Capítulo 64

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RAFA

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

¿Cómo podía haberla cagado tanto? Aporreé el volante dejándome los nudillos en él. ¡Joder! ¿Cómo había pasado? ¿Por qué me había enamorado si sabía que no podía ser?

«Necio, idiota», me insulté.

Era lógico que Dani se hubiera enfadado conmigo, había sido yo el que había roto el acuerdo, cagándola de lleno.

¿Por qué le había dicho eso si Dani no me quería? Jamás me había dado una maldita muestra de que quisiera dejar a Víctor y yo la achuchaba para que no se casara cuando solo me quería para la cama. Lo mismo que las demás que pasaron por ella.

Ella no me amaba, solo era su follamigo. ¿Qué mujer enamorada se casaba con otro? ¡Ninguna! ¿Por qué iba a querer dejar a Víctor por mí?

Me tiré del cabello como si de ese modo pudiera arrancarla de mi cabeza, aunque sabía que era imposible, pues se había colado bajo mi piel, la percibía en cada parte del cuerpo.

Me sentía hueco, errático, como si alguien acabara de apagar la luz dejándome a oscuras en un lugar desconocido. Mis peores miedos, mis peores pesadillas acababan de hacerse realidad. Ella terminó con nuestra relación y yo me quedé solo.

Estaba deshecho. Acababa de decirle a la mujer a la que pertenecía mi corazón que iría a su boda, que la acompañaría ese día para verla dirigirse al altar y casarse con otro. Pero ¿en qué cabeza cabía? ¿Cómo iba a reponerme a eso? Estaba loco de remate si pensaba que no iba a afectarme y, por otro lado, ¿cómo no iba a hacerlo si ella me lo pedía?

Que el amor te volvía loco, que te trastocaba empujándote a hacer cosas que creías imposibles era mi nueva realidad.

Solo tenía ganas de beber, emborracharme y perder el sentido de la realidad, porque mi juicio se había volatilizado. Quería ahogarme en mis desgracias y lamentar mi patética existencia.

Ella me quería como amigo, siempre me quiso como eso y para follar.

¿Cómo pude confundirme tanto? ¿Cómo pude pensar que sus sentimientos iban más allá? Yo solo me llené la cabeza de humo color rosa, dejándome arrastrar por las emociones que despertaba en mí. ¡Qué asco daba! Había estado a punto de vomitar corazones para que me los devolvieran arrugados en toda la cara.

Era un vagabundo emocional, uno que imploraba su amor cuando realmente solo se trataba de cariño y sexo. Penoso, completamente penoso. ¿Dónde estaba ese Rafa que jugaba con las mujeres, el que se las follaba por diversión? Había cavado mi propia tumba y lo peor era que ahora no sabía salir de ella.

Paré en una gasolinera y compré varias botellas de alcohol. Pensaba pillarme un pedo monumental, pasaba de que alguien me pudiera ver tirado en la barra de un bar. Me iba a casa, a lamentarme de mis desdichas, envuelto en aquellas sábanas que no pensaba lavar hasta que perdieran el aroma de nuestras pieles amándose por última vez.

No recuerdo haber llorado tanto en mi vida. Nunca, jamás. Pero el dolor era tan desgarrador que no podía dejar de hacerlo, engullendo en mi desgracia una botella tras otra. Quería anestesiarme, no sentir, no despertar, dejar que la angustia pasara, olvidarla, borrar. Porque la vida que me esperaba sin ella no podía llamarse vida.

Agarré las sábanas para aspirar como un yonqui en posición fetal, abrazándome al recuerdo, que era el único consuelo que me quedaba. Raspé mi mejilla donde intuía que había estado la suya. Ya no quedaba nada, solo soledad. Ella iba a ser mi nueva amante y me debía acostumbrar.

Di el último trago y cerré los ojos perdiéndome en el brumoso recuerdo del gris de los suyos, aquellos que ya no volvería a contemplar amaneciendo junto a los míos.

Tenía la certeza de haber vivido algo que nos había cambiado a los dos, aunque no sabía si para bien o para mal.

Silencio, eso era lo que tenía en lugar de sus jadeos. El que usaría para acallar y no desvelarle lo que verdaderamente sentía, porque tenía la batalla perdida.

La razón se había impuesto al corazón y era más cómodo engañarse que afrontar la verdad. No podía decirle que me era imposible dejar de amarla, ella sería para mí inalcanzable como el aire que necesitaba para respirar.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now