Capítulo 48

40 9 9
                                    

DANI

Salimos del baño, dejé el albornoz y la toalla de Rafa en el cesto de la ropa sucia y me puse un pijama. No me lo impidió. Una vez vestida, fui a por su ropa, que estaba algo arrugada y húmeda. Él me había seguido sin importarle su desnudez.

—Deja que le pase la plancha —le dije mientras él comprobaba el estado de la ropa.

—Lo hago yo —se ofreció—. Estoy acostumbrado, me plancho el traje casi cada día. Tú ve adelantando con las sábanas. Esto es trabajo en equipo. —Me guiñó el ojo y yo sonreí.

—Claro que sí, míster, a sus órdenes. —Le di un cachete que resonó e hizo que soltara una carcajada.

Nunca hubiera pensado que ver a un hombre planchando me pusiera a tono, pero es que Rafa era diferente en todos los sentidos. Ahora entendía la expresión popular de «vas más caliente que el pico de una plancha». La habían hecho pensando en Rafa.

Dejé a un lado mis pajas mentales y fui directa a la habitación. Saqué la ropa de cama y busqué otra en el armario. La coloqué sin perder más el tiempo y después cogí todo lo que habíamos usado para meterlo en la lavadora.

Rafa ya se había vestido y apareció en la cocina con un papel de váter en la mano. Estaba tan guapo con el pelo mojado.

—No me mires así o no podré marcharme.

Emití una risita.

—Lo siento, no sé lo que me pasa hoy.

—Sea lo que sea, espero que no se te acabe, porque me gusta demasiado. —Bajó el tono de voz a una más ronca que lanzó un escalofrío a lo largo de mi columna—. Tengo que irme, Dani, y te agradecería que me dieras una bolsita para meter mi regalito dentro —expresó balanceando su captura.

—Ahí van miles de Rafitas, todos juntitos directos al vertedero. Eres un asesino en serie, ¿lo sabes? —lo provoqué, agarrándome de su cuello.

—Lo que soy es un follador en serie. Y sí, tengo que deshacerme de un montón de cadáveres y espero que dos no sean los nuestros. Espabila si no quieres que tu futuro marido acabe con nosotros. —No pude contenerme, me acerqué y le di un beso apretado para después separarme y traerle la bolsa que tanto me pedía—. Muchas gracias, milady, un detalle de su parte —me agradeció con una reverencia.

—De nada, sir. Por favor, haga que parezca un accidente.

Él rio negando con la cabeza.

Lo acompañé hasta la puerta sin demasiadas ganas. Me habría gustado permanecer un rato en la cama remoloneando para que me llenara de mimos postcoitales y que arrancáramos otra vez, pero era cierto que a cada minuto que pasaba era más arriesgado para nosotros. ¿Sería una de esas mujeres con personalidad múltiple que al cabo de los años descubren que son ninfómanas? Tres orgasmos, eso era lo que acababa de tener, y seguía sin parecerme suficiente.

—¿Se te ha pasado el dolor de barriga? —preguntó al abrir la puerta de la entrada.

—Completamente —sonreí sonrojada.

Él me acarició la mejilla y volvió a besarme con lentitud.

—Cuando necesites mis servicios médicos, llámame. Sirvo para todos los males.

—Lo tendré en cuenta, doctor. Cuántas profesiones tienes... —murmuré dándole un último beso.

—Todas las que tú necesites. ¿Nos vemos mañana donde siempre?

Moví la cabeza afirmativamente.

—Donde siempre —confirmé.

—Hasta mañana, entonces —me respondió con un beso fugaz que me supo a poco.

—Hasta mañana.

Cerré la puerta, sonriente, y me asomé por la ventana para verle marchar. Por suerte ya no llovía, así que no se mojaría de camino a casa.

En cuanto salió del portal, su porte desenvuelto ocupó toda la acera. Caminaba tranquilo, con las manos en los bolsillos y ese aire un tanto chulesco que tanto me ponía. Creí oírle silbar la canción principal del CD de Anastasia que me regaló. Después, cogió impulso y dio un salto lateral entrechocando las plantas de los pies que me hizo reír.

Como si hubiera intuido que estaba ahí, se dio la vuelta, levantó el rostro y sonrió hacia la ventana para terminar haciendo una reverencia y marcharse.

El aire golpeó mi pelo, el aroma a suelo mojado perfumaba el ambiente, mezclándose con el del salitre del mar revuelto. Me abracé el abdomen y esperé hasta que ya no lo percibí, hasta que su silueta se difuminó en algún punto al que mi visión no alcanzaba.

Se suponía que después de lo que había hecho debía sentirme mal, mi conciencia debería estar aporreándome la cabeza con dudas y remordimientos. Pero no lo hacía, solo sentía una inmensa paz interior y muchísima libertad.

Rememoré cada porción del tiempo que había transcurrido entre sus brazos, paladeando en mi recuerdo el sabor de su piel, el aroma de sus besos, que me hacía enloquecer. La maravillosa sensación de abandonarme entre sus brazos, dejándome llevar por su maestría para hacerme estallar una y otra vez.

Definitivamente, lo que acababa de compartir con Rafa jamás lo había vivido con Víctor.

Estaba cansada, pero contenta.

Dejé la ventana abierta y abrí el resto para que el piso se ventilara. No quería que mi prometido entrara y oliera a sexo, eso hubiera sido muy bajo por mi parte. Estuve quince minutos aireándolo todo para terminar echando un poco de ambientador y me dispuse a hacer la cena.

Salmón con verduras salteadas fue mi elección. Si quedaba algún rastro de nuestro adulterio, el aroma del pescado lo fulminaría.

A las once, como era habitual, Víctor cruzaba la puerta. Yo ya había terminado de cenar y mis ojos se cerraban, convirtiendo el libro que pendía entre mis manos en un borrón. Noté sus labios besando mi frente y diciendo un «Estás agotada, vete a la cama».

Traté de mantenerlos abiertos y decir que no, que lo acompañaba, pero el sueño pudo conmigo y admití mi derrota arrastrando los pies hasta el cuarto. Tal vez fuera el agotamiento o tal vez la incapacidad de mirarlo a los ojos. Por lo menos esa noche necesitaba tiempo para habituarme a algo que no era exactamente normal.

Lo dejé allí, en el comedor, quitándose la chaqueta y dispuesto a calentarse la cena, que estaba tan fría y olvidada como yo hasta el momento.

Me metí entre las sábanas limpias a sabiendas de que no iba a encontrar ningún rastro que me recordara al hombre que hacía una hora había yacido allí conmigo, pero igualmente sentí la necesidad de aspirar tratando de percibir una mota que se hubiera desprendido y colado en alguna parte.

Deslicé la mano por la bajera pensando en él, en cómo se sentía su piel sobre la mía y cerré los ojos dejándome acunar por lo que allí había sucedido.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now