Destinada a sobrevivir.
Destinada a luchar.
Destinados a protegerse.
Geralt de Rivia, conocido por muchos nombres, pero por todo el mundo como Brujo (witcher), un mutante creado para matar monstruos a cambio de unas monedas.
Su vida solitaria...
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No había sido la declaración que había planeado en un primer momento. Los nervios y el pánico me habían hecho irme por la tangente y temí meter la pata cuando los miedos salieron primero que los anhelos, pero en el momento en el que ella soltó la frase de "mis sentimientos por ti" cualquier temor se esfumó. Incluso aunque no había sido completamente explícita, me había bastado.
Y cuando por fin, después de tantos años, solté de mi pecho ese te amo, Ciri y ella me correspondió, tuve la tentación de pellizcarme para comprobar que no estaba soñando. Y en ese momento, supe que todo, al final, saldría bien de una forma u otra.
No pude resistirme a volver a probar sus labios, los cuales había añorado tanto como el aire fresco en una ola de calor, y pronto sentí esa hambre voraz que me invadía cuando la tenía en mis brazos. Y esta vez, por fin, después de más de medio siglo, podría saciarla.
En cuanto entré en la tienda, cerré la puerta con un Yrden. Mi intención era recuperar todo el tiempo perdido, y eso contemplaba mínimo 3 días sin salir de esta cama.
No iba a permitir que el bardo lloriquease abriendo la puerta para que le diésemos de comer.
Podría buscarse la vida por una vez.
Cuando sentí sus dedos sobre mi piel desnuda, me estremecí. Jamás me habían tocado con tanta delicadeza, ni siquiera tenía algún recuerdo parecido en mi más tierna infancia.
No me eran extrañas las mujeres, y había experimentado sus manos en todas las partes de mi cuerpo, al igual que ahora notaba las de Ciri, pero su tacto me hizo sentir, por vez primera, que pertenecía a algún lugar. Y ese lugar, mi hogar, era a su lado. Fuera donde fuese, incluso cualquier lugar perdido en este vasto Continente.
Mi mente había sido prolija en detalles e imaginación en mis sueños, pero la realidad no podía compararse. Ni la sensación de su piel cálida y suave bajo las yemas de mis dedos, lamiendo llamas por todos mis nervios; ni la belleza en las curvas de su cuerpo desnudo, a la vez largo, flexible y con cada músculo marcado bajo su tez nívea. Hasta su aroma a jazmín y azahar había aumentado en intensidad, hasta intoxicarme felizmente en cuanto besaba su piel.
El sonido de sus gemidos escapándose entre sus labios rojos e inflamados por mis besos se quedaría grabado en mi mente a fuego por siempre, al igual que sus ojos violetas, brillantes y nublados por el deseo de tenerme... a mí.
Y el sonido prófugo de su placer junto a su expresión, que fue el detonante de mi propio placer... no podría jamás describirlo con la suficiente precisión, pues no existían palabras en el vocabulario que le hiciesen justicia, pero, jamás, podría olvidarlo.
Mi adicción por ella no había hecho más que aumentar, y sabía que querría escuchar esos lamentos placenteros a cada hora posible.
