Capítulo 19

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Alejandra estaba sentada en la cama, tratando de no preocuparse demasiado antes de cenar. ¿Se había equivocado al rechazar la ayuda de Rafael?

Estaba muy bien lo de tener principios, pero ¿y si nadie mas le prestaba el dinero que necesitaba? Sus principios podrían costarles sus trabajos a sus empleados.

Tratando de no dejarse llevar por la ansiedad. Alejandra miro el vestido que Azucena le había llevado hacia unos minutos. Brillaba y relucía, turquesa con un cinturón dorado que marcaba su cintura. Sencillamente, era el vestido más exótico y hermoso que había visto nunca.

No quería pensar en la persona a la que habría pertenecido, por lo que se lo metió por la cabeza. Al notar que se le enganchaba en las caderas, decidió que la dueña de aquel vestido había sido mucho más delgada que ella. Se lo estiro y se pregunto que si no le estaría demasiado apretado. Cuando se miro en el espejo, decidió que era un vestido diseñado para convertir a una mujer corriente en una estrella de cine, un vestido destinado al pecado y la seducción.

Al verse con él, sonrió.

Decidió que, en su última noche en la selva, iba a convertirse en la clase de mujer que llevaría un vestido así. Iba a olvidarse de todos sus problemas por que, a pesar de lo que le había dicho Rafael, sabia que no podría resolverlos aquella noche. Al día siguiente, estaría de vuelta en Londres. Localizaría a todos los que están expertamente parecían estar evitándola y descubriría exactamente lo que había ocurrido con las cuentas.

Mientras tanto, disfrutaría de una noche más en el paraíso.

Rafael ya estaba sentado en la mesa cuando ella llego a la terraza. Tenía una copa entre las manos e iba vestido de manera informal. A pesar de todo, cuando Alejandra examino los hermosos rasgos de su anfitrión, sintió que los latidos del corazón se le aceleraban. ¿Qué tenia Rafael Medina que provocaba en ella un impacto tan fuerte? Ni lo sabia ni lo comprendía.

-Debes de pensar que soy una mala persona por haberles robado dinero a esas gentes -dijo, sin poder evitar volver al tema-. Se que soy culpable en cierto modo por que estamos hablando de mi empresa, pero quiero que sepas que yo no sabia nada al respecto. Necesito que me creas.

-Te creo -dijo él, con voz tan dulce como la miel.

La observaba evidentemente, como si fuera un depredador que estuviera esperando para saltar sobre su presa.

-¿De verdad? -pregunto ella, muy sorprendida. Efectivamente, aquella no era la respuesta que había estado esperando.-. ¿Lo dices en serio? Aun no se quien es el responsable, pero lo descubriré y, en lo sucesivo, controlare mejor las cuentas. Se que me debería haber percatado de lo que sucedía, pero...

-Pero cuando uno está muy metido en el funcionamiento diario de una empresa, resulta muy fácil no fijarse en los números -dijo Rafael, terminando la frase por ella.

-Así es.

En realidad, no era exactamente los que había pensado, pero casi. Simplemente, Rafael parecía comprenderla. Evidentemente, lo había pensado todo y había llegado a la conclusión de que lo que ella decía era cierto.

-Debería haber tenido mas cuidado -admitió-, pero me alivia pensar que ya no crees que soy culpable de lo ocurrido.

-Creo que deberíamos olvidarnos de este episodio -susurro, con voz muy sensual.

-Me gustaría darte las gracias por el vestido -dijo ella, obedeciendo-. Es muy bonito y me vale... por poco -añadió, mientras Azucena colocaba una copa delante de ella-. Evidentemente, la dueña tenía una talla más pequeña

-A ti te sienta mejor -comento él, levantando su copa con una sensual sonrisa en los labios-. Mucho mejor.

Al ver que el no proporcionaba mas detalles sobre la dueña de aquel hermoso vestido, Alejandra no pudo evitar sentir una increíble curiosidad.

-No me imagino que nadie se olvidara aposta de él....

-La dueña tenía mucha prisa por marcharse. Me parece recordar que la vida en la selva no la atraía en absoluto...

Alejandra lo observo durante un instante. Entonces, comento:

-Eres un hombre muy complicado, Rafael. Frío y apasionado a la vez. Afirmas que no te gusta la gente, pero existe una profunda amabilidad dentro de ti. Lo se.

-No me conviertas en alguien que no soy, Alejandra.

-No lo estoy haciendo. Trataste a Carlos y a Filomena con un profundo respeto. Evidentemente, los aprecias mucho. Si no, no te habrías enfadado tanto conmigo.

-Soy un santo. Estoy seguro de que ya te lo habían dicho -añadió, en tono burlón.

-Yo no hago caso a los chismes. Prefiero sacar mis propias conclusiones.

-¿Una mujer a la que no le gustan los chismes? ¿No te parece que así traicionas a las de tu sexo, Alejandra?

-No, pero creo que las apariencias pueden resultar engañosas. Las personas emiten juicios basada en sus propias experiencias. ¿No es eso lo que tu hiciste conmigo? Cuando llegue, me dijiste que lo de mentir y engañar forma parte de los genes de una mujer. Sin embargo, tú no naciste pensando así. ¿Quién te condiciono de esta manera, Rafael?

-Tal vez tu no tengas ese gen, pero si el de la psicología. ¿Por qué quieres saber cosas sobre mi, Alejandra?

-Por que quiero ayudarte.

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