Capítulo 2

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Caminé con toda la seguridad que me otorgaba mi metro setenta y ocho de estatura. Ya dije que era una chica alta, motivo por el cual me costaba encontrar chicos que sobrepasaran mi estatura. Eso podía darme aspecto de estirada, pero lo compensaba con mis ojos achinados por el empuje de mi sonrisa.

Me gustaba sonreír, ya hacía mucho que había descubierto que, si le sonríes a alguien, es muy probable que te devuelva el gesto, y es más sencillo hablar con alguien contento que con alguien enfadado.

Desde que estuve con mi primer noviete, el poli, no había vuelto a estar con un chico. No me malinterpretes, no fue por falta de oportunidades, sino porque ninguno me había llamado lo suficiente la atención como para intimar con él. Siempre había sido un poco peculiar respecto a los hombres. No necesitaba que fueran excesivamente guapos, aunque a nadie le amarga un dulce, pero sí que debían tener algo que me llamara la atención, como el tipo del ascensor. Eso me ocurría en contadas ocasiones, hasta el momento, dos: con mi ex y con el desconocido.

Su imagen me sacudió de pies a cabeza, tanto fue así que me encontraba en medio de la recepción de GijoTextil sin percatarme de que todos me miraban y yo seguía allí, sin dar un paso.

Descubrí una chica tras la recepción con uno de esos pinganillos en la oreja contemplándome con una ceja arqueada. Seguro que se estaba planteando de qué sanatorio mental me había escapado.

Descarté la imagen del desconocido y caminé hacia ella, obviando las miradas lascivas que me lanzaron un par de hombres que se encontraban en un rincón con un café entre las manos. Sí, esa era otra de mis desgracias, parecía atraer al sexo opuesto como una polilla a la luz, sacaba su vena graciosa y esos piropos que tanto me repateaban.

Todavía recuerdo el día que paseaba junto a mi madre por el centro —he de decir que parecemos más hermanas que madre e hija, porque mi madre es incluso más guapa que yo— y un obrero de la construcción saltó y me dijo:

—Quisiera ser pirata, no por el oro ni la plata, sino para encontrar el tesoro que tienes entre las patas.

Como era de esperar, mi madre se giró toda ofendida y le soltó:

—Le pones una mano encima a mi hija y lo que tú tienes entre las patas termina anudado a tu cuello por corbata, capullo.

El hombre nos miró ojiplático y nosotras seguimos nuestro camino, con mi madre sin dejar de soltar improperios.

Con una sonrisa en los labios ante el recuerdo, me planté delante del mostrador y saludé con educación, como mi güelito, me había enseñado.

—Buenos días, soy Daniela Amo Andiente. —La chica me miró perpleja. Lo sé, mis apellidos no son comunes y pueden dar pie a confusión o a determinados jueguecitos que ya había sufrido en el instituto y en la universidad, para qué vamos a engañarnos. Pero ella se contuvo y lo único que hizo fue apretar los labios mientras yo aclaraba—: La de prácticas. —La mujer emitió una risilla por debajo de la nariz difícil de disimular y yo traté de ignorarla. No quería caerle mal a nadie el primer día y entendía que pudiera hacerle gracia—. Pero puedes llamarme Dani —concluí tratando de parecer lo más profesional posible. Las primeras impresiones son muy importantes.

—Encantada, Dani, yo soy Beatriz Sierra, la recepcionista —me comunicó con una mirada afable.

—Es mi primer día, me dijeron que subiera a la tercera planta y preguntara por el señor Malagueño.

Otra risita. Solía ser una chica graciosa, pero no entendía tanto cachondeo.

—Malgueño —me corrigió—, un malagueño es un habitante de Málaga y Víctor es de Gijón.

¡Menudo apuro! Desde que había cruzado la puerta del edificio, no dejaba de sonrojarme.

—Sí, claro, los nervios del primer día.

Ella asintió comprensiva. Marcó en su teléfono de sobremesa y, rápidamente, se comunicó con el tal Víctor Malgueño.

—Buenos días, señor. Sí, acaba de llegar. Sí, por supuesto, señor, ¿le digo que suba? Ah, OK. Entonces, ¿llamo a Verónica para que le enseñe sus funciones? Muy bien, sí, a las doce. Entendido, señor. —Después colgó—. El señor Malgueño te da la bienvenida. Ahora tiene un par de reuniones importantes, es el adjunto a la dirección de Recursos Humanos de la empresa. No te preocupes, es un hombre muy amable. —¿Eso había sido un suspiro? No sé si fue producto de mi imaginación o no, pero me dio la sensación de que Bea acababa de poner ojitos. ¿Le gustaría el tal Víctor?—. Él te hará rellenar los papeles que faltan para que puedas realizar tus prácticas en la empresa, pero hasta las doce no puede recibirte. Ahora mismo llamaré a Vero, del Departamento Financiero, que es quien te supervisará. Ya verás, seguro que congeniáis, es un amor y tiene muchísima paciencia.

Mejor, yo necesitaba la de un santo, estaba atacada de los nervios y estaba convencida de que iba a meter la pata de un momento a otro.

—Muchas gracias, eres muy amable, Bea.

Fue un visto y no visto, esa mujer era la eficiencia personificada. Llamó de nuevo y un santiamén tenía a Vero, mi supervisora, plantada delante de mis narices.

No era tan alta como yo, pero debía rondar el metro setenta y tres, ojos pardos, cabello castaño recogido en una cola alta y unas gafas cuadradas que le daban aspecto de mujer aplicada e inteligente. Ah, y lucía una sonrisa que me calmó al momento.

Tenía un rostro agradable, exudaba afabilidad y parecía tener la edad de mi madre. Sí, seguro que nos llevábamos bien.

—Hola, tú debes ser la señorita Amo.

—Si me lo permite, prefiero Dani —aclaré. Ese diminutivo me hacía sentir más cómoda que Daniela, que era mucho más formal.

—Claro, yo soy Verónica y me encargo del Departamento de Administración y Finanzas. Vas a estar a mi cargo.

—Lo sé, Bea ya me ha informado. —Cabeceé hacia la recepcionista, quien nos miró afirmando.

Verónica regresó su mirada a la mía.

—¿Te gustan los números, Dani?

—Me encantan, creo que las mates están en todas partes.

Ella asintió complacida.

—Totalmente cierto, esa afirmación podría haber sido mía. Las mates son las grandes incomprendidas porque, a priori, no es tan evidente su utilidad en la vida diaria. Pero, como tú bien has dicho, están en todas partes. En la cocina, en la economía doméstica, en la informática. Mires donde mires, hay números en todas partes. —Moví la cabeza afirmativamente, Vero y yo veíamos las cosas del mismo modo y eso facilitaría mucho el trabajo—. Aquí vas a ver muchos números, espero que te apasionen tanto como dices. Un error en una empresa como esta puede resultar fatal y suponer una pérdida difícil de asumir. ¿Lo comprendes? —Su tono afable se volvió algo más duro.

—Descuide, soy muy meticulosa, rigurosa y exigente con todo lo que hago.

—Me alegro. Seguro que lo harás genial, entonces. ¿Qué edad tienes?

—Veintitrés.

—Joven, pero con la cabeza bien amueblada. Auguro que te irá bien en esta empresa, siempre están a la caza de nuevos talentos y, como imagino que sabrás, en plena expansión. —Ciertamente, lo sabía; me había preocupado mucho a la hora de escoger empresa para realizar mis prácticas y GijoTextil estaba en cabeza justo por eso—. Vamos, te enseñaré tu mesa de trabajo y te presentaré a la plantilla.


Güelito: término cariñoso utilizado por la protagonista para referirse a sus abuelos.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWo Geschichten leben. Entdecke jetzt