EPÍLOGO. LAST DANCE

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-¡No es la primera vez que viene! -recordó y yo tuve que hacer un esfuerzo enorme para no echarme a reír-. Suele pasarse por aquí de vez en cuando. ¿Sabes ya cómo se llama?

Me encogí de hombros y Guido me golpeó de nuevo con el trapo.

-¡Eso no se hace! -me exhortó, cabreado-. Ve ahora mismo y pregúntale su nombre. Una mujer así no merece ser ignorada.

Cogí el vaso con el batido que había pedido la chica y regresé a la terraza con deliberada lentitud; deposité con cuidado el batido encima de la mesa, atrayendo la atención de ella, que observó el batido y a mí alternativamente.

-¿No te vas a presentar, al menos? -preguntó significativamente.

Tuve que hacer un esfuerzo enorme para no echarme a reír a mandíbula batiente. Señalé el paseo marítimo y el mar que se extendía más allá; ella siguió con la mirada el movimiento de mi brazo con curiosidad.

-¿Qué importan los nombres en este maravilloso lugar? -pregunté y el pulso se me disparó.

Era como si hubiésemos retrocedido en el tiempo, remontándonos a una noche, hacía ya demasiado tiempo, en una mansión, ambos rodeados de luces estroboscópicas y una elaborada barra donde un hombre se encargaba de proporcionarnos el alcohol que necesitábamos para poder hacer más divertida la noche.

Los ojos de ella resplandecieron, con el mismo pensamiento que yo. Esbozó una sonrisa, una auténtica y emocionada sonrisa.

-Eso me resulta gratamente familiar -comentó ella, cuya sonrisa se había ido ensanchando cada vez más.

Enarqué una ceja con diversión y una pizca de añoranza.

-Luego tuviste que llamar a tu amiga para que viniera a rescatarte de mis garras -recordé con una traviesa sonrisa-. Bonnie se encargó de dejarme bastante claro lo que sucedería con mi descendencia si te había hecho algo.

Lejos ya de seguir con el juego de fingir que éramos dos completos desconocidos, Genevieve se humedeció los labios y ladeó la cabeza para mirarme mejor, recordando la primera vez que nos habíamos visto.

-Yo creo que todo funciona perfectamente -se burló Genevieve.

Me apoyé de nuevo sobre el respaldo de la silla.

-Hace tiempo que no lo comprobamos.

Ella se encogió de hombros.

-Hemos estado... ocupados -respondió.

Genevieve tenía razón: había tardado más de lo esperado en despertar del coma en el que me habían inducido después de haber sido apuñalado por Patrick Weiss y, cuando lo hice, me topé con una consumida Genevieve que no había cesado de disculparse por no haber disparado antes; mi padre se había reunido conmigo a solas para poder ponerme en situación después de haberme perdido tanto.

Me explicó cómo me había encontrado inconsciente y ensangrentado en brazos de Genevieve y un agonizante Patrick Weiss, que murió poco después de camino al hospital. Continuó diciéndome qué había sido de los Clermont, a excepción de la hermana mayor de Genevieve, quien resultó no estar tampoco al tanto de los negocios de su familia; además de los Weiss, quienes habían resultado estar tan podridos como Marcus Clermont.

Ahora que Genevieve se había quedado sin nada y mi padre había sido elegido presidente en funciones hasta que se tomara una decisión al respecto, por lo que decidió que se quedara con nosotros un tiempo. Fue entonces, una noche en la que había decidido quedarse un tiempo más en mi dormitorio, cuando me había explicado de qué habían hablado mi padre y ella en su despacho: Genevieve le había suplicado a mi padre que la ayudara a salir del país después de que detuvieran a su familia, para que no pudieran dar con ella.

LAST ROMEOWhere stories live. Discover now