Destinada a sobrevivir.
Destinada a luchar.
Destinados a protegerse.
Geralt de Rivia, conocido por muchos nombres, pero por todo el mundo como Brujo (witcher), un mutante creado para matar monstruos a cambio de unas monedas.
Su vida solitaria...
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Bosque cerca de Crinfrid
Cabalgamos al trote hacia el bosque, que se había convertido en nuestro refugio. La tormenta de nieve había amainado, y solamente caían unos ligeros copos por aquí y por allá.
Viendo que el pobre bardo había estado a punto de dormirse encima de Pontias (estaba segura de que había tenido algún microsueño, puesto que había visto por el rabillo del ojo cómo se enderezaba de pronto tras rebotar su cabeza en la nuca del caballo), me apresuré a hacer aparecer una tienda de campaña como la mía, sencilla en el exterior, pero amplia y cálida en el interior. Jaskier entró corriendo antes de que pudiera decir buenas noches.
También hice aparecer una hoguera para evitar frío y alimañas, y calenté mis manos mientras Geralt instaba al veneno a irse de su sistema, de rodillas, con respiraciones meditativas.
Observé, embelesada para mi fastidio, cómo su piel dejaba de ser cetrina, sus venas negras desaparecían y sus ojos volvían a ser dorados. Suspiró, irritado.
—Cuando digo que corras, corres. Cuando digo escóndete, te escondes. Cuando te digo que cojas el caballo...— Gruñe enojado.
— Que sí. Ya te he entendido.— Corto por lo sano, sin paciencia para escuchar el mismo sermón de nuevo. — Pero sigues viéndome como la niña a la que enseñaste a luchar contra un muñeco de paja con una espada de madera. Y has comprobado cómo puedo luchar a tu lado como cualquier brujo. Y mejor.— Le recuerdo, sin poder evitar el orgullo se filtre en mi tono. Suelta el aire entre dientes.
—Nunca es fácil comprobarlo.— Admite, voltea su cabeza hacia mí, y me mira de tal forma que sus ojos parecen mantequilla líquida.— Entiende que no puedo evitar protegerte. Está en mi naturaleza desde la primera vez que te vi.
—Soy tu destino.— Mascullo irónica, tras mover mis ojos hacia el fuego, evitándolo.
—Eres mucho más que eso, Ciri.— Su voz es ahora tan cálida también que siento que me baña, poniéndome la carne de gallina. Pero su rechazo todavía escuece.— No falta nada para el amanecer, ¿me acompañas a dar un paseo?— Me pregunta tras un rato, notando sin duda mi reticencia. Suspirando, acepto con un asentimiento.
Caminamos entre los árboles, dejando atrás el claro donde acampamos. Sólo se escucha el crujir de la nieve bajo nuestras botas, y puedo oler el amanecer rosado que ilumina poco a poco los pinos. No nos tocamos, mi postura ligeramente defensiva, con las manos en los bolsillos de mi vestido; Geralt, en cambio, camina relajado con las manos sueltas a los costados, moviendo de vez en cuando los dedos, como si quisiera agarrar algo.
—Leí tu carta.— Suelta entonces, de repente. No puedo evitar emitir un gemido mortificado mientras mis mejillas se encienden.— No te odio, Ciri. Ni siquiera estoy enfadado desde hace mucho.— Alzo los ojos hacia él, con el corazón retumbando en mis costillas.
