5. Boda

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A las diez de la mañana, toda la familia, y Anthea, ya estaban de pie.

Naya, las pequeñas hermanas, Latifa, y las criadas de ésta, se dedicaron todo el día enteramente a la preparación de Anthea para su boda.

Como dictaba la tradición, Anthea tomó un Hammam, un baño relajante para purificar el alma y la mente, tradición por muchísimos siglos de los musulmanes.
Estuvo alrededor de media hora en la tina, cuando su madre le anunció que era hora de empezar a arreglarla.

Anthea había estado presente solo en un ritual de ese tipo: el de su prima.
Intentaba actuar de la misma forma que ella lo había hecho, pero por alguna razón se sentía muy intranquila.

Era esa sensación de nuevo. La que dictaba a su corazón que lo que estaba por suceder era un gran error. Pero Anthea debía ser obediente, y fiel a su familia. Aún en estos momentos, debía ser complaciente con la sociedad y su familia.
Nunca había hecho nada por sí misma, más que asistir a las clases clandestinas de Harun.

Harun. ¿Qué pensaría Harun de ella?
Seguramente que era una ingenua tonta, permitiendo que otros controlaran su vida. Aunque en Fez, simplemente no había otra opción. La gran mayoría de las mujeres no tenían control alguno sobre sus formas de pensar y vivir, lo que Anthea sabía muy bien, y aún así ella entraba en esa mayoría.

Terminado el baño, la madre de Latifa puso cómoda a Anthea en un sillón, para empezar a marcarla con Henna en las manos y en los pies, con el propósito de alejar a los malos espíritus de ella.

Naya le hizo después el depilado de piernas, con cera caliente, para que cuando en la noche estuviera ya a solas con su marido, se viera muy bonita para él.
Una de las criadas de los Rajid se encargó del hermoso peinado de Anthea, y lo adornó con una coronilla blanca en el tope. Sería la única vez que no llevaría el hiyab frente a muchos hombres y mujeres, solo por ser una ocasión especial.

Finalmente, Latifa la ayudó a entrar en un bello vestido blanco, con joyas plateadas reluciendo sobre la tela, que combinaban a la perfección con en color carmín de la henna y los accesorios plateados y verdes que llevaba puestos.

Anthea estaba lista.
Entró en un cuarto con las mujeres de la familia, y algunas amigas.
El contrato del matrimonio se llevaba a cabo entre el novio y el padre o algún representante de la novia, frente a tres testigos obligatorios, y un Sheikh, un tipo de magistrado islámico.

El Sheikh pronunció las palabras de unión matrimonial en el idioma árabe. Mohammed Rajid aceptó a Anthea Saadi como esposa, siempre actuando bajo los mandatos de Allah y el Corán. Y el padre de Anthea aceptó de parte de ella a Mohammed, prometiendo que siempre le sería fiel, hasta la muerte.

El matrimonio entre Mohammed y Anthea empezó cuando el Sheikh sostuvo las manos del novio y del padre de Anthea, y pronunció algunas palabras.

-Felicidades por el compromiso- dijo el Sheikh a Mohammed.
Éste se lo agradeció, y pronto la casa se llenó de alegría y música.
Los novios se reunieron en la sala con la familia, para caminar en procesión hasta el recinto donde se celebraría la fiesta. Las calles de Fez se llenaron de espectadores al ver pasar a la curiosa pareja: un hombre guapo y poderoso como Mohammed, casado con una niña de catorce años, preciosa e inocente del barrio más humilde de la ciudad.

Los nuevos esposos solo caminaban entre la gente, tomados de la mano y sonriendo, aunque en ese momento Anthea no pudo saber quién de los dos tenía la sonrisa más sincera.
En lo que estaban caminando, Anthea desvió un momento la vista, hacia uno de los balcones de las casas que circundaban el rumbo, y vio a Harun. ¡Él estaba ahí!
Harun no despegaba sus ojos de ella por nada del mundo. Era la mirada más triste que Anthea hubiera visto.
¿Estaría dolido?, ¿celoso?, ¿feliz?
Pero ya no importaba. Anthea ya estaba casada con Mohammed, y no había marcha atrás.

El corazón de Anthea se disparó a mil por hora mientras sostuvo su mirada con la de Harun. Sus sentidos se desconectaron del mundo, y pronto ya no escuchaba los cantos y la música de la procesión. Solo eran Harun y ella. Tan cerca y tan lejos.
En ese momento, su corazón le confirmó lo que tanto había temido: quería a Harun. Y no lo quería de una forma sutil, porque lo deseaba. Deseaba sentir el amor sin haberse casado, haber experimentado más.
"Que Allah me perdone" pensó Anthea
Le sonrió ligeramente a Harun, para que Mohammed no se fijara. Éste otro, al percatarse de que Anthea le acababa de dirigir una sonrisa, se la devolvió. Su rostro estaba iluminado. De alguna forma percibió lo que ella sentía, y ahora lo sabía.
Se querían.

Entonces, Anthea regresó a la cruda realidad.
Harun salió de su vista, ya que la procesión entró en un recinto precioso, adornado hasta el tope de velas, sin techo, a plena luz de luna.
Las bailarinas del vientre amenizaban la fiesta, danzando entre los invitados.
Los nuevos esposos se sentaron en medio del local, en unos asientos especiales para ellos, situados enfrente de la pista, para poder presenciar mejor el espectáculo en su honor matrimonial.

-¿Estás feliz, Anthea?- le preguntó su marido.

-Lo estoy- respondió ella, cada palabra causando punzadas en su corazón.

-Te ves totalmente hermosa.

-Gracias, señor.

Él se rio.

-Dime Mohammed. Ahora soy tu esposo.

Anthea asintió. Era extraño estar casada con un hombre tan mayor.
¡Por Dios!, ¡tenía casi la misma edad que su padre!

-¿Tus esposas no se molestan conmigo?- preguntó Anthea

-¿Por qué lo harían?

-Dicen que las esposas de un mismo hombre nunca se llevan bien. Es algo establecido.

-Qué ingenua eres, chiquilla. No siempre tiene que ser así. Mis esposas son muy buenas amigas, y espero por tu bien, que tú también lo seas.

-¡Oh!, claro que lo seré.

-Así me gusta.

El resto de la noche, hubo varias presentaciones de artistas como obsequio a los novios. Hubo un encantador de serpientes, varias bailarinas y un cantante.
Pero nada alegraba el corazón de Anthea. La angustia era lo único que crecía dentro de ella.
¿Por qué tenía que hacer todo lo que le ordenaran?, ¿por qué las mujeres musulmanas tenían prohibidas tantas cosas?
Esa misma noche, Anthea comenzó por fin a hacerse las preguntas que debió haberse cuestionado desde hacía mucho tiempo.
¿Qué será de mí?

-Te ves inquieta- dijo Mohammed.

-¿De verdad?, estoy bien, en serio.

-Algo te pasa.

-No.

-Anthea. Eres mi tercera esposa. He estado casado veinti cinco años en total; sé cómo se ve una mujer inquieta. Así como te ves ahora.
¿Vas a decirme qué te pasa?

-Es solo... tengo miedo. Miedo de no poder hacerte lo suficientemente feliz como tus esposas, y que me regreses. Tengo mucho miedo de ser devuelta por ti-mintió ella

-Anthea. No voy a devolverte. Algo me dice que serás una excelente esposa.

-Yo solo quiero hacerte feliz- mintió de nuevo Anthea.

"Allah me va a castigar"

Mohammed acarició la mejilla de Anthea, lo que la estremeció demasiado, sin embargo tuvo que fingir que el contacto con su piel le agradaba.
-Vas a ser la niña más envidiada de todo Fez.

El aumento del sonido de la música evitó que Anthea tuviera que responderle a su esposo (lo que agradeció profundamente) y se distrajo con las bailarinas y demás espectáculos.

A las diez de la noche, el ritmo de la música cambió y se convirtió en algo más suave y relajante.
Anthea sabía que era la señal con la que los novios se retirarían del festejo, para dirigirse a sus aposentos y "consumar su matrimonio".

Era la parte que Anthea había temido durante tantos días, y al fin había llegado.
Mohammed la tomó de la mano, y solamente ellos dos caminaron por la estancia hasta llegar a unas escaleras doradas, que subían hasta los exuberantes dormitorios pagados por la misma familia Rajid.

Antes de subir por las escaleras, Anthea volteó el rostro y alcanzó a visualizar a su hermano, Ibrahim, quien conocía perfectamente sus temores, y sabía la razón de esa tan triste mirada.

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