Capítulo 33. "Perdóname"

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Narra Adrián:

Giré el pomo de mi habitación esperando encontrar a Abby en el pasillo. No sabía por qué esperaba eso si me evitaba a toda costa. Las pocas veces que la encontraba se alejaba de mí corriendo mientras yo gritaba su nombre desesperadamente detrás de ella. Pero, podía soñar, ¿no?

Abrí la puerta y quedé sorprendido porque mi sueño se haya cumplido así de fácil. Abby estaba frente a mí con sus ojos abiertos como platos. Recordé que debía reaccionar rápido si no quería que se fuera corriendo y sonreí.

—Abby —dije con un suspiro de alivio. Ansiaba verla desde la última vez que hablé con ella y no me rendiría hasta hacerlo.

Abby también reaccionó rápidamente y se volteó para comenzar a correr pero la agarré por la muñeca para sostenerla.

—Tenemos que hablar —le dije. 

—¿Y si no quiero? —dijo retándome.

—No te estoy preguntando. Hablaremos quieras o no.

Ella me fulminó con la mirada y agradecí que no haya sido peor que esto. Abby bufó irritada.

—Bien. Pero no me toques —dijo fastidiada y le solté la muñeca. Sonreí por lo bajo por mi pequeña victoria y continué mirándola. No la había visto detalladamente desde hace mucho y tenía que aprovechar ahora que la tenía en frente.

Tenía su pelo rubio suelto, como siempre solía tenerlo, y muy poco maquillaje en su rostro. Ahora que estaba en el castillo, se vestía un poco más elegante pero se veía igual de hermosa para mí. Lo único que cambió fueron sus ojos. Los ojos marrones que siempre brillaban con alegría ahora estaban tristes. No tan tristes como se veían los de Daniela y se notaba que trataba de esconderlo de los demás. Pero a mí no me engañaba. Sabía que sus ojos estaban así porque reflejaban cómo se sentía ella. Y sabía que yo había sido el causante de ello. Y estaba demasiado arrepentido.

—¿Qué miras? —me preguntó con rudeza. Al parecer, no disimulé muy bien porque se dio cuenta que la estaba mirando.

—Lo hermosa que eres —dije siendo honesto y sonreí cuando vi que bajó su cabeza para esconder sus mejillas sonrojadas, o eso creía yo.

Ella parecía regañarse mentalmente y, cuando volvió a subir su rostro, me quedé helado por la sorpresa que me llevé. Abby tenía lágrimas en los ojos. Ya no escondía la tristeza y esta parecía salir de sus ojos en grandes cantidades. Mi sonrisa desvaneció cuando la vi así. Se veía tan débil y parecía necesitar a alguien para que la abrazara o para que la proteja. Yo tuve la oportunidad de ser ambos. Pero la dejé ir. Y todo porque soy un imbécil.

—Adrián, ¿qué quieres de mí? —preguntó y mi corazón se encogió cuando escuché su voz quebrada y llena de dolor. Y todo por mi culpa.

—Abby... —empecé a decir pero las palabras quedaron en el aire cuando no salieron de mi boca. No tenía ni idea de qué rayos podía decirle. No quería hacer que pensara que le estaba dando excusas baratas.

Quería que ella supiera lo mucho que significaba para mí. Quería que supiera que la quería a mi lado por mucho tiempo. Quería poder decirle que lo sentía y que lamentaba haberla dejado ir. Quería hacer que ella dejara de sentirse triste por mí y volviera a su estado de felicidad. Quería que todo volviera a ser como antes. Pero no sabía cómo decirle todo eso. Para mí, no era muy fácil expresar lo que sentía. Y siempre terminaba alejando a todos los que me querían. Así que se me hacía más sencillo rendirme y evitarle mucho dolor a los demás.

Abby negó con la cabeza y bufó. No dejó escapar ni una sola lágrima pero yo sabía que no tardarían en salir. Se dio media vuelta para seguir caminando por donde vino y se alejó de mí, como yo hice con ella en el bosque. Se alejó de mí hasta que estuvo fuera de mi vista y no fui tras ella. Porque soy un tonto.

Narra Luke:

En la tarde, me dirigía hacia la habitación de Daniela. Hace dos días había explotado con ella y aún parecía estar afectada por eso. No quería seguir viéndola mal y menos si yo aporté un poco en eso.

Al llegar a su habitación, giré el pomo de la puerta y entré. Su habitación estaba solo un poco iluminada ya que Daniela tenía las cortinas tapando la luz del sol que solía entrar por sus ventanas. Miré alrededor y no la divisé en ningún lado. Hasta que la vi acurrucada en su cama. Ese había sido como su escondite desde que su madre murió. No sabía si la hacía sentir a salvo o solo que le gustaba estar en esa cama.

Caminé hasta su cama, me acerqué más a ella hasta quedar al borde de esta y me arrodillé frente a su rostro. Estaba completamente tranquila y quieta mientras dormía. La contemplé por unos segundos. Su hermoso cabello negro estaba revolcado sobre sus hombros. Se veía hermosa a pesar de que aún tenía unas leves ojeras.

Tomé su mano en la mía y empecé a mover mi pulgar suavemente en su mano. Eso era una costumbre que tenía con ella que le encantaba. Sonreí cuando eso me trajo viejos recuerdos.

De repente, Daniela se removió en la cama hasta que abrió los ojos. Me sobresalté un poco por la intensidad de sus ojos azules pero rápidamente se me pasó.

—Hola —le dije sonriendo.

—Linda manera de despertar —dijo ella devolviéndome la sonrisa. Su sonrisa era genuina y no parecía ser forzada. Pensé que no volvería a ver esa sonrisa en ella. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba esa sonrisa todo este tiempo.

—Perdón por explotar contigo hace unos días —dije transmitiendo mi arrepentimiento en mis palabras. Ella miró nuestras manos.

—Descuida. Solo decías la verdad. Es solo que...no es fácil escucharla.

—Sí pero no debí explotar así contigo. Perdóname —dije y supe que mis ojos estaban suplicantes. Ella estiró la mano que tenía libre y la pasó por mi mejilla mientras miraba mis ojos.

—No hay nada que perdonar —dijo y sonreí aliviado. Ella también intentó sonreír pero le salió como una sonrisa llena de tristeza.

—No tienes que fingir conmigo —dije y ella se sorprendió un poco por mis palabras. Volvió a poner en la superficie de la cama la mano que, segundos antes, me acariciaba la mejilla.

—¿Fingir qué?

—Daniela, sé que estás mal. Lo veo en tu mirada. Tus ojos están tristes y melancólicos. Tus ojeras delatan las noches que has pasado llorando. Tus sonrisas son rotas cargan con la tristeza que llevas dentro —. Ella se quedó desconcertada. Quizás fue por el hecho de que pensó que engañaba a todos con sonrisas—. No tienes que sonreír como si todo estuviera bien. Cuando estás conmigo, no tienes que fingir.

Ella se quedó estupefacta mientras volvía a mirar nuestras manos entrelazadas. Parecía pensar mil cosas y deseé poder leer su mente en este instante.

Cuando subió su mirada, sus ojos estaban llenas de lágrimas. Luego, hizo algo inesperado para mí. Se abalanzó sobre mí y me abrazó. Quedé sorprendido pero reaccioné rápido y rodeé su cintura con mis brazos.

—Gracias —murmuró en mi hombro. Fruncí el ceño levemente por mi confusión.

—¿Por qué?

—Por entenderme, por decirme esas cosas tan lindas, por tolerarme —dijo y tomó una pausa para suspirar—. Por todo.

Sonreí un poco ante sus palabras.

—No hay de qué, princesa —dije y ella se hundió más en mi nuca. Sentí una leve sonrisa por parte de ella. Y también sentí como la esperanza de que quizás ella mejorara crecía en mí.

Perdón si está un poco corto. :c

Amando lo ProhibidoWhere stories live. Discover now