mohammed, lo lamento!- dijo Anthea abrazando a su esposo.- mis bebés me necesitan más que nada... Lo lamento... Lamento haber sido tan egoísta...

Mohammed la besó, y luego le respondió:

-Te amo Anthea, y yo te perdono todo.

Los siguientes meses, Anthea se readaptó al estilo de vida en Fez.
Salía de vez en cuando acompañada de Fadila, para hacer algunas compras en la Medina, y en ocasiones Salma iba con ella, siempre tomada de su mano para no perderse.
Mohammed llevaba a Nasir casi todos los días a su negocio de perfumes, donde le mostraba la organización perfectamente administrada de cada uno. Mohammed esperaba que algún día su hijo continuara con la tradición familiar de los Rajid.

Naya encontró futuros esposos para sus hijas, Danya y Amira, de diez y nueve años. Casi todos en Fez deseaban casar a sus hijos con los Saadi, debido a la popularidad de Anthea y de su matrimonio con un hombre tan importante como Mohammed.

Cartas de Terry y Miranda llegaban cada mes, contándoles sobre las novedades en la ciudad. Terry contó que había renunciado al colegio, debido a que temía que alguien se enterara de su relación con Ashley, y que con el fin de no ponerla en riesgo de ser expulsada, había optado por dimitir y proteger a la joven de las reglas.
Poco después, llegaría una carta con la noticia de su boda.

Anthea estaba sorprendida con la prontitud a la que se llevaría a cabo la unión matrimonial entre Terry y Ashley, pero se alegró de que sus amigos estarían juntos y felices.

Mientras tanto, Anthea veía la vida pasar. Si bien no lograba resignarse a la suya, intentó soportarlo todo por sus hijos.

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