Capítulo 15

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DANI

Llegué a casa más feliz que una perdiz. Traté de llamar a Víctor, pero no me contestaba, así que me puse el biquini, me hice un emparedado, cogí la toalla y una cerveza fresquita, y me largué a la playa para celebrarlo entre las olas.

Me quité la parte de arriba. Nunca me había gustado tener las tetas huevo frito, ya sabes, todas blancas con el pezón oscuro. Ni que alguien fuera a mojar patatas en ellas. Prefería no tener marcas y que se brocearan al sol como el resto de mi cuerpo. Además, qué narices, las tenía muy bien puestas para no lucirlas ahora que no parecían un par de tranchetes fundidos.

Necesitaba contarle a alguien la noticia, estaba eufórica y no me podía aguantar, así que llamé a mi madre, que a esas horas ya no estaba trabajando. Estábamos en pleno mes de julio, por lo que la guardería cerraba a las tres, y ya eran las tres y media.

Un tono, dos, tres...

—¡Hija, qué alegría!

Eso sí que era un buen recibimiento.

—Hola, mami, ¿qué haces?

—Pues aquí, con tu tía, que ha venido a comer para no dejarme sola. Hoy está cayendo una que no veas.

—¿En serio? Pues aquí hace un sol de justicia, ahora mismo estoy en la playa —respondí aplicándome el protector con el móvil suspendido entre mi oreja y el cuello.

—Menuda envidia, aquí parece que en vez de julio sea octubre.

En Asturias eso solía pasar, el tiempo era bastante inestable, así que no sabías en qué momento san Pedro decidiría mandarte un rayo o abrasarte con los del sol.

—Tengo una gran noticia que darte, mami, por eso te llamaba. —La escuché contener la respiración.

—¿Otra? Ay, hija, no me asustes, ¿no estarás embarazada?

—¡No! —grité como un papagayo, provocando que el niño que corría por mi lado tropezara y cayera, rebozándose con la arena. El pobre se incorporó como pudo y fue corriendo hacia su madre con el susto metido en el cuerpo y escupiendo granos como un sapo. Puse cara de disgusto, masticar arena no estaba entre mis platos predilectos—. Ay, mamá, es que dices unas cosas.

—¿Qué quieres? La otra vez que tenías una noticia que darme era que te casabas.

—Ya, pero la palabra hijos no entra en mi vocabulario, ya lo sabes.

—Algún día no te parecerá tan extraña y me llamarás para contarme que Víctor te ha hecho un bombo.

—Eso ya lo veremos. De momento, queda descartado. Ya tuve suficiente con cuidar a esos minimonstruos que tienes en la guardería.

—Pero si son adorables.

—Pues para ti y sus madres, yo paso de llantos, mocos y cacas. Todavía recuerdo a ese niño que se dedicaba a meter el dedo en la nariz de sus compañeros a la caza de un gran berberecho.

—Ay, Dani, son niños, les gusta explorar.

—Claro, en narices ajenas para luego ofrecérmelo como si fuera un suculento aperitivo que, obviamente, rechacé. Puaj, todavía me entran náuseas al recordar cómo se lo metió en la boca y lo degustó cual delicatesen.

—¡Dani, por el amor de Dios!

—No. Por el amor de Dios, no. Fue ese crío que tenía verdadera adoración por los mocos y, cuanto más grandes y viscosos, mejor.

—Hija, no tienes remedio.

—¿Y qué me dices de los pedos?

—Pues que todos nos los tiramos.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora