Capítulo 26

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DANI

—¿En qué piensas?

No me había dado cuenta de que seguía mirándolo hipnotizada, pero, claramente, él sí. ¿Cómo podía ser tan tonta? La sonrisa de suficiencia que lucía me indicaba que no se había perdido la mirada que le estaba echando. Idiota, seguro que me veía a través del espejo y como una lerda babeando en mi ignorancia.

—Mmmm, en que tienes muchos puntos negros. ¿Cuánto llevas sin hacerte una limpieza de cutis?

Dio un frenazo que por poco nos estampa.

—¿Perdona? ¿Puntos negros? —Casi me ahogo de la risa que me entró—. El único punto negro que hay en mi anatomía es un orificio de salida al cual no creo que quieras acercarte. ¿O sí?

Primero, visualicé su culo y, después —que Dios me perdone—, un zurullo saliendo de él que me hizo arrugar la nariz. ¿Por qué tenía una imaginación tan vívida?

—Creo que paso, no me apetece verte evacuando como esa figurilla que os empeñáis en poner los catalanes en el Belén. ¿Cómo se llama?

—El caganer —soltó sonriente—. Pero yo no estaba pensando en evacuaciones precisamente.

—Y, entonces, ¿en qué pensabas? ¿En que te pusiera un supositorio para bajarte la calentura?

Su carcajada rebotó por todas partes.

—No puedes imaginar la calentura que tengo desde que te cruzaste en mi camino, no hay supositorio que la baje.

—Para eso no hay supositorios, sino bromuro.

Volvió a sonreír.

—¿Tú no habías dicho que estabas a menos uno de agilidad mental? No quiero imaginarte a pleno rendimiento, eres increíble. —Que halagara mi ingenio me gustaba mucho más que cuando alababa mi físico—. ¿Hay algo a lo que no seas capaz de sacarle punta?

—Mmmm, pues creo que a mi eyeliner. Es de pincel y calvo no me serviría para mucho.

—Quién sabe, dicen que los calvos tienen su punto.

—¡Pero no para hacerme la raya del ojo! Como mucho, podría sacármelo.

—¿Y quedarte tuerta? No, mejor los dejamos como están, que los tienes preciosos.

Volví a sonrojarme.

—¿Tú siempre eres tan adulador?

—No digo nada que no sea verdad, seguro que no es la primera vez que te dicen que tienes unos ojos muy bonitos.

—Los tengo grises y si no recuerdo mal es el color de la tristeza, la melancolía. Se le relaciona con el aburrimiento, lo anticuado, lo insípido, la crueldad o la vejez. Nunca verás un arcoíris de color gris. Siempre pasa sin pena ni gloria, desapercibido, porque es el resultado de la debilidad del negro o la suciedad del blanco. ¿Conoces a alguien cuyo color favorito sea el gris?

—Señorita Amo, ¿está buscando un cumplido? Porque, si es así, le diré que tiene los ojos del acero, que es un material tenaz, resistente y que ayuda a dar forma a otros metales cuando están en su fase líquida. También es el color de la tormenta, esa que ruge, te empapa, te cala tan hondo que solo puedes pensar en perderte en ella. Aunque a mí, particularmente, tus ojos me recuerdan a dos perlas grises, brillantes, enigmáticas, inocentes y catárticas, porque el comienzo de su vida es un simple grano de arena que se transforma en una gema preciosa difícil de igualar.

Mi boca se secó por completo. Creo que era la primera vez que alguien me dejaba sin palabras al decir algo tan bonito sobre mis ojos. Y lo había hecho conduciendo, sin que le temblara el pulso o se ruborizara por ello.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora