PREÁMBULO

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Carta de Evans Huston

Toronto, Canadá

25 de Marzo de 2026

Han transcurrido muchos inviernos desde aquel fatídico día. Mi maestro, mi fuerza eterna, se marchó, para nunca más regresar.

La vida no ha sido la misma sin sus sabios consejos. Sin ese cálido abrazo. Sin sus sublimes palabras de aliento. Sin embargo, la muerte de mi abuelo no ha sido lo peor. Lo realmente difícil, fue lo que presencié ese día. Aquel 30 de enero de 2017. Por años mantuve el silencio. Aún no he querido hablar con nadie sobre el tema. Pero esas tétricas imágenes, aún revolotean en mi memoria. Invaden mis sueños; cual pesadilla consumiendo el alma.

Fue un evento nefasto y sin precedentes. Realmente no sé a qué se debe. No tengo ni la más remota idea si alguien le otorgó un nombre. Pero yo lo denominé... "El Efecto Triángulo"

Mi nombre es Evans Huston. Solía vivir con mis padres y mi abuelo en una hermosa casa de dos pisos. Estaba rodeada de nieve por el inclemente invierno. Ellos no tenían espacio en su agenda para mí. Ambos trabajaban mucho. Así que la mayoría del tiempo estaba con mi abuelo. Pero eso no me molestaba en lo absoluto. Él era muy divertido. Ambos pasábamos los días de invierno viendo películas y retozando con algunos juegos de mesa.

Una mañana, decidí colocarme mi abrigo y visitar una vieja casa de árbol en el jardín. Era uno de los regalos más hermosos que me había otorgado mi abuelo. La había construido con sus propias manos. Su nombre era: Liam Bouchard. Un hombre de 85 años, con un increíble vigor. Para mí, él era eterno.

Él salió al jardín con la acostumbrada taza de café en sus manos. Le gustaba disfrutar de la naturaleza, mientras tomaba cada sorbo. En cuanto lo vi, bajé del árbol y me oculté detrás de la cerca de madera, que adornaba los alrededores de nuestro hogar; tomé un poco de nieve, e hice una bola del tamaño de una pelota baseball. Corrí a su diestra, tratando de que no sintiera mi presencia. No podía contener la risa. Era una de las jugarretas que estaba acostumbrado a hacer. Tomé la bola de nieve y se la arrojé; pero mi pésima puntería no permitió que lo tocara.

—Tienes mala puntería, hijo —dijo.

—Pero debes admitir que casi lo logro.

Luego de esa tenue conversación me abrazó; como si jamás lo haría de nuevo. De pronto, la taza cayó al suelo. Él comenzó a presionar su pecho, mostrando un gesto de dolor en el rostro. Jamás lo había visto de esa manera. Así, se derrumbó sobre la nieve, mientras la última gota de café se hundía en el hielo.

No sabía cómo actuar. Era tan solo un pequeño de 8 años. Solo hice lo que creí correcto; me postré sobre su cuerpo y traté de reanimarlo, pero no reaccionaba. Así que me levanté y corrí lo más rápido posible a la entrada principal de mi casa. Salí desesperadamente y comencé a llamar a la puerta de los vecinos más cercanos. Luego, una dulce señora se asomó y me sonrió amablemente. Su nombre era: Audrey Adams.

—¡Por favor, necesito ayuda! Mi abuelo se ha caído.

De inmediato, su gesto de afecto cambió por uno de preocupación.

—¿Dónde se encuentra tu abuelo, pequeño? —preguntó.

—Está en nuestro jardín.

La señora corrió a mi casa y ambos llegamos al sitio. Rápidamente, ella llamó a urgencias.

—La ayuda ya viene en camino, Evan —dijo, agachándose y situando las manos sobre mis hombros.

Minutos más tarde, llegó la ambulancia. El cuerpo de mi abuelo fue trasladado al Harmony Hospital. Aún estaba vivo, al parecer. Pero luego, mientras era llevado al vehículo por dos paramédicos, el tiempo se detuvo. Solo podía ver el movimiento lento de cada uno de ellos. Los labios de la señora Audrey se batían muy despacio. No tenía idea de lo que estaba ocurriendo. Por un momento pensé que solo era mi imaginación; pero en cuanto vi el fuego inerte de la chimenea, noté que lo que estaba sucediendo era real.

El Efecto TriánguloWhere stories live. Discover now