Capítulo 62

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RAFA

Dani estaba paladeando el postre con tanto placer que me tenía embelesado.

—¿Seguro que no quieres? —preguntó relamiendo la cuchara—. Esta tarta casera de manzana con helado de canela es puro vicio.

—Puro vicio sería esparcirla sobre tu cuerpo y comérmela sin cuchara. —Ella se echó a reír rescatando unas migas con la lengua de su labio superior—. A ti lo que te pasa es que te gusta ponérmela dura.

—Para eso no me hace falta ofrecerte tarta.

—En eso tienes razón.

Cogió una cucharada generosa y me la ofreció balanceándola ante mis labios.

—¿Seguro que no quieres? Está muy rica —me tentó.

—No me hace falta probarla para verlo, prefiero contemplarte degustándola y perderme en esos ruiditos que emites.

—No sabes lo que haces —argumentó sonriente, llevándose la cucharada a la boca.

Un pensamiento cruzó mi cabeza y lo solté sin pensar en las consecuencias.

—Te casas en catorce días —observé como si todavía no diera crédito a que fuera a suceder.

Su cara se constriñó y apretó las cejas soltando la cuchara sobre la mesa.

—¿A qué viene eso ahora?

—A que falta muy poco —reflexioné en voz alta.

—Lo sé. En cinco días cogeré el vuelo hacia Gijón, necesito estar unos días antes para prepararlo todo. Sigues queriendo venir, ¿verdad? —cuestionó indecisa.

Olivia había declinado amablemente la invitación porque sabía que yo pensaba asistir, al igual que Jose y Andrea.

—Claro que sí, es un día muy importante para ti. ¿Por qué no debería querer ir?

Ella cogió aire y se apoyó en la mesa, contemplando mi mirada con atención. «Que no se me note lo que pienso, por favor», rogué para mis adentros. Estaba convencido de que iba a ser peor que caminar cinco kilómetros sobre brasas encendidas.

No estaba seguro de cómo había ocurrido o cuándo, o si en algún momento no había sido así, pero la realidad era que estaba enamorado de Dani hasta las trancas, aunque jamás se lo había dicho y me había costado muchísimo el reconocerlo.

El acuerdo fue muy claro desde el principio y, pese a que hubo una pequeña modificación en los términos, sabíamos que no podían mezclarse sentimientos. «Sexo, solo sexo», me recordé a mí mismo. Lo malo era que el cabrón de mi corazón parecía no haberse quedado con la letra de la canción.

Traté de que fuera así, o quizás verdaderamente nunca lo hice y solo le coloqué el disfraz de sexo a lo que siempre había sido amor. Estaba ahí, agazapado tras cada sonrisa, abrazo o caricia que nos prodigábamos. Ese sentimiento infinito que desataba miles de mariposas en mi estómago, que me hacía revolotear el corazón, empujándome a creer que no merecía una mujer que me diera menos que eso en mi vida.

Con Olivia todo eran desprecios y con Dani, alegría. Discutíamos, sí, porque los dos teníamos un fuerte carácter y éramos muy intensos, pero después nos fundíamos a besos, porque un día enfadado era un día perdido y yo ya no estaba para perder el tiempo.

Dani jugueteó con la servilleta y se limpió los labios. Tendió ambas manos sobre la mesa para que se las cogiera y eso fue justo lo que hice. Tenía un deje de tristeza en la mirada, un brillo opaco que me preocupó sobremanera.

—¿Te ocurre algo? —inquirí temeroso.

—Creo que ha llegado el momento. Tarde o temprano tenía que suceder y, aunque ha sido maravilloso, tú lo has dicho, me caso en unos días y esto tiene que llegar a su fin.

El pecho se me acababa de abrir en canal. ¡Joder, cómo dolía! ¿Cómo podía una simple afirmación haberme llevado a ese punto? Llevábamos toda la tarde en la cama ¿y ahora cuatro palabras iban a cambiarlo todo?

—¿Me estás diciendo que me dejas por decirte que te casas en catorce días?

Ella negó.

—No, no te confundas. No voy a dejarte nunca, porque lo nuestro va mucho más allá del sexo. Eres mi amigo, mi compañero de fatigas y moriría si te perdiera. Simplemente, ha llegado el momento de dejar de acostarnos juntos. Voy a casarme con Víctor y alargarlo más sería...

—No te cases —solté de sopetón.

Ella dejó ir mis manos de golpe como si le hubiera dado una bofetada en pleno rostro y me miró con horror.

—¡No me lo puedo creer! ¡Me lo prometiste! ¡Me juraste que ninguno de los dos trataría de meterse en la relación del otro! ¡No puedes pedirme eso, Rafa! ¡No puedes!

—Él no te hace feliz y lo sabes —arremetí atacando el que creía su punto débil.

—No te atrevas a opinar sobre mi relación. Si yo no lo hice con la tuya con Olivia, tú no vas a hacerlo con la mía. No voy a cancelar la boda ni por ti ni por nadie, que te quede claro. Sabías desde el principio a lo que te atenías, que me iba a casar, y pienso hacerlo. Nada ni nadie va a hacer que cambie de opinión.

Cuando se ponía farruca, no había quien la ganara. Sabía que no sacaría nada y, aun así, no podía dejar de insistir. Para mí era demasiado doloroso entender que lo que habíamos compartido llegaba a su fin.

—Pero, Dani...

—Ni peros ni peras. Si quieres fruta, vete a la frutería. —Se levantó de la silla—. Llévame a casa, Rafa. O mejor déjalo, me pido un taxi y me voy sola. —Agarró el bolso y se lo colgó del hombro.

—De eso nada, yo te llevo. —Saqué el dinero suficiente de la cartera como para pagar la cena y dejar una propina generosa.

—De verdad que no hace falta, me sé el camino de sobra —insistió.

—Pero quiero hacerlo. Necesito hacerlo y que aclaremos la situación, no quiero terminar así la noche.

—No hay nada que aclarar. Me caso en dos semanas, fin de la historia.

Sus ojos grises brillaban con furia. Estaba muy enfadada y yo, completamente abatido.

Debía arreglar mi metedura de pata, no podía dejarla marchar así, aunque tuviera que tragarme mis sentimientos, aunque supusiera dilapidar mi corazón lanzándome de cabeza a una muerte segura.

Necesitaba estar a su lado, aunque solo me convirtiera en su amigo en lugar de en su amor prohibido.

¡Sí, quiero! Pero contigo noΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα