Prólogo

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Miraba por la ventanilla del auto, sonriente ante el bonito paisaje que había en el exterior. Papá conducía mientras hablaba con mamá y ambos reían, nunca los había visto más felices. Él le tomaba la mano y le daba suaves y cortos besos en el dorso. Papá siempre fue respetuoso con ella, le daba mucho amor, al igual que a mí.

Por un momento me quedé mirándolos, prendado del amor absoluto que fluía a través de sus ojos, fascinado por la forma en que sin palabras se decían cuanto se querían. Luego, mamá tomó su rostro con ambas manos y lo besó en los labios dulcemente.

La imagen se quedó grabada en mi memoria.

Después, toda la alegría que ellos sentían desapareció. Papá comenzó a gritar y mamá se volvió a verme preocupada sin decirme una palabra, pero con la resignación impresa en sus facciones; el cabello castaño alborotado le cayó sobre la cara cubriéndole los ojos, esos ojos que hace unos momentos estaban llenos de amor y ahora solo el terror los surcaba.

—¡Richard Harrington! —Exclamó— ¡Richard Harrington cortó la frenos! ¡Estoy seguro que fue él, ya debe saberlo!

El nombre de esa persona resonó en mis oídos con fuerza, grabándose en ellos permanentemente.

No entendía demasiado de autos, pero sabía que no tener frenos era un gran problema. La carretera era peligrosa, llena de curvas, papá intentaba maniobrar y parar, pero el auto no se detenía, iba cada vez mas rápido.

Mamá se volvió a verme de nuevo, tomó mi mano y la apretó con fuerza.

—Te amo, Blake —dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Te amo, mi niño. Tienes que ser fuerte, Blake, resiste.

—Yo también te amo, mamá —susurré sin saber si todo estaría bien.

—Ambos te amamos —musitó devastada, tomé la mano de papá también, la apreté con fuerza y quise abrazarlos, pero no pude moverme del asiento.

Entonces él la miró a ella a la vez que el auto seguía sin detenerse aumentando así su velocidad, iba directo a un árbol grande. Una sensación de vacío se instaló en mi estomago, mi corazón latió con prisa, veía a mis padres, ambos con sus frentes unidas para después mirarme mientras me susurraban nuevamente que me amaban.

De pronto, escuché un fuerte estruendo. Mis ojos se cerraron, mi cabeza golpeó algo, y de ahí todo se volvió oscuro, como sería mi vida desde ese día.

Abrí los ojos agitado con el cuerpo sudado y un dolor punzante atravesando mi cabeza. El mismo que sentí hace siete años.

Me senté sobre la cama y con la vista fija en la nada, rememoraba el fatídico día que me marcó para siempre. Desde que abrí mis ojos después del accidente ya nada fue igual; me encontré con distintas personas desconocidas, me hablaban, pero yo no quería comprender lo que me decían, repetían una y otra vez lo que yo como cualquier niño de ocho años se negaba a creer.

Sin embargo, la realidad me golpeó duramente en aquella camilla de hospital en donde desperté:

Mis padres habían muerto y yo me había quedado completamente solo.

Tuve miedo, como cualquier otro en mi situación. También lloré, lloré mucho al recordar como se despidieron de mí, como ellos de alguna forma tuvieron la certeza de que yo me quedaría aquí, en este jodido mundo cuando lo mejor hubiera sido que me llevaran con ellos.

Sin embargo, había un solo motivo por el cual seguía aferrándome a la vida como una jodida garrapata incapaz de soltarse y haciendo lo que fuera necesario para sobrevivir, y ese era la venganza, porque no olvidaba el nombre de su asesino, del hijo de perra que me arrebató todo:

Bestia ©Where stories live. Discover now