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Camino por las transitadas calles de Seattle. Aspiro aire profundamente recordando el motivo de mi caminar sin destino. Las múltiples discusiones con mi madre y, su continuo ataque de histeria por el abandono de mi padre. A pesar de los años aún el sentimiento de impotencia por no haber intentado retenerlo me atormenta. La situación económica en la cual nos dejó sumergidas ha hecho de aquella madre cariñosa y amorosa una mujer fría, llena de amargura y odio hacia el mundo. Me culpa de no ser útil ni siquiera par retener a mi padre.

Muchas veces he tenido el valor de decirle que los hijos no amarran a los hombres. Que cuando no eres prioridad para un hombre entonces estás en una relación vacía. Luchando contra el destino de que ese hombre te abandone por cualquier motivo, más aún cuando no le eres útil y le restas tiempo y provecho en este caso nosotras.

Para mi padre el quedar en la ruina fue el detonante para no seguir soportando los ataques de celos de mi madre. Sus gritos y reclamos lo llevaron a huir de este infierno llamado casa.

—Espero que traigas dinero. —Como siempre lo único importante para ella son los dólares que pueda traer, los cuales terminan en sus tratamientos de belleza, sus salidas nocturnas o simplemente en pagarle a los múltiples hombres que entran a nuestra casa, la cual parece un hotel de paso en donde mi amada madre brinda sus servicios. 

El simple hecho de pensarlo me repugna.

—Si, mamá. —Mi voz sale baja. El miedo a desatar su ira, me reprime de hacer algún comentario que ella catalogue como inapropiado. 

Le entrego lo poco que me pagaron por la revisión de un manuscrito. A pesar de todo mi esfuerzo por culminar mi carrera no he podido, a lo mucho sólo llegué a segundo año de universidad. Al agotarse mis ahorros me vi forzada a dejar mi carrera la cual me hacía gran ilusión terminar. Mi sueño siempre ha sido convertirme en una gran editora pero el paso para hacer realidad mi sueño sutilmente siempre se ve lejano o inexistente.

—¡¿Sólo eso?! —Su gruñido me saca de mis pensamientos. Asiento sin decir una sola palabra. Mi vista se concentra en el suelo. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Mis manos tiemblan e inmediatamente las escondo en mi espalda para que no vea cuán débil me vuelve su estado de ánimo. —Eres igual a tu padre, una inútil. No sirves para nada. —Su mirada cargada de desprecio acompañada de sus palabras perforan cada fibra de mi cuerpo. Mi corazón se estruja al ver los únicos sentimientos que causó en el ser más importante de mi vida. —Ni para sacarle provecho a tu figura. —Una mueca de asco se instala en su rostro. —Con ese cuerpo grasiento ningún hombre en su sano juicio pagaría ni un centavo por ti. —He ahí el motivo de mi baja autoestima. Durante años he sido la burla y el hazme reír de todos, los cuales ven mi cuerpo como una bola de grasa. Alguien que no merece la mirada ni respeto de nadie. Que provoca asco por el simple hecho de tener unas libras de más o, como dirían mis ex-compañeros de estudios, una gorda. —Ya que no sirves para darme lo que necesito, te advierto que mires donde dormir hoy. —Levanto mi rostro para mirarla con asombro. —Tengo visita y no quiero que la desagrades con tu asquerosa presencia. —Asiento con el corazón rompiéndose en miles de pedazos. Vivo para darle lo que pide y, a cambio recibo odio y desprecio.

Sin decir una sola palabra más me retiro hacia mi habitación. Aquel lugar frió y sin vida que se ha convertido desde siempre en mi refugio. Un lugar privado donde la mala vibra de mi madre no es capaz de traspasar la entrada o paredes.

Una cama sencilla con sábanas de algodón me dan nuevamente la bienvenida. Miro a mi alrededor conteniendo las lágrimas. Soportando el dolor por no ser lo que los demás esperan. Por permitir que las burlas y palabras hirientes me afecten. Por ver mis sueños perdidos. Mis metas inexistentes y sentir en el fondo pena por mi misma.

Hermosa Ante Mis OjosWhere stories live. Discover now