XLIV. WE WERE SO CLOSE.

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En los cuatro meses que me había pasado allí, no había tocado ni una sola botella y mucho menos algún cigarrillo. Pero hoy iba a darme un pequeño capricho.

Por los viejos tiempos. Por esos tiempos donde no me importaba lo más mínimo la gente que me rodeaba y simplemente me dedicaba a pasármelo bien.

Echaba de menos a ese R.

Brutus gimió lastimeramente ante mi falta de atención y frotó su húmedo hocico sobre mi pecho. Le di un trago largo a la botella antes de bajar la mirada hacia el cachorro.

-¿Sabes qué? –cualquier persona normal habría pensado que estaba pirado por estar hablándole a un perro, pero no me importaba-. He sido yo quien la ha empujado a ella a que haga eso -«A que se folle a ese gilipollas», terminé mentalmente.

Era cierto. Le había dicho a Genevieve que no estaba dispuesto a arriesgarme de nuevo con ella y eso debía haberla hecho cambiar de opinión, o quizá había cambiado de opinión respecto a dejar que Patrick le enseñara sus «conocimientos sobre el sexo», que seguramente fueran insuficientes.

-En el pasado esos hubiéramos sido ella y yo –comenté y Brutus me miró atentamente, como si pudiera entenderme de verdad.

Hacía cuatro meses, si las cosas hubieran salido bien, esos hubiéramos sido Genevieve y yo en nuestro apartamento, en cualquier ciudad lejos de Bronx y sin tener que preocuparnos de nada. Ella estaría terminando su último año de instituto y yo habría empezado en la universidad, incluso tendría un trabajo para poder costearnos nuestra nueva vida juntos.

Cerré los ojos mientras vaciaba la botella de whisky de un trago y me lo imaginé. Nunca había sido un chico que le gustase mucho hacer uso de su imaginación, a no ser que tuviera que ver con alguna chica con buenos atributos, pero aquello me desbordó; se me instaló un ya conocido peso en el pecho y se me escapó un gemido. Casi un sollozo.

Por mucho que me hubiera repetido que podría hacerlo, en aquellos momentos sabía que jamás lo lograría. Los cuatro meses que había pasado en la Academia Militar me habían servido para añorar muchísimo más a Genevieve; sabía que no podría acercarme a ella sin ponerla en riesgo frente a su familia, pero había creído que la separación sería más... llevadera. Que conseguiría lidiar con ello.

Pero aquello me estaba sentando como si me estuvieran dando una paliza. Cada gemido que se colaba hasta allí se me clavaba en lo más profundo de mí, demostrándome que estaba equivocado respecto a mi decisión de querer estar alejado de ella. Las palabras de Marko me vinieron de nuevo a la mente.

No quería seguir poniendo en riesgo a nadie más por mis decisiones.

La feliz pareja aún trataba de hundir el edificio bajo su pasión desenfrenada y a mí me estaban dando ganas de liarme a puñetazos con alguien o con algo; Brutus me lamió con insistencia y llegué a la conclusión de que lo mejor en esta situación era marcharme de allí hasta que las aguas se tranquilizasen.

O hasta que Patrick cayera redondo del cansancio. O de que le hubiera dado un paro cardíaco, no sabía qué podía ser mejor.

Cogí a Brutus y me lo llevé conmigo al piso de abajo. El maldito perro estaba encantado con la idea de salir de allí y, después de ponerle todo el armamento de correas y demás, abrí la puerta del apartamento para salir al pasillo.

Allí el sonido se amplificaba y las ganas de tirar la puerta de una patada me atraía como una hamburguesa enorme. Cerré la puerta a mis espaldas con fuerza, demasiada fuerza, esperando que aquello los disuadiera de seguir con su festival sexual.

Tiré de la correa de Brutus y lo guié hacia el ascensor mientras el cachorrito iba dando pequeños brincos, encantado.

No podía creerme que le tuviera envidia a un maldito perro que se conformaba con tan poco.

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora