—Hey, Hey—. El rostro contraído en preocupación de Levi se acerca, sin embargo, no logro tranquilizar nada, al contrario, cada segundo es un paso más cerca al infierno. Un sudor frío se desliza desde la frente. El azabache me sujeta de las manos, quitándolas de la garganta. —Estás teniendo un ataque de pánico, (T/N), solo es un ataque, respira conmigo—. Presiona mis manos hasta que le brindo atención, siento todo el cuerpo temblar, pero le hago caso. Su torso hinchándose por el aire calmado de los pulmones, para después expulsarlo con lentitud, conjunto a una exageración al inhalar y exhalar es lo que logra, de a poco, hacerme volver a la realidad. —Estás bien, puedes respirar—. Se ha percatado que me siento mejor, aun así, no suelta mis manos. Sus dedos abrazan los míos, otorgándome una calidez que agradezco.

—Sí, sí... yo...—. Tengo la garganta seca, por lo que toso. —Lo siento—. Con pausa deja sus brazos caer a los lados de su cuerpo. Dejando un fantasma en donde estuvo su tacto. Lo miro apenada.

—No necesitas hablar de eso si no quieres, has desaparecido y... no sabía dónde te encontrabas, no te habrías ido por cualquier cosa—. Fundamenta, relajado, a pesar de su mandíbula tensa. —Estás en hora de entrenamiento, si te digo que tienes que quedarte aquí, lo haces—. Exige, endureciendo el semblante

El percance pasa desapercibido por todos mis compañeros, quienes habían iniciado con un combate cuerpo a cuerpo con otros miembros, inclusive para mis amigos. No quise pensar más allá en ese momento, pero no puedo negar que una sombría soledad egoísta enfrió mi corazón.

—He tenido pesadillas—. Confieso, abatida con todo lo que está aconteciendo. Es más fácil contárselo a él, a Levi, porque sabe que es lo que está pasando, me ahorra una explicación y acontecimientos que no quiero recordar muchas veces, como la de ahora. —Varios días, a decir verdad, atribuí las pocas horas de sueño al malestar que terminó siendo producto de un veneno—. Continúo sin complicaciones, pues no contesta, aunque sé que me está escuchando por su mirada intensa que hace ebullición con los pensamientos, tardándome un poco más en seguir. —En mis sueños hay una silueta oscura con un color particular brillante en los ojos, un azul—. Frunzo el ceño, acomplejada, pues el rostro mayor de tal hombre se me viene a la cabeza. —No parecía molesto, confundido ni asustado...— Susurro, perturbada.

—¿A qué te refieres? —. Suelta él, confundido por mis palabras que, sin duda, ha escuchado sobre los quejidos de los reclutas entrenando.

—El hombre que estaba hablando con el comandante Erwin, el que le da el rostro y cuerpo a esa silueta, él, es como si supiese todo y nada—. Temo estar perdiendo la cabeza, por lo que, por inercia, lo miro devuelta, buscando un deje de rechazo ante mis divagaciones. No puedo describir con exactitud lo que Levi plasma con sus ojos grises azulados, pero me basta con entender que con él estoy segura.

—¿Crees que ese hombre es...? —. No se explica, pero comprendo a que se refiere.

—No lo sé, maldita sea, no lo sé—. Repito, angustiada.

—No importa, (T/N), no te presiones, todo irá tomando forma acorde se vayan descubriendo cosas—. Sonará estúpido, como una niña enamorada, pero sus palabras logran apaciguar el caos en mi interior. —Por cierto, el recluta, Miguel Conney, ya está siendo interrogado por...—. Lo interrumpo en un arrebato, exaltada.

—¿Miguel Conney?, él no fue quien me atendió, él...—. No era mi amigo, pero si era quien irradiaba confianza, me hizo compañía en una misión, donde, como niños, jugamos a quien asesinaba más titanes. No desconfío de la Legión de Reconocimiento, pero soy testigo como nace en mí una negación. Levi parece comprender.

—Robert Loocke es quien te brindó las pastillas, pero Miguel Conney estaba a cargo de los insumos ese día para enfermería. Habría pasado desapercibido si no fuese porque encontramos una carta rota a su nombre entre los árboles del sector dos, donde le daban a conocer que tenía que cambiar una caja de medicamentos por otras y cambiarla apenas acabase su castigo. Cosa que, al parecer, hizo muy bien, ya que todavía no se encuentran las pastillas con Adelfa—. Relata, y me cuesta creer que tal chico con bello cabello con vida propia tuviese algún tipo de relación con los burgueses.

—Ojalá propine nombres—. Comento, con una sensación extraña en el pecho. El pavor no se ha ido en totalidad, y los antecedentes me atropellan sin cansancio. Saboreo con asco el nombre "Miguel Conney", pues jamás, en lo que llevaba conociéndolo, me lo habría imaginado. Y me gustaría tener una excusa para no tenerle rencor.

El capitán mueve su cabeza afirmativamente, levantando un muro de silencio introspectivo entre nosotros. El corazón me vibra en su caja, pero ya no lo atribuyo en totalidad a malestar.

Presiono las manos a mis costados, siguen algo temblorosas.

No sé qué hubiese hecho si él no estuviese ahí. No creo que lo sepa, pero con él me siento protegida, en un lugar de paz interior. Miro de reojo su mandíbula marcada, sus labios finos y nariz respingada, pasando, al igual, por los ojos entrecerrados y entrecejo fruncido. Sus brazos están cruzados en su pecho con firmeza, provocando un revuelto en mi estómago al recordar la calidez de sus manos sobre las mías. 



Uno para el otro (Levi Ackerman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora