Capítulo 25

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RAFA

La vi desaparecer del vagón y mirar hacia dentro cuando ya estaba en el andén. La sentí tan lejos y tan cerca a la vez.

Llevé la yema de mis dedos al lugar exacto donde sus labios habían dejado su imprenta, tratando de memorizar la sensación del que recibe sin pedir, y me sentí tan jodidamente bien.

Me estaba permitiendo una pausa dentro del caos, trataba de ubicarla en mi desorden y no sabía muy bien dónde la encajaría. Ella no era como las demás y tampoco podía pretender que lo fuera. Vi el enorme cartel dentro del almacén mental que tenía en la cabeza y supe al momento que iba allí. Dani pertenecía a mi pequeña lista de intocables, que se reducía a unos pocos nombres, y aunque en el fondo deseaba que no fuera así, sabía que ese era su lugar.

Anhelé, con las pocas fuerzas que me quedaban, que ambos fuéramos libres, que me dejara conocerla un poco más. Me dieron ganas de olvidar mis cicatrices, de sentirme libre para perderme en su energía, en aquellas sonrisas que me volvían loco y en esa piel que moría por saborear.

Me obligué a cerrar los ojos, a interiorizar que eso nunca sucedería. Dani amaba a su prometido y yo no era tan cabrón, o quizás sí, pero ella merecía mi respeto y yo no iba a hacer nada que la condicionara.

Me limité a fantasear pensando en cómo sería una vida sin Víctor y Olivia. ¿Qué habría ocurrido si no existieran? Probablemente que habría sacado toda la artillería pesada para su conquista, porque nunca había sentido una conexión tan brutal, una que me pellizcaba en el pecho, que me dolía en lugares que creía yermos.

Me empalmé tanto y tan bruscamente que no pude aguantar ni a llegar a casa. Tuve que meterme en el baño del tren y aliviar la tensión de mi bragueta pensando en unos brillantes ojos de gata.

«¿Qué me has hecho, Dani?», pregunté contra el cristal de aquel desvencijado baño mientras el agua caía al ritmo de mis pulsaciones.

Tenía que ser coherente y marcar ciertas distancias. Tal vez pudiera permitirme la licencia de coquetear con ella porque estaba en mi naturaleza de seductor, pero bajo ningún concepto traspasaría la delicada línea que pudiera comprometerla. Quería protegerla de mí y de cualquiera que pudiera hacerle daño en modo alguno.

Lo que ella me había aportado en un solo día era mucho más que lo que me había dado mi mujer en años y eso era sumamente peligroso, porque me hacía querer más y yo era un hombre de apetitos voraces, de excesos, y ahora solo me apetecía que ese exceso tuviera nombre propio. Aquella asturiana podía convertirse en la adicción más dura, y yo ya me sentía un yonqui de su olor.

Cuando llegué al piso, tras poner la gasolina al coche, se me hizo un mundo subir. Arrastré los pies hacia el ascensor como si en vez de entrar en mi casa fuera directo al patíbulo.

Tuve suerte, Olivia no me había esperado y se había metido en la cama. Me preocupó. Conociéndola, sabía que no habría cenado y me vapuleé mentalmente por ello.

Era un mal hombre, un mal compañero, estaba enferma y yo me había permitido la licencia de estar por ahí, bebiendo, disfrutando de la compañía de otra mujer para dejarla sola, desasistida.

Las palabras de Andrea vinieron a mí, clavándose como dagas cubiertas de ponzoña. ¿Estaría comportándome mal con Olivia? ¿Merecía verdaderamente sus desprecios? No me sentía con fuerzas de seguir pensando, mañana sería otro día y trataría de hacerlo mejor.

Me di una ducha y fui directo a la cama. Hoy tampoco me apetecía cenar, solo recrearme en el recuerdo de unos ojos felinos que me calentaban el alma.

DANI

¡Sí, quiero! Pero contigo noDove le storie prendono vita. Scoprilo ora