Capítulo 80

37 9 8
                                    


Dani

Por la mañana desayunamos allí mismo, sobre las esterillas. Para descender nos tiramos por la tirolina y, ya en tierra firme, seguimos con nuestra ruta.

Visitamos un pueblo muy curioso, la comunidad tikuna de San Pedro, y ahí fue donde nos dejaron los kayaks que llevamos hasta nuestro siguiente alto en el camino: el parador Flor de Loto.

Todavía me relamo al pensar en el delicioso pescado y en las bananas asadas que comimos. Admiramos la belleza de la victoria regia o flor de loto amazónica, un nenúfar que era el más grande de todos los lirios de agua. Nada más y nada menos que cuarenta centímetros de diámetro. Se abría al anochecer, desprendiendo un aroma a albaricoque que era pura delicia.

También vimos guacamayos sobrevolando nuestras cabezas y osos perezosos.

Allí nos recogieron en bote para dirigirnos a la isla de los Micos. Nos sorprendió la compañía de unos fantásticos delfines rosados, que se entretenían jugando alrededor del barco. Estaba gozando como una niña, no dejaba de reír al admirarlos y pensar que el lugar de los animales era estar en libertad.

También divisamos un montón de aves de plumaje colorido. ¡Incluso vimos un par de caimanes que parecían sacados de unas camisetas Lacoste!

La isla estaba en pleno corazón del Amazonas colombiano. Anselmo nos contó que había entre tres mil y cuatro mil monos fraile. Eran muy sociables e inquietos, aunque algo agresivos entre ellos. En la década de los sesenta el americano Mike Tsalikys colonizó la isla y desde entonces se explotaba con fines turísticos. Nos pasó unos cuantos plátanos para que pudiéramos alimentar a los graciosos animalillos, que ya nos estaban esperando.

Víctor parecía encantado dándole de comer a un ejemplar que se le había subido al hombro. Cuando el pequeño monito terminó, en muestra de agradecimiento se puso a desparasitarle el pelo. Yo me eché a reír ante tan tierna imagen y traté de inmortalizar el momento con la cámara.

—Víctor, di patata —lo animé.

Él empujó las comisuras de los labios hacia arriba, dispuesto a tener la foto más increíble que habíamos logrado hasta el momento.

—Patat... Grrrrllll.

Hice clic al botón de la cámara y abrí los ojos desmesuradamente por la imagen que me devolvía la pantalla.

El pequeño mico, al ver la boca abierta de Víctor, lo había agarrado por el pelo, se había plantado de frente y había endiñado su minúscula banana en la boca de mi marido, empujando las caderas en ella.

Los demás viajeros se echaron a reír y a alabar la hombría del pequeño macaco, que, ni corto ni perezoso, se estaba dando un festival de sexo oral entre especies.

Víctor peleaba por sacarse al bicho de la boca tratando de no hacerle daño, debido a su diminuta envergadura. Finalmente, lo logró y escupió como un loco a la par que el monito salía disparado y terminaba ofreciéndonos una paja en toda regla.

El resto del grupo no podía dejar de reír, y no era de extrañar, no todos los días se ve un pequeño mono que intenta follarle la boca a un humano.

A Víctor se le quitaron las ganas de juguetear con ellos y ya no quiso ninguna foto más de recuerdo.

Terminamos montando allí las tiendas y pasamos la noche temiendo que pudieran hacernos alguna trastada. Yo no podía dejar de reír cada vez que recordaba al pequeño mico tratando de que Víctor le hiciera una felación.

—¿Vas a pasarte toda la noche así? —No lo decía enfadado. Estábamos sentados terminando de cenar.

—Ay, Víctor, es que no todos los días trata de violarte un mono.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now