CAPÍTULO 10: SE BUSCA

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Suga abrió la ventana, la única forma de salir del apartamento de Jin que encontró. Volvió a pasear su mirada por el lugar sintiendo demasiada curiosidad por el ratoncito que no parecía querer quedarse mucho tiempo en Daegu. Esperaba que después de dejarle la nota, decidiera largarse de allí.

Bajó por la escalera de incendios exterior del edificio y se puso la capucha de aquella sudadera demasiado rosa para él. Tenía que llegar a la casa de los Min antes de que notasen su ausencia. Tendría que soportar el calor bajo aquella prenda. Agradeció mentalmente haber llegado justo después de que los hombres de Agust salieran a cumplir algunos recados que su hermano les había dado, nadie le vería entrar. Tampoco había señales del rey y eso le tranquilizó. Sentía la tensión en su cuerpo, si alguien le veía con esa ropa sabría que algo no era normal. Sacó la pequeña bolsa con analgésicos, gasas, vendas y otras cosas para realizar curas. Era lo único que intentó mantener seco la noche anterior, apenas podía recordar nada. Solo la inmensa sensación de vacío, de oscuridad y luego el aroma a fresas, la calma de un sueño reparador entre pesadillas y la música de guitarra.

Se acercó a la habitación de V, pero su mano se detuvo antes de tocar la puerta. No podía mirarle a la cara, no soportaría ver a su amigo dañado por sus puños y mucho menos su mirada de miedo. No quería convertirse en un monstruo, pero a ojos de V seguro que debía tener ese aspecto. Dejó la bolsa junto a la puerta y decidió irse a su habitación para darse una ducha, quitarse esa sudadera rosa e intentar poner en orden sus pensamientos.

—Diría que el rosa no es tu color y también diría que no has dormido aquí, igual que V. —La voz de Jimin a su espalda hizo que se tensara. Cuadró los hombros antes de girarse para mirarle a la cara.

—Fuiste tú ¿verdad? Tú te encargaste de atar a V cumpliendo las órdenes de mi hermano como el perro faldero que eres. Pero ¿sabes qué? Le importas una mierda, cuando no le seas de utilidad se deshará de ti. Agust solo nos mantiene con vida por dos razones: la primera es que no se manchará las manos de sangre nunca y la segunda es que le servimos para obtener lo que quiere. Pero vuelve a acercarte a V para hacerle daño y haré que tu cadáver aparezca flotando en cualquier presa. —Suga estaba tan cerca de Jimin y su mirada era tan fría, que Park no tuvo ninguna duda de que sería capaz de cumplir con sus amenazas.

—Agust ha salido, tenía que reunirse con el alcalde y con un par de personas más. No sabe que no has dormido aquí y que V no está tampoco. Pero me ha dejado trabajo para ti, ve a recordarles a los del mercado que tienen que pagar por la protección del rey esta semana o Agust le dará luz verde a Jack para que lo queme todo y se queden sin negocios. Y no me amenaces de muerte, a veces estar vivo es el peor castigo. —Jimin no dijo nada más y se fue caminando con la cabeza en alto, sin arrepentimientos por lo que había hecho, sin remordimientos por haber roto la amistad de Suga y V.

El enfado de Suga creció y apretó los puños, entonces observó esas tiritas rosa con fresitas que llevaba en sus nudillos y el enfado empezó a bajar lentamente. Aquel ratoncito tenía un color favorito, eso estaba claro. Entró en su habitación, fría y oscura, se quitó la sudadera rosa y la tiró en la cama. Se sentó en el suelo y rebuscó en el único bolsillo que tenía esa prenda con olor a fresas y sacó la foto de Min Areum, su madre. Cuando murió, su padre se encargó de que no quedase rastro de ella, como si nunca hubiese existido, como si se tratase de un fantasma. Suga no pudo guardar ni siquiera una fotografía, pero cuando se despertó aquella mañana en el apartamento del ratoncito sintió que su corazón se saltó un latido cuando vio el rostro de su madre pegado en la pared. No pudo evitar llevarse la fotografía, los ojos dulces y la sonrisa amable que tenía en su memoria no le hacían justicia a aquella foto. Abrazó sus piernas pegándolas a su pecho sin dejar de mirar a su madre, dejando que un cálido recuerdo viniese a su mente y permitiéndose recrearse en él. Porque aunque parecía imposible de creer, hubo un tiempo en el que Suga había sido feliz, uno breve y fugaz.

The D caseOù les histoires vivent. Découvrez maintenant