Capítulo 4

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En cuanto el lunes aparecí por la puerta, supe que pasaba algo.

Sonrisas ladeadas, miradas furtivas, sonrojos y palabras pronunciadas a medio gas me pusieron alerta.

Mi nerviosismo iba en aumento cada vez que pasaba al lado de alguno de mis compañeros, me devolvían el saludo y ponían esa cara de circunstancia que me estaba atacando los nervios. En cuanto Verónica se cruzó en mi camino me dejó con el saludo en la boca, me agarró del brazo y me llevó a rastras hasta el office.

—¡Auch! —protesté una vez dentro, frotando el lugar por donde me había agarrado—. Buenos días a ti también, ¿se puede saber qué le pasa a todo el mundo hoy? ¿Es que hay algún tipo de virus que os ha afectado a todos? Menudo recibimiento.

—Menudo recibimiento, ¿menudo recibimiento? —preguntó molesta—. Si te parece, te pongo la alfombra roja después de esto. —Vi cómo sacaba un papel arrugado, lo desdoblaba y lo estampaba en mis narices, provocando que me quedara lívida al instante—. Si es que lo sabía, he tratado de excusarte y decir que no lanzaran falsos testimonios sobre ti, pero solo hace falta verte la cara para saber que ese es tu culo y que las pelotas pertenecen a... —Soltó un exabrupto—. Te juro que se las corto en cuanto lo vea. Pero ¿cómo se te ocurre hacer una cosa así en la empresa? ¿Creíste que era gracioso? ¿Una chiquillada sin importancia? ¿Desde cuándo te lo estás tirando?

—Pero ¿cómo? ¿Qué? ¿Quién?

—No hay que ser muy listo, Dani, por el amor de Dios. Todos dicen que ambos desaparecisteis un buen rato de la fiesta. Pero ¿cómo he estado tan ciega y no me he dado cuenta antes? —Vero se echó las manos a la cabeza y yo no encontré las palabras justas para justificarme frente a la evidencia—. ¿Cómo se puede tener tan poca cabeza de lanzar esto a la papelera junto a un condón usado? Es como si alguien comete un homicidio y tira el cuchillo en la basura de la habitación.

—Que yo no he matado a nadie —murmuré cabizbaja.

—No, solo te lo has tirado en una oficina llena de gente que está a la que salta para lanzarte cuchillos por la espalda. Que es lo mismo. —No sabía dónde meterme frente a la reprimenda de Vero. Ella, que intuyó mi malestar, suavizó un poco el tono—. Nadie puede asegurar lo que no ha visto, pero el rumor se ha extendido como la pólvora. Solo quería avisarte y que tomaras consciencia de lo que sea que estás haciendo con él.

La realidad me golpeó como un mazazo en la cabeza.

—¿Y qué dicen de nosotros? —musité temiendo lo peor.

—Vosotros... De la que deberías preocuparte es de ti, que al fin y al cabo es a la que juzgan. Por lo menos debo reconocerte el valor a no negar lo ocurrido, me molestaría profundamente que me mintieras diciendo que se trataba de otra persona. —Me mordí el labio preocupada, no pensaba cargarle el muerto a otra. La cagada era mía y debía asumirlo—. No dicen nada que no puedas imaginarte, ya sabes cómo son las habladurías y lo que a la gente le gusta malmeter. A Víctor le caerán palmaditas en la espalda por tirarse a la nueva y a ti...

Mi vena sanguinaria se encendió.

—¿A mí qué? ¿Qué pasa? ¿Que un hombre puede tirarse a una mujer y hay que condecorarlo y una mujer se tira a un hombre y hay que quemarla en la hoguera por bruja fornicadora?

Ella resopló.

—Por mucho que estén cambiando los tiempos, sabes que es así. Espero que por lo menos el polvo mereciera la pena, porque ahora te va a tocar tragar y apechugar. —Puse los ojos en blanco y ella captó el gesto al momento—. No fastidies, ¿no la mereció?

—¿Qué quieres que te diga? Hacía calor, el sitio era incómodo... Y no entiendo por qué debo apechugar. ¿No hago bien mi trabajo? ¿No cumplo? Tuvimos un calentón y ya está, será que he ido a dar con la empresa en la que nadie folla, igual es que habéis hecho todos una promesa de castidad —protesté enfurruñada.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now