Capítulo 19

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RAFA

El tipo de al lado había desaparecido y justo delante de mí, de espaldas, se había sentado una rubia que olía de maravilla. Tenía el pelo sedoso recogido en una cola alta, con las puntas perfectamente cuidadas.

Olivia era una maniática de las puntas abiertas y yo había aprendido a diferenciar una melena cuidada de un pelo estropajo. Además, era mucho más agradable acariciar una melena como aquella que la de la duquesa de Alba.

De reojo observé unas piernas infinitas que asomaban por el lateral del asiento y que calzaban unos tacones de los de «chúpame la punta», que tanto me excitaban.

Me removí inquieto al imaginarme entre aquellos muslos, la desnudaría por completo pidiéndole que se dejara los zapatos de tacón. La polla brincó en mi entrepierna empujándome a hacer algo.

La chica viajaba sola, nadie ocupaba el asiento de al lado, así que tenía vía libre para atacar. El tren era un lugar tan bueno como cualquier otro para mi objetivo, que no era otro que montar a esa preciosidad. No le había visto el rostro, pero estaba convencido de que la propietaria de un pelo y unas piernas así no podía ser fea.

Me aclaré la voz y murmuré en el punto exacto donde sabía que iba a encontrar su oreja.

—No he podido dejar de mirar tus fantásticas piernas, de imaginarlas alrededor de mi cintura mientras te regalo el mejor orgasmo de tu vida. —Escuché como contenía la respiración—. Tal vez pueda parecerte un poco directo, o quizás atrevido, pero nunca podría perdonarme si no te digo lo que me haces sentir. Sé muy bien lo que quiero cuando lo veo, y hoy te quiero a ti.

Ella carraspeó y, sin mirarme, respondió:

—Pues no creo que a mi prometido le haga mucha gracia que rodee a un desconocido del tren con mis piernas para que me regale el mejor orgasmo de mi vida.

Sonreí ante su tono impertinente.

—¿Y si me convierto en conocido sí que le haría gracia? —Creí escuchar una risita que me envalentonó—. A mí tu prometido me da igual. No te ofendas, pero no quiero tirármelo a él ni casarme contigo, el altar se lo dejo a otros. Yo solo deseo follarte hasta que me digas basta después de haberte corrido infinidad de veces. Anhelo recorrer tu cuerpo con mi boca, saborearte como nunca lo han hecho y perderme en esos puntos erógenos que ni siquiera tú sabes que te excitan. —Atisbé la piel de su cuello erizándose al percibir el contacto de mi aliento—. Dime que sí, que quieres un mediodía o una tarde conmigo para que te demuestre lo que juntos somos capaces de hacer.

La sintonía del tren anunció la próxima parada: Cabrera de Mar.

¡Mierda, era la mía y tenía que bajarme! La vi levantarse, no podía tener tanta suerte de que bajara en mi misma parada.

Me incorporé a la par que ella tratando de atisbar su rostro, porque su cuerpo ya me había dejado la garganta seca.

Por la tarde había refrescado un poco. Llevaba un vestido de punto con falda lápiz en color crudo y un blazer finito que, hasta el momento, había viajado sobre sus muslos. Quién hubiera sido chaqueta para poder cubrirla de aquella manera. Le estaba costando meterse una manga y, atraído como una polilla a la luz, yo le facilité el acceso. Mis dedos sintieron el roce involuntario —o tal vez no tan involuntario— de su sedosa piel, que se me antojó sublime.

Ella se giró abruptamente ante el contacto y sus ojos grises impactaron contra los míos con fuerza.

¡¡¡Booom!!!, acababa de estallarme la bomba en toda la cara.

Su gesto de sorpresa y el mío no tenían desperdicio.

Mi nuez subió y bajó con fuerza, desviando su atención. Los pómulos de Daniela enrojecían a marchas forzadas chupando todo el color de los míos, que se evaporaba por completo. Estaba lívido ante la sorpresa, las barbaridades que le había soltado eran para condecorarme como capullo del mes.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora