-¡Dilo, Mohammed!, ¿que seamos unas que?, ¡Dilo!

-¡Unas víboras!- estalló contra ellas.

Fadila comenzó a llorar.

-Mira lo que hiciste- inquirió Hada, abrazando a la mujer.

-Ustedes mismas se lo hicieron. Dejen en paz a Anthea y a los bebés. Y también a sus propias hijas, no las metan en sus problemas. Buenas noches.

Mohammed se puso de pie y salió de la sala.

Justo cuando Mohammed entró en la habitación donde estaban Anthea y los bebés, el teléfono sonó.

-¿Hola?- respondió Mohammed- Sí. Sí se encuentra... Anthea, es tu amiga.

-¡Miranda!

Mohammed le cedió el teléfono.

-Miranda, ¡hola!

-Anthea, te llamé hace tres días y me dijeron que ya estabas dando a luz, ¿ya nació?, ¿qué fue?, ¡cuenta!

-Fueron dos, Miranda. Salma y Nasir, así se llaman.

-Gracias a Dios, que enorme bendición. Terry manda sus saludos y felicitaciones.

-Gracias, en serio. Es bueno saber que me tienes pendiente...

-¿Cómo no estarlo?, eres mi amiga. Siempre estaré cerca de ti, te aprecio Anthea. Cuídate.

-Gracias, Miranda. Que linda.

-Un paquete llegará a tu dirección... es un regalo.

-Gracias, en serio.

Anthea colgó y se lo entregó a Mohammed.

-Va a mandar un obsequio- dijo Anthea.

-Qué amable de su parte.

-Sí.

-¿Dónde están mis bebés lindos?- preguntó Mohammed con voz infantil, mientras acechaba la cabeza en las cunitas de sus bebés.

Anthea se enterneció ante la escena.
Esa noche Mohammed procuró besarla mucho antes de dormir.
Sentía que en cualquier momento podría perderla...

Salma fue la primera de los mellizos en reír. Su mamá les cantaba canciones en árabe, cuando su hija comenzó a carcajearse, con la pequeña lengua por fuera.
A Anthea se le hizo muy gracioso y tomó una fotografía de Salma con la cámara de Mohammed.

Nasir, en cambio, fue el primero en morder el dedo de su padre.

Cada nueva anécdota era escrita por Anthea en un diario personal, que había comenzado el día que nacieron sus hijos. Mohammed no sabía de éste, ya que Anthea lo escondía bajo llave, para evitar que alguien lo leyera. Era su forma de desahogarse, ya que no había nadie con quien pudiera hablar en la casa, y tampoco podía llamar por teléfono a Miranda, pues Mohammed siempre se quedaba junto a ella escuchando la conversación.

Anthea aún consideraba la propuesta de Harun, de escapar y vivir juntos una vida, para que ella pudiera estudiar también. Solo tenía que esperar que los mellizos crecieran un poco más... de ninguna forma iba a dejarlos.

Cuando Salma y Nasir cumplieron dos meses, Mohammed aprovechó la fiesta familiar para dar un anuncio importante a todos.

-Esto que voy a decirles, espero por su bien que no lo tomen a mal y lo tomen como una bendición más.

-¿Qué sucede habibi?- preguntó Fadila.

-La empresa está creciendo rápidamente, así como las propuestas de proyectos para el futuro, lo que significa que necesito más tiempo en Washington...

-¿Eso qué significa?- quiso saber Anthea.

-Nuestra estancia en Washington será permanente, por ahora.

-¿Qué?, ¡no!, no quiero vivir aquí el resto de mi vida - replicó Fadila

-Es por el bien de la empresa, y de nuestras hijas, Fadila. Además, la comunidad no es tan mala después de todo. Nos hace sentir en casa, ¿no? Tiene casi todo lo que hay en Fez.

-¿Y nuestras familias?- añadió Hada- ¿cómo las veremos?

-Planeo que cada años hagamos un viaje todos a Fez, para visitar a nuestras familias. Espero que no haya quejas sobre esta decisión. He aceptado la propuesta, así que es cien por ciento probable que pasemos el resto de nuestras vidas en esta ciudad. Agradezco la comprensión que las tres me brindan, y por eso les tengo un obsequio a cada una de ustedes.

-¡Oh!, ¿qué cosa es, Mohammedcito?

-Un collar de oro puro, para cada una de ustedes.

Mohammed fue colgando un collar en cada una de sus esposas, pero con más ternura y suavidad en el cuello de Anthea. Las otras dos se fijaron de ésto y sintieron sus estómagos revolcándose.

Ya era suficiente con el exceso de atención sobre los mellizos, y ahora el cariño era únicamente para la hipócrita de Anthea... Hada y Fadila no podían simplemente quedarse observando. Tenían que hacer algo.

Mohammed y Anthea salieron la mañana siguiente con los mellizos, para llevarlos al pediatra, a su revisión mensual.

En el centro, Anthea comenzó a sentirse algo mareada, debido a las pocas horas de sueño tenidas los últimos días a causa de los bebés, y anunció a Mohammed que tenía que usar el baño.

Encontró uno público, junto a un parque del centro, donde entró para lavarse la cara.
Sorprendentemente, Harun se encontraba ahí también, junto al lavabo, jabonando sus manos para enjuagarlas.

Antes de que Anthea lograra alcanzar la puerta de salida, Harun la vio y la llamó:

-Anthea, ¿eres tú?

-¡Harun!, dime que este encuentro es una coincidencia y no uno de tus arreglos por encontrarme casualmente en un baño público oculto en un parque del centro, cuando hay como diez parques y cien baños en cada esquina de esta ciudad.

-No prometo nada.

-¿Ahora qué quieres?, estoy caminando con mi marido, no podías haber aparecido en peor momento.

-Pero me extrañaste. Tienes que admitirlo.- dijo Harun, posando su mano sobre la de Anthea.

Ella la apartó.

-No me has dado una respuesta, Anthea. Sigo esperando.

-¿Sobre que?

-Tú sabes. ¿Aceptas huir conmigo? Te ayudaré a ingresar en algún colegio... ¡ya te dije todo lo que podrás hacer!, aún con tu hijo.

-Fueron dos.

-Oh... ¡Y qué más da!, aún con dos hijos podrás estudiar, tener un empleo y viajar por el mundo conmigo. ¿No es ese tu mayor sueño? Además, estarás con alguien que te ama, porque yo te amo, Anthea. Y mucho.

-Harun... tienen que crecer mis hijos, no puedo irme cuando son tan pequeños, es mucho trabajo.

-Entiendo... solo te recomiendo que no esperes tanto. Podrían encariñarse con su padre, y no querer dejarlo...

Anthea no había pensado en esa posibilidad. Si sus hijos aprendían a amar a su padre, sería muchísimo más complicado huir con Harun, y no habría forma de hacerlo sin tener que abandonarlos. Esa no debía ser una opción.

-Apenas caminen podría tener una respuesta para ti- dijo Anthea.

Harun asintió, y la besó en la frente.

-Elige bien. Te quiero.

Y se marchó.

Anthea salió poco después, y buscó a Mohammed, quien se había quedado sentado con los mellizos, esperando a su esposa.

-¿Estás bien?- preguntó Mohammed.

Anthea asintió, y su marido la tomó de la mano y le dio un beso en la mejilla.

Fue entonces cuando Anthea mentalmente respondió la pregunta de Harun.

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