Capítulo 13

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Alejandra caminaba en silencio, sin apartar los ojos del sendero para no tropezar. Sin embargo, no pensaba en el desafió físico que podía suponerle la selva, sino en el maravilloso beso que le había sacado el cuerpo de su estado de letargo hasta alcanzar una excitación casi insoportable. No obstante, la confusión causada por aquel apasionado y tórrido encuentre sexual en la húmeda selva se vio eclipsada por la conversación que siguió.

Después de lo ocurrido, deseaba desesperadamente haber mantenido la boca cerrada. Tal vez Rafael tenía razón y era mejor tener sexo sin conversación. Ella, más que nadie, conocía perfectamente el daño que las palabras eran capaces de hacer y, a pesar de todo, había sido incapaz de guardar silencio.

Sabía que se había excedido, sobre todo cuando le pregunto por el tema de su divorcio. Había visto una profunda amargura en los ojos de Rafael, acompañada por un dolor y un cinismo que había hecho que el miedo que sintió en aquellos momentos se transformara en preocupación y compasión. ¿Qué había provocado la tristeza que tan claramente lo atenazaba? ¿Qué recuerdos turbaban sus noches y lo mantenían atento a la pantalla del ordenador?

¿Por qué la había besado?

Por muy despreciativa que fuera la actitud de Rafael hacia las mujeres, hacia el sexo, Alejandra sabía que no la había hecho internarse en la selva solo para tener relaciones sexuales con ella. Sabía que había química entre ellos, pero jamás lo había experimentado con nadie con una fuerza tan explosiva. No obstante, lo que no entendía era que Rafael no creyera en el amor.

En su caso, Alejandra jamás había estado enamorada, pero eso no significaba que no ansiara estarlo. Tal vez no lo encontrara jamás, pero no podía cerrarse. ¿Qué clase de vida se puede llevar sin amor?

De repente, comprendió el oscuro vació que había visto en los ojos de Rafael. Era un hombre que vivía una vida sin amor.

¿Por qué? ¿Por qué había tomado esa decisión? ¿Y por qué le importaba a ella?

Caminaban sin hablar, aunque ayudaban a aliviar el silencio los cantos de los pájaros e insectos que habitaban la selva. De vez en cuando, Rafael miraba por encima del hombro para asegurarse de que ella lo seguía, pero lo hacía tan solo durante un instante, como si en realidad no le importara que ella se cayera en un charco y no volviera a levantarse. Evidentemente, se arrepentía de haberla invitado, por lo que Alejandra decidió no acercarse demasiado a él.

Visitarían la hacienda tal y como habían planeado, regresarían a la casa de Rafael y, cuando él le hubiera dado la respuesta sobre el préstamo, Alejandra se marcharía. Rafael Medina la quería fuera de su vida para siempre.

Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que él se había parado hasta que choco contra él.

-Lo siento. ¿Por qué nos hemos detenido?

-Acabamos de llegar a los linderos del cafetal.

Aquellas eran las primeras palabras que Rafael había pronunciado desde su encuentro contra el tronco del árbol y el interrogatorio posterior. Ella miro a su alrededor muy sorprendida, al ver que aún seguían rodeados por la espesa selva.

-Pero si aún seguimos en la selva.

-El café crece en la selva. Los dueños tienen su negocio en perfecta armonía con la naturaleza. Muy ecológico. A ti te importan ese tipo de cosas, ¿no Alejandra?

Volvían a lo de siempre. Duras miradas y comentarios sarcásticos cargados de un significado que ella aun no podía interpretar.

-Sí, claro que sí. Además, conozco perfectamente la historia de la hacienda. La razón por la que estamos dispuestos a pagar el precio que piden por el café es por que crece en un entorno ecológico. Si hubiéramos utilizado café más barato, tal vez habría podido devolverte ya tu préstamo.

-Sugiero que pospongamos esta conversación hasta que hayamos terminado nuestra visita al cafetal.

Atravesaron ríos y arroyos, junto a los que pastaban las cabras. Las gallinas corrían sueltas y un grupo de niños jugaba a su alrededor. Mientras se acercaban a unas pequeñas edificaciones, un hombre y una mujer salieron para recibirlos. Aparentaban unos setenta años, pero por su piel curtida y sus usadas ropas. Podrían fácilmente haber sido más jóvenes.

La mujer saludo a Rafael con enorme cariño y respeto. Él hablaba en portugués muy rápidamente, señalando de vez en cuando a Alejandra. La pareja escuchaba atentamente y, de vez en cuando, lanzaban miradas ansiosas a la joven. Alejandra suspiro. Conociendo a Rafael Medina, seguro no era nada bueno.

-¿Les incomoda que yo me haya presentado tan de repente? Si es así, podemos darnos la vuelta y marcharnos a tu casa.

-No, tu visita no les incomoda, pero, naturalmente, les preocupa.

-¿Por qué? ¿Acaso saben que mi empresa está pasando por dificultades?

Rafael no contesto y prosiguió su conversación en portugués con la pareja. Aunque Alejandra no comprendía lo que decían, le pareció que él los estaba tranquilizando por algo. Sus palabras parecieron surtir efecto por que la mujer le agarro la mano y le dedico una mirada de agradecimiento.

Asombrada por el modo en el que se suavizaron sus rasgos, Alejandra observo como Rafael apretaba la mano de la anciana con afecto. "Después de todo, no es completamente incapaz de mostrar sentimientos"

Tras soltar la mano de la anciana, Rafael se giró hacia ella y presento la pareja a Alejandra.

B%-

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