Capítulo 12

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DANI

Nerviosa era poco, estaba atacada, aunque no sabía muy bien por qué.

Cumplía todos los requisitos que la empresa exigía. Si bien es cierto que no estaba al lado de casa, pues el puesto era en Cabrera de Mar, no pasaba nada.

Tenía el tren frente a casa, así que solo tardaba veinte minutos en llegar a la estación; después, debía recorrer un kilómetro y medio a pie hasta llegar al concesionario multimarca que me quería contratar. Eso no suponía un problema, pues desde siempre me había encantado pasear y, como tampoco tenía excesiva prisa por llegar a casa, era perfecto para mí.

Pensé en mi primera entrevista en GijoTextil y elegí un traje chaqueta en color gris humo que combiné con una blusa azul eléctrico que me sentaba de maravilla.

«Sobria y elegante», premisas indiscutibles de mi madre para las entrevistas de trabajo. Aunque quizás no era el atuendo más indicado para andar por la calle en pleno mes de julio, me quitaría la chaqueta para no empaparla y me la volvería a poner solo para entrar. En esos sitios solían tener el aire acondicionado a todo trapo.

Nunca había sido de maquillarme demasiado, resalté mis ojos grises con un delineador discreto, rímel oscuro para dar profundidad a mi mirada —una de mis mejores virtudes— y lo rematé con algo de colorete y un poco de gloss en los labios.

Llegué antes de lo previsto. Como no estaba segura del tiempo que me llevaría recorrer el kilómetro y medio, preferí salir con tiempo. Tal vez veinte minutos antes era pasarse de puntual, así que aproveché para dar una vuelta y tomarme un café en el Burger King de al lado. Repasé el currículum de cabo a rabo y me infundí todo el valor que fui capaz.

Cuando casi no me quedaban uñas, me encaminé al concesionario; seguro que preferían alguien que llegara pronto y no media hora tarde.

Admiré desde fuera la increíble cristalera. Aquello era gigantesco. Mercedes, BMW, Nissan, Mitsubishi, Land Rover... Había un montón de marcas distintas y poseían taller propio, debía trabajar bastante gente allí.

Por suerte, esta vez no tuve problemas con la puerta de acceso; se abría mediante un sensor de paso, así que mi entrada fue poco más que triunfal.

Nada más poner un pie dentro, uno de los comerciales que estaba disponible vino hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja.

Bon dia. —Era lo único que me sabía en catalán y creo que el hombre intuyó que mi acento no era de Barcelona precisamente.

—Buenas, ¿puedo ayudarla en algo?

Era un hombre, bastante más bajito que yo, lo cual no era demasiado difícil, pues con los zapatos de salón pasaba del metro ochenta. Tenía un espeso bigote oscuro y una calva sumamente brillante que me recordaba al anuncio de un famoso fregasuelos de mi infancia. Parecía recién sacado de una de esas comedias españolas de antaño que tanto les gustaban a mis padres. Se frotaba las manos mirándome como un ave de rapiña. Seguramente, pensaba que era una clienta y veía en mí una posible venta.

—Hola, me llamo Daniela Amo y tengo una entrevista de trabajo con el señor Díaz.

Su mirada cambió por completo. Los euros de sus pupilas desaparecieron cual máquina tragaperras para cambiar por una mirada mucho más terrenal. La típica de hombre entrado en la cincuentena que ve a una veinteañera atractiva. Seguía siendo un ave rapaz, aunque para mí no pasaba de águila calva desplumada, tratando de hacer el baile del cortejo. Sacó pecho cual ave del paraíso y me ofreció su mejor sonrisa.

—Por supuesto, señorita Amo. Deje que me presente, soy Leonardo —«El que tiene en el culo plantado un nardo». Rimé mentalmente, casi suelto una carcajada. Si mi amiga Sofía estuviera allí, fijo que se lo habría soltado, nos encantaba jugar a hacer rimas absurdas con los nombres. Él seguía ajeno a mis díscolos pensamientos de hacer de su culo un parterre—, uno de los mejores comerciales de ventas de la empresa. Está mal que lo diga, pero entre usted y yo no debe haber secretos, ya que pronto seremos compañeros. —Agitó arriba y abajo las espesas cejas que quedaban justo encima de un par de ojillos brillantes que me recordaban a los de un roedor—. Soy el que más ventas lleva acumuladas en mi dilatada experiencia dentro de la empresa. —Lo que ese hombre tenía dilatado estaba dentro de su bragueta, aunque por el tamaño del abultamiento, no había crecido tanto como su ego—. Acompáñeme, que yo la guío. Seguro que el señor Díaz la está esperando. Él confía mucho en mí, así que le hablaré bien de usted. Llegaremos a ser grandes amigos, ya verá.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now