– Siéntate, William. —La voz del director era firme pero serena— ¿Para qué quieres salir de Lexington?

– Verá... Tengo una hermana pequeña de trece años y me gustaría decirle que nuestro padre me ha ingresado aquí para que no me esperé a la salida de la escuela. 

– ¿Una hermana? —La voz de Thomas sonó realmente sorprendido. ¿Delia Morrison tuvo dos hijos? ¿Cómo era posible que no supiera la existencia de esa niña?— Ya veo... Está bien, puede salir. Pero debe volver antes de las diez de la noche.

– Muchas gracias, señor Terrance.

William se levantó y salió del despacho a la vez que el director llamaba a Marie. El muchacho salió al exterior, dirigiéndose a las puertas que, sorprendentemente, estaban abiertas. Mientras tanto, Thomas Terrance informaba a Marie de la existencia de una segunda Morrison. 

– Quiero que sigas a William para ver si su hermana es como él. —Sentenció el hombre, echando a la pelirroja de su oficina, quien salió tras el muchacho.

William salió de Lexington Academy con una extraña sensación. El muchacho solía salir a correr al bosque en el pasado y, alguna que otra vez, había alcanzado los límites del internado pero, ante las advertencias de sus vecinos, jamás se había acercado más allá de los carteles que anunciaban que tu llegada a Lexington Academy.

Bajó hasta el pueblo, dirigiéndose a la escuela elemental donde su hermana estaría haciendo su antepenúltima clase del día. El muchacho se sentó junto la puerta y esperó a que sonara el timbre. Los alumnos empezaron a salir para dirigirse a su penúltima clase. Los chicos saludaron a Will quien, desesperado por ver a su hermana, únicamente levantaba la mano a modo de saludo.

– ¿Will? —La voz de la muchacha levantó a William como si de un resorte se tratara— ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en el instituto?

– Enana... —Susurró el muchacho, aguantándose las lágrimas. Elizabeth sintió que algo iba mal, por lo que abrazó a William. El muchacho se quedó en silencio, sorprendido del gesto de su hermana— Solo tienes trece años. No te preocupes tanto por mí. Tenemos que hablar... Sáltate las dos clases que te quedan.

– ¿Qué pasa? —Preguntó la niña, siguiendo a su hermano a la salida de la escuela.

– Hablaremos mientras tomamos algo en la cafetería de siempre...

Ambos muchachos caminaron por las calles de Lexington en silencio. El dueño de la cafetería los saludó, algo extrañado por la hora en la que habían venido. Los muchachos pidieron lo mismo de siempre, aunque para William aquel batido se sentía como su último lo mismo de siempre. No sabría cuando volvería al pueblo y, por ello, necesitaba disfrutar de cada segundo que le quedara junto a su hermana pequeña.

– ¿Qué está pasando, Will? Y no me digas que soy demasiado pequeña para preocuparme por ti...

– Verás... Padre, digo, papá me ha internado en Lexington Academy. 

– ¿Que ha hecho qué? ¡Ese lugar está maldito! 

– Maldito, no sé. Pero es muy raro... Lo que te voy a enseñar no lo puede saber nadie... Papá llegó a casa y me pilló saltándome clases. Tras echarme la bronca, subí a mi cuarto. Jamás me gritó como hoy, Liz... Al rato, papá subía para disculparse para gritarme pero... —Los vasos de todas las mesas empezaron a levitar a causa de las lágrimas de William que caían por sus ojos— La ropa de mi armario comenzó a volar a mi alrededor...

— Will... —Elizabeth sujetaba su vaso con una mano y la mano de su hermano mayor con la otra. En cuanto William sintió el tacto de la niña, dejó de llorar, haciendo que los vasos cayeran sobre las mesas. La gente empezó a mirar a su alrededor, sin entender que acababa de pasar— ¡Ha sido alucinante! ¿Crees qué yo pueda hacerlo?

– ¡No, Liz! —Exclamó el muchacho, mirando a su hermana a los ojos— Si estoy en Lexington Academy es por ser capaz de hacer eso... No quiero que papá te envíe a ti también... He venido para decirte que, al ser un internado, no podré volver a casa...

– Pero, Will...

— Puede que en vacaciones podráis venir a visitarme o algo... —William intentaba sonreír, pero volvía a sentir las lágrimas en sus ojos. Se levantó, dándole la espalda a su hermana— Adiós, Liz...

– ¡Will! —Exclamó la niña, viendo a su hermano alejarse— ¡No me olvides! 

– Nunca, enana... —Susurró él, dejando que las lágrimas cayeran por todo su rostro.

Marie, quien acababa de presenciar una pequeña porción de las capacidades de William, sonrió al darse cuenta de que Thomas Terrance tenía razón y William Morrison era quien ellos esperaban que fuera. Aun así, no parecía que la hermana fuera como él, por lo que corrió a velocidad sobrehumana de vuelta al internado, para reportar sus descubrimientos a su jefe.

Tras La Puerta Del Infierno [Remastered]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora