Últimos deseos [1/3]

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Ser la mejor amiga de Fred y George Weasley siempre fue todo un reto para Angelina. Nunca sabías lo que podía pasar si ellos dos estaban de por medio. Pero aquello también era lo mejor del mundo entero. Aunque fuera víctima de sus bromas; también la permitían participar en ellas. Podía recorrer los pasillos del castillo a altas horas de la noche sin miedo a que nadie —ni siquiera Filch—la pillara. Incluso le hacían algunos descuentos en sus productos de Sortilegios Weasley.

Su primer curso en Hogwarts, fue el mejor de su vida. Fue el año en el que descubrió que era una bruja; y el año en el que conoció a las dos personas más geniales y divertidas que existían. En su sexto curso, cuando Fred la besó por primera vez, se sintió la chica más feliz del mundo.

Pero dos años después de graduarse, todo aquel perfecto mundo que se había creado en torno a ella, se destrozó en mil pedazos. Se desmoronó por completo, por culpa de una maldita explosión. El chico del que estaba enamorada murió en la guerra. Lo había perdido para siempre. Y poco a poco, sentía que también iba perdiendo a su mejor amigo, aunque de una forma diferente.

Angelina no pretendía hacer que George olvidara a Fred. Ella misma se sentía incapaz de algo semejante. Pero no quería sus dos seres más queridos la abandonaran. No quería quedarse sola. Por eso, no dejó de visitar a George día tras día; tratando de animarlo; intentando que volviera a ser el bromista que conoció en su día.

Aunque cada vez, le resultaba más difícil.

Poco antes de cumplir los 22, consiguió un puesto de Cazadora en el Appleby Arrows. No fue nada sencillo, pues el equipo se negaba tener a una mujer en el equipo. Pero Angelina lo bordó en las pruebas, así que no tuvieron más remedio que aceptarla. Eso supuso pasar menos tiempo con George, cosa que a Angelina le preocupaba bastante. Le gustaba tener a su mejor amigo controlado.

Porque sabía que era capaz de cometer una locura si se despistaba.

Un día, después del entrenamiento, se fue directa a la Madriguera. Llegó con el uniforme del equipo puesto y con la escoba llena de barro. No se veía a nadie por la casa. Se dirigió hacia la cocina, donde vio a la señora Weasley. Esta la recibió con una gran sonrisa.

— ¡Angie, cielo! ¡Qué sorpresa!

—Buenos días, señora Weasley—la saludó ella—. ¿Está George en casa?

— ¿George?—repitió—. No, no... Está en Sortilegios Weasley...

Angelina asintió lentamente con la cabeza. Todavía recordaba la discusión que habían tenido ella y George en la tienda de bromas hacía unos meses atrás.

—En ese caso, volveré más tarde. Siento haberla molestado, señora Weasley.

— ¡No tienes por qué irte, querida!—apremió ella—. ¿Por qué no lo esperas aquí?

Hizo una media sonrisa.

—Gracias, señora Weasley; pero no quisiera ser molestia...

— ¡Qué vas a ser una molestia!—exclamó. Se acercó a Angelina y le quitó la escoba de las manos—. Trae, voy a limpiar esto... Te gusta la cerveza de mantequilla, ¿verdad? ¡Puedo prepararte un poco, si te apetece!

Angelina no tuvo tiempo a responder. La señora Weasley siguió hablando:

—Pasa al salón, si quieres. ¡Como si estuvieras en casa!

Volvió a asentir. Le gustó que la señora Weasley la recibiera como a una más de la familia.

Al entrar al salón, se sentó en el sofá, y vio al pequeño Teddy Lupin echando la siesta en una cuna. En menos que canta un gallo, la señora Weasley le entregó una taza; mientras sonreía de oreja a oreja. Se sentó a su lado, y Angelina bebió un sorbo.

Harry Potter: Historias de la nueva generaciónWhere stories live. Discover now