Tras los ojos de Amelia Roy

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Era el verano del año 2001. Amelia Roy; una joven de 19 años, de cabello castaño y ojos azules, viajaba con sus amigos rumbo a una cabaña vacacional a bordo de la camioneta de Noah Trembley; un joven de 20 años, cabello rubio, ojos verdes y caucásico. Ella portaba una playera azul que tenía el nombre de su padre plasmado: "Gerald". Él había fallecido, y aún sus ojos no dejaban de llorarlo.

Consecutivamente se observaba sus antebrazos, porque justo en el área de las muñecas, tenía dos cicatrices. Amelia había intentado quitarse la vida luego del deceso de Gerald, pero por suerte una de sus amigas llegó a tiempo y logró llamar a urgencias.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Mía Lee. Ella era su mejor amiga, y se encontraba justo a su lado en el asiento trasero de la camioneta.

—Sí..., supongo.

—Tienes que despejar tu mente, Amelia. No quiero que continúes pensando...

—¿En mi padre? ¿O en el día de mi suicidio?

—Por suerte no ocurrió nada.

—Debiste dejarme morir, Mía. Igual me siento muerta internamente.

—No sigas... Vamos a pasarla bien en Lake.

—Jamás voy a superar eso, y lo sabes.

—Yo te ayudaré a superarlo. Te lo prometo —dijo Mía, mientras una lágrima recorría su mejilla.

Pronto, llegaron a la hermosa cabaña frente al lago. Era un fastuoso lugar que tenía por nombre: Lake. Gozaba de enormes y frondosos árboles, y sus alrededores estaban decorados con muchos asientos de madera.

—¿Se respira o no, la paz en este lugar? —preguntó Noah, saliendo del vehículo y estirando sus brazos.

—Define paz... —dijo Amelia, caminando hacia él.

—No seas aguafiestas. Tendremos unas vacaciones de lujo.

Mia abrazó por los hombros a Amelia.

—Todo estará bien. Vamos a entrar.

—Me gustaría quedarme un rato aquí afuera —dijo Amelia.

—Te entiendo... Yo te acompaño —expresó Mía.

—A solas...

—¡Bueno...! Por favor no hagas nada estúpido. Te voy a estar vigilando.

—Lo estúpido ya lo hice.

—Te veo adentro —dijo Mía, caminando hacia la cabaña.

Otro jovencito de nombre Matías Williams, bajó de la camioneta. Él había dormido todo el camino. Era afroamericano, de ojos negros y tenía un frondoso peinado que le permitía lucir su abundante cabello.

—Te perdiste de todo el viaje —dijo Noah.

—Lo mejor está aquí, no en la vía.

—Ven aquí, perdedor —dijo Noah.

Matías le propinó un golpe en el brazo.

—No hay mayor perdedor que tú.

Ambos empezaron a juguetear dándose de golpes.

—Inmaduros... —dijo Mía, desde el cobertizo.

—Ya, ya... —expresó Noah—. ¿Notaste cómo me miraba Mía?

—¿Hablas mientras babeabas o en este momento?

—No seas imbécil, hablo mientras subíamos el equipaje al auto.

—Noah..., seré franco contigo, amigo —colocó la mano sobre su hombro—. Ella solo tiene ojos para Amelia.

Noah apartó la mano de Matías.

El Efecto TriánguloWhere stories live. Discover now