Capítulo 23

49 10 1
                                    

DANI

Terminamos ocupando una mesa de ocho del bar. A un lado tenía a Rafa y al otro, a Andrea con su Nestea. El resto de las sillas estaban ocupadas por compañeros del taller y comerciales.

Yo me sumé a la ronda de los chicos, siempre había tenido mucho aguante con la bebida y prefería una cerveza fresquita a un Nestea.

Tras un principio un tanto forzado, todos se fueron relajando poco a poco. No estaban habituados a que dos mujeres estuvieran con ellos en ese plan, así que era normal que se les escapara alguna broma fuera de lugar.

Rafa les soltó un par de reprimendas hasta que yo decidí subirme al carro, a bruta no me ganaba nadie, y tras pedir una botella de sidra para escanciarla ante ellos y repartir vasos a cuenta de mi Visa, creo que por fin me vieron como una del equipo.

—Tú sí que sabes meterte a los hombres en el bolsillo —admitió Rafa en mi oído.

—Y tú, a los clientes y a sus mujeres.

En cuanto lo solté supe que me había equivocado de afirmación. Sus fantásticos hoyuelos se borraron de golpe y la risa que hasta ahora había bailoteado en su boca se volvió tirante.

—¿Quieres decirme algo?

Negué agitando la coleta.

—Perdona, no debí meterme donde no me llaman. Es solo que la vi dejando su tarjeta en tu bolsillo y...

—¿Y? —preguntó fijándose demasiado en mi boca.

—Y nada. No debería haber dicho nada, lo siento.

Él chasqueó la lengua.

—¿Te molestó que Katrina me diera su teléfono?

Lo miré horrorizada.

—Para nada, perdona. Eres muy libre de hacer con tu vida lo que quieras, aunque no sé si a tu mujer le haría gracia encontrar esa tarjeta allí. —Otra metedura de pata, parecía que hoy las estaba coleccionando.

Sus ojos se entrecerraron con mayor fuerza y vi cómo se apretaban sus nudillos en torno al vaso para levantarlo y terminar su contenido.

—Ya te han ido con el cuento... ¿Quién ha sido? ¿Jose? Hay que ver cómo allana el terreno.

No quería que pensara lo que no era.

—No, no, lo siento, no ha sido él. Disculpa, lo escuché en algún momento. —No quería poner a mi compañera en un compromiso, pero tampoco era justo cargarle el muerto a Jose—. No debería haber dicho eso, ni lo de antes tampoco, no sé lo que me ocurre que no paro de liarla.

—No pasa nada. No es que oculte mi estado civil, pero tampoco me gusta que me juzguen a la ligera.

Me sentía mal por haber dicho aquello, ¿quién era yo para sentenciar a nadie? Si, precisamente, yo odiaba los juicios de valor.

—Creo que la que ahora no sabe cómo disculparse soy yo. He metido la pata hasta el fondo, no debí decir nada. Lo que hagas o dejes de hacer es asunto tuyo.

—Cierto, aunque creo que no eres la única que hoy se ha equivocado —respondió algo más relajado.

—Me siento abochornada, te juro que no te he juzgado.

—Tranquila, sírveme otra sidra y me olvido del tema. Soy muy facilón —respondió con una sonrisa que nunca llegó a sus ojos.

—Eso está hecho. —Tomé la botella y nos serví un vaso bien generoso a cada uno.

—¿No crees que deberías dejar de beber? —me preguntó Andrea sin dar crédito a lo que veían sus ojos.

—Estoy muy habituada, en Gijón siempre salía con mis amigas de sidrerías. Te asustarías de lo que soy capaz de ingerir sin inmutarme.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now