XXXVIII. IT CAN'T BE

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Fulminé a mi amigo con la mirada y él se encogió de hombros.

-¡Bonnie! –exclamó Genevieve a mis espaldas.

Le dirigí una mirada interrogante.

-¿La conoces? –cada vez estaba más perdido.

Genevieve asintió con entusiasmo.

-Es mi mejor amiga –me explicó.

Nos montamos en los asientos traseros y Henry arrancó, quemando rueda. Me aferré al asiento que ocupaba mi amigo y asomé la cabeza entre ambos asientos; miré tanto a la chica que Genevieve había llamado Bonnie como a mi amigo. ¿Qué era lo que estaba sucediendo allí?

-Bueno –comenzó Henry, tratando de aliviar el ambiente tan tenso que había en el coche-, ¿dónde vamos, jefe?

-Al Ayuntamiento –respondí sin dudarlo-. Y después quiero que nos acerquéis a Larssen y Princeton.

Henry cambió de sentido sin hacer más preguntas. El trayecto desde ese punto a nuestro destino era corto, pero a mí se me hizo eterno; el Ayuntamiento era un edificio enorme que parecía un museo. Nos apeamos todos del coche y me siguieron hacia el interior.

Tenía bastante claro dónde tenía que ir y, esperaba, que la suerte me sonriera. Nos dirigimos hacia un mostrador y puse mi mejor sonrisa; el hombre que estaba al otro lado del cristal nos observó a todos con un gesto desconcertado.

-¿Os puedo ayudar en algo? –preguntó y vi que sus ojos se movían hacia todos lados, como si estuviera buscando una salida.

-Pues mire, la verdad es que sí –respondí, poniendo mi mejor tono. El mismo que había utilizado para camelarme a las mujeres difíciles-. Estoy buscando a Caryl Irvin.

Los ojos del empleado me estudiaron de arriba abajo con desconfianza. Intenté que mi sonrisa no flaqueara y que mis ganas de darle un buen puñetazo se mantuvieran en lo más profundo de mi mente.

-¿Para qué quieren verla? –inquirió.

-Tenía una cita con ella –contesté.

-¿Hoy? –me interrogó con escepticismo.

-La verdad es que no pusimos una fecha concreta –dije, tratando de mantener la calma-. Simplemente tenemos una cita y yo he elegido el día de hoy para tenerla con ella. ¿Le sirve?

El hombre descolgó un teléfono que tenía a su lado y marcó unos números. Su mirada no se despegaba de todos nosotros.

-Jozef –le dijo a la persona que estaba al otro lado del teléfono-, aquí hay unos chicos buscando a la señora Irvin –de nuevo frunció el ceño al contemplarnos-. Sí, dicen que tienen una cita con ella.

-Es urgente, por favor –le urgí, con mi tono meloso.

El hombre intercambió un par de frases más y después colgó.

-La señora Irvin os espera en la tercera planta –nos informó en un tono neutral-. Podéis coger el ascensor que está allí –señaló al fondo del pasillo.

-Estupendo, muchas gracias –me despedí.

Nos dirigimos hacia la dirección que nos había indicado aquel insulso oficinista y escuché la risita que compartían Bonnie y Genevieve.

-¿Se puede saber qué es lo que vamos a hacer? –inquirió Bonnie.

Ladeé la cabeza para poder mirarla de refilón.

-Casarnos –desvelé y la chica ahogó un grito de pura emoción.

-¡Oh. Dios. Mío! –exclamó y observé cómo se abalanzaba sobre Genevieve para aplastarla bajo un abrazo-. ¿Sabéis que sois los primeros que, seguramente, os caséis vestido de luto?

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora