Futuro Universitario

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Los días de tormento de Evan parecían haber terminado. Había transcurrido un año desde aquella visita al Doctor Connor; que, con éxito, borró aquel fatídico evento que dejó secuelas desde su niñez.

Evan tenía nuevos amigos; y entre ellos, Amanda Reynolds. Una jovencita de 16 años, de cabello rojo, ojos grises y con pecas en su rostro. Ambos parecían tener una relación, pero por la diferencia de clases sociales, tenían que verse a escondidas. Los padres de Amanda no soportaban la presencia de Evan; sobre todo, porque ya conocían algunos detalles de su caso.

Finalmente llegó el día de la despedida. Ese momento en el que termina el ciclo de la adolescencia, para comenzar la etapa universitaria. Él estaba muy emocionado; pese a que sabía que no vería a la joven Reynolds por un largo tiempo.

—¡Evan! —exclamó su padre: Matthew Huston, mientras se recostaba sobre su camioneta, con los brazos cruzados y sonriendo levemente.

El joven volteó, sonrió y dos lágrimas muy sutiles recorrieron sus mejillas.

—Quiero decirte algo antes de comenzar nuestro viaje —dijo su padre.

—Hablas como si no nos fuéramos a ver de nuevo —dijo Evan.

—La vida es muy corta, hijo. Ya ves que el tiempo no se detuvo. Parece que fue ayer cuando te tuve entre mis brazos por primera vez. Hoy, entiendo el dolor de mis padres cuando me llevaron a la Universidad.

Evan bajó su cabeza y luego observó en dirección al cielo.

—Hijo, sé que fueron años difíciles, pero la vida te dio una oportunidad más. La oportunidad de convertirte en un gran ser humano. En un hombre con principios y valores.

—Ustedes siempre me dieron todo. Mi abuelo...

—No pienses en eso —se acercó a él lentamente—. Tu abuelo siempre estará presente, Evan. Él te amaba, y mucho.

—Lo sé... Voy a extrañar mi hogar —dijo Evan, volteando hacia su casa.

—¿Me ayudan? —dijo su madre, saliendo de la cochera con una pesada caja sobre sus manos.

—¡Claro, cariño! —respondió Matthew.

—¿Qué es? —preguntó Evan.

—Son vestuarios que usaste en la escuela. Los donaré a un orfanato. ¿Recuerdas este? —preguntó ella, extrayendo de la caja un disfraz de sandía.

—¡Oh! Sí, lo recuerdo. Ya guarda eso. Aún siento vergüenza.

Elena sonrió y corrió a abrazarlo.

—Vas a hacernos mucha falta.

Evan la apartó sutilmente.

—Ustedes también a mí; pero ha llegado el momento de desplegar mis alas.

—Ya eres todo un hombre.

—Bueno, es hora de irnos. Supongo que ya te despediste de todos —dijo Matthew.

—Ayer... Pero no de Amanda.

—No te preocupes, Evan; conocerás a muchas personas. Tendrás nuevos amigos. La vida continúa...

—Amanda es más que una amiga.

—Lo supe desde que la trajiste a casa —dijo Elena.

Evan observó su casa por última vez y luego se dirigió a la camioneta; pero de pronto, notó que se olvidaba de algo.

—¡Mis Audífonos!

—Ve a buscarlos —dijo Matthew—. Sé que es una excusa para visitar tu alcoba.

—Juro que no fue a propósito. Ya regreso.

El joven entró a su casa, subió hacia la recámara, y comenzó a hurgar en todos lados; pero no hallaba sus audífonos. Luego, decidió buscar en el armario, y justo allí estaban, sobre una montaña de historietas. Así que los tomó bruscamente, provocando un desastre.

—No tengo tiempo para esto —dijo, mientras intentaba recoger todo. Pero en ese ínstate, observó unas hojas de cuaderno dobladas—. ¿Qué es esto?

Desplegó lentamente cada pliegue, y comenzó a leer.

—No puede ser...

En ese momento, Evan empezó a recordar todo aquel extraño suceso que el Doctor Connor había borrado en la sesión de regresión.

—No... —expresó, arrodillándose y rompiendo en llanto.

—¿Evan? —preguntó Elena, ingresando a la alcoba—. ¿Qué sucede?

Evan dobló nuevamente las cartas, y las ocultó en el interior de su abrigo.

—Nada... Solo que todo me trae recuerdos.

Elena se sentó sobre la cama.

—Los recuerdos son tesoros, Evan. Fragmentos de nuestra vida que nos acompañarán por siempre. Solo debemos aferrarnos a aquellos que nos provocaron felicidad.

—¿Y qué hay de los recuerdos amargos? —preguntó Evan, levantándose y observándola fijamente.

—Esos nunca se van —se levantó de la cama y tomó a Evan de sus hombros—. Por eso debemos aprender a vivir con ellos. La vida no es justa, pero Dios nos da lecciones. Ya es hora, te espero abajo.

Elena se retiró de la alcoba gestando una sonrisa disimulada. El joven introdujo su mano en el abrigo y sacó aquellas hojas que contenían el escrito sobre su tétrico hallazgo.

—El Efecto Triángulo... —susurró.

El Efecto TriánguloTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon