Capítulo 2

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Resultaba completamente ridículo haber hecho un viaje tan largo para tan solo diez minutos, pero a Alejandra no le había quedado elección. O eso o rendirse, y ella no estaba dispuesta a esto último.

-Si queda algo de usted cuando él haya terminado, regresare y recogeré los trozos. Ahora, tome el sendero hasta la casa. No abandone nunca el sendero. Le recuerdo que está en medio de la selva. Tenga cuidado con los animales salvajes.

-¿Animales salvajes? -Repitió Alejandra, mirando con preocupación la espesa vegetación que los rodeaba-. ¿Se refiere a insectos?

-Bueno, según los últimos cálculos, hay unas dos mil especies diferentes. Y eso solo las que conocemos.

-¿Y serpientes?

-Sí, por supuesto -comento el piloto, con una sonrisa-. Además, de osos hormigueros gigantes, jaguares y...

-Está bien. Creo que ya he oído suficiente.- le interrumpió - No obstante, no creo que el señor Medina viviera aquí si fuera tan peligroso.

El piloto se echó a reír una vez más.

-Evidentemente usted no sabe nada sobre él. Vive aquí porque es peligroso, muñeca, si no vive al límite, se aburre.

¿Muñeca? El hecho de que el piloto le tuviera tan poco respeto le irrito lo suficiente para hacer que se olvidara de sus nervios. A lo largo de toda su vida siempre se había sentido subestimada por la gente, pero, una y otra vez, ella les había demostrado que se equivocaban. Hasta aquel momento. En aquellos instantes corría el peligro de perder todo por lo que había luchado, pero no iba a dejar que eso ocurriera. Aquella esa probablemente la lucha más importante de toda su vida y tenía que ganar. No podía perder. Además, las personas que dependían de ella perderían sus trabajos si ella fracasaba. Así de sencillo.

Si Rafael Medina quería recuperar su inversión, estaba todo perdido.

Sabiendo que si escuchaba más detalles sobre él no tendría el valor de enfrentarse a él, Alejandra descendió del helicóptero. Las piernas de temblaban, pero, en aquellos momentos, no habría podido decir si tenía más miedo de la selva o de Rafael Medina.

Gracias a las exuberantes rubias que habían accedido a contarlo todo por la cantidad de dinero adecuada, todo el mundo sabía de la pericia de Medina para ganar dinero, de sus proezas como amante y de su determinación para dejarse llevar por los finales felices.

Solo la había hecho en una ocasión. Entonces, los periódicos se habían frotado las manos cuando salto la noticia de que su hermosa esposa lo había abandonado menos de tres meses después de la boda. Las páginas que se llenaron al respecto ocuparon a los lectores más tiempo que su matrimonio. Se decía que ella le había resultado imposible vivir con él y que había terminado la relación con su esposa por correo electrónico. Que solo le interesaba ganar dinero. Las especulaciones habían sido variadas y e interminables, pero todas parecían describir a Rafael Medina como una máquina. Por eso, Alejandra estaba convencida de que Medina iba a ser la clase de hombre que sacaría lo peor de ella.

Decidió que lo mejor sería no mirarlo. Así, no tartamudearía ni se atascaría. Aquella era la prueba definitiva para ella y no fallaría. Simplemente, no podía hacerlo. Había demasiado en juego.

No había razón alguna para tenerle miedo a Rafael Medina. Mientras avanzaba por el sendero, se dijo que la vida personal de aquel hombre no era de su incumbencia. Además, fuera lo que fuera, era un hombre de negocios, como el padre de Alejandra. Cuando ella mostrara los planes que tenía para conseguir que su negocio diera más beneficios, él se mostraría mucho más receptivo y cambiaria de opinión sobre lo de recuperar su inversión. Así, Alejandra salvaría los trabajos de todo el mundo y podría marcharse de aquel lugar infectado de animales salvajes.

El calor tropical hacia que el traje se le pegara al cuerpo. De repente, se dio cuenta de lo poco preparada que estaba para enfrentar aquel ogro. Ni siquiera se sentía cómoda con la ropa que llevaba puesta. Mientras pensaba que debería haber repasado de nuevo las cifras en el helicóptero, sintió que el zapato se le enganchaba en los tablones de madera que componía el camino.

Cuando por fin consiguió zafarse y volvió a erguirse de nuevo, lo vio.

Él estaba justamente frente a ella, tan misterioso y peligroso como cualquier animal de aquella selva. Sin poder hacer otra cosa, Alejandra se limitó a mirarlo como seguramente solían mirarlo las mujeres. Su cuerpo parecía presa de un extraño letargo, como si algo la hubiera apresado sin remedio.

-¿Señorita Álvarez de Castillo? -dijo él, con profunda voz masculina.

Las intenciones de Alejandra de no mirarlo se quedaron simplemente en intenciones. La presencia y el atractivo físico de aquel hombre requerían atención, pero resultaban amenazadores como los de los predadores de la selva. Alejandra comprendió que el piloto tenía razón. Aquel hombre no era ningún ángel.

Por fin, consiguió avanzar hacia él. Poco a poco, fue comprobando que, sin el añadido de sus millones, Rafael Medina también habría resultado atractivo para las mujeres. Tenía el cabello negro, peinado hacia atrás y dejando al descubierto un rostro que era tan duro como hermoso. La piel bronceada revelaba claramente su nacionalidad y la suave tela de la camisa moldeaba unos hombros anchos y poderosos.

Alejandra observo para ver que reacción le producía a él su llegada, pero Medina no revelo nada. Su actitud era tan antagónica como hermoso era su rostro.

Ella decidió que Medina no tenía por qué tener simpatía con ella. Solo necesitaba que aquel hombre no decidiera retirar su inversión. Con este detalle en mente, recorrió los últimos metros.

-Encantado de conocerlo, señor Medina -dijo, cuando estuvo frente a él.

Jungla De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora