Capítulo 8

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-Gracias. Creo que voy a cambiarme.

Se sentía cubierta de sudor y muy incómoda. Desgraciadamente, no tenía muchas cosas. Había hecho la maleta para pasar dos noches en Río de Janeiro, lo suficiente para su visita antes de regresar a Londres. Jamás se le habría ocurrido que él le iba a invitar a quedarse en su casa?

Sintió una ligera oleada de optimismo. ¿Acaso no era precisamente aquello lo que había deseado? ¿Más tiempo para poder convencerlo? Ya lo tenía.

-La cena se servirá dentro de dos horas en la terraza principal. Si quiere usted nadar un poco, puede utilizar la piscina de la selva. Tome el sendero que sale a la derecha de la casa y camine durante cinco minutos. Cuando llegue a la bifurcación, vuelve a tomar a la derecha. Si necesita algo más, no dude en llamarme.

-Estoy segura de que estaré bien. Muchas gracias.

Decidió que la intimidad de su dormitorio era preferible a una piscina en la que podría haber otros ocupantes, por lo que se quitó el traje, se dio una ducha y se lavó el cabello.

Afortunadamente, el problema de que ponerse para cenar se vio resuelto inmediatamente por el hecho de que, aparte de un traje de baño rojo, en su maleta llevaba los pantalones de camuflaje que se había puesto durante el vuelo y un sencillo vestido de lino que había metido para su estancia en el hotel de Río. Además, llevaba tres pares de zapatos. Como recordaba los comentarios que él había realizado sobre los de tacón y las botas que se había puesto en el avión no eran adecuadas para el vestido, solo le quedaban las bailarinas.

Se vistió e inmediatamente, se sintió muy cómoda. Cuando algún tiempo después se dirigió a la terraza para cenar, se sentía algo más segura de sí misma. Tras haber pensado un poco en la situación, decidió que todo iba a salir bien. Simplemente tenía que permitir que el viera la pasión que sentía por su empresa. Si Rafael Medina se daba cuenta de lo mucho que estaba dispuesta a dar, le extendería el préstamo.

Sin embargo, la seguridad le duro hasta que se reunió con él en la mesa.

Llevaba puesta una camisa y unos pantalones oscuros. Bajo la tenue luz del atardecer, tenía un aspecto masculino y turbador.

-Siéntese. ¿Le apetece una caipirinha?

-Creo que será mejor que tome algo sin alcohol. Un zumo, tal vez.

-¿No quiere perder la cabeza? -pregunto el, con una sonrisa.

Alejandra espero a contestar hasta que tuvo su zumo y los dos volvieron a quedarse solos.

-Veo que está muy enfadado conmigo -dijo, sin andarse con rodeos-. Sé que he cometido errores, pero todo el mundo los comete cuando empieza en el mundo de los negocios.

-¿Si?

-¿Acaso usted nunca ha cometido ningún error, señor Medina?

-Por supuesto -Respondió el, con una cínica sonrisa.

-Yo también. Lo admito. Era una ingenua. Me faltaba experiencia. Llámelo como quiera.

-Ingenua, carente de experiencia ¿Son esas las palabras con que se describe usted?

-Bueno, no ahora, pero si eran mi vivo retrato hace cinco años, cuando usted me concedió el préstamo.

-¿Cuantos años tenía usted entonces?

-Dieciocho. Con los estudios recién terminados.

-¿Por qué no fue usted a la universidad?

Por muchas razones.

Alejandra bajo los ojos y, por primera vez, vio la comida. ¿Cuándo había llegado?

-La universidad no era para mí. Quería crear mi propio negocio.

-¿Quiere decir que quería empezar a ganar dinero?

Alejandra quería decirle que su deseo no era nada que ver con el dinero. Ni siquiera en aquellos momentos tenía un sueldo fijo, ya que metía prácticamente todos los beneficios de nuevo en el negocio.

-No. Quería tener por fin algo que fuera mío.

-Sin embargo, el negocio era de su padre.

-Los cafés no. Él se dedicaba a importar los granos de café y a venderlos, pero la idea de crear una cadena de cafeterías fue mía. Cuando termine mis estudios, estuve trabajando en una cafetería durante un tiempo y me gustó mucho, aunque consideraba que había muchas cosas que yo hubiese hecho de un modo diferente. Tenía amigos que estaba en la universidad en Londres y no tenían ningún sitio agradable en el que reunirse durante el día y así se me ocurrió la idea de los cafés. Investigue un poco, encontré un pequeño café y lo compre con un préstamo del banco. Me pase días y noches enteras decorándolo porque no tenía dinero para pagar a alguien que lo hiciera por mí. Como las paredes estaban llenas de grietas, las tape con unas enormes fotografías de la selva brasileña. El efecto fue sorprendente. Todo el mundo solía entrar y preguntarme donde estaban aquellos lugares. Probablemente debería haber empezado un segundo negocio en una agencia de viajes.

Entonces, todo había parecido mucho más sencillo. Había empezado con un único objetivo en mente: impresionar a su padre.

Jungla De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora