47. YO

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Me despierto sobresaltado cuando el celular vibra con insistencia en el buró.

El abrir los ojos me cuesta una eternidad, los aprieto en reiteradas ocasiones para volver a acostumbrarme a luz de la lámpara de noche; el libro de la obra completa de Sor Juana Inés de la Cruz está abierto sobre mi rostro, debí quedarme dormido mientras leía.

El celular aún vibra con insistencia, estiro la mano y tiento para intentar agarrarlo, mis dedos lo localizan y hago una maniobra para sujetarlo y que no se caiga. Lo primero que hago es mirar la hora en la pantalla: pasa un minuto de la media noche.

Las vibraciones se deben a que tengo una videollamada entrante de mamá; me enderezo y acomodo mis almohadas para recargarme en la cabecera, espabilo un poco y me paso la mano que tengo libre por el cabello para intentar peinarlo y luzca lo menos desarreglado posible, lo he dejado crecer demasiado.

Contesto a la videollamada y sostengo el celular frente a mi rostro como si fuese a tomarme una selfie, me encuentro con los rostros sonrientes de mamá, papá y Marina, los tres luchan por caber en el espacio que ofrece la cámara.

—¡Feliz cumpleaños! —gritan los tres al unísono.

Medio sonrío como respuesta y agradecimiento, hoy es 23 de marzo y cumplo diecinueve años.

—¿Te despertamos? —pregunta mamá, sonriente.

—Sí, me quedé dormido mientras leía, pero muchas gracias por ser los primeros en acordarse —respondo y mi sonrisa se hace más grande.

Observo el panorama que hay detrás de mis padres y Marina, deben estar en un café-terraza o algo por el estilo, puedo ver el intenso azul eléctrico del cielo a sus espaldas, me recuerdo que existen siete horas de diferencia entre nosotros, en Guadalajara apenas son las cinco de la tarde.

—¡Pero si es un viernes por la noche! —grita mi padre y sonríe—, mañana no tienes clases. Bien, debo sentirme orgulloso porque tengo a un hijo muy estudioso.

—Es que la obra de Sor Juana me tiene maravillado —les digo—, creí que no había mejor manera de iniciar mi cumpleaños que leyendo sus palabras.

—¡Qué nerd! —grita mamá.

—¡Mi hijo ya es todo un snob! —se ríe papá.

Por primera vez durante toda la videollamada me sacan una sonrisa genuina.

—Bueno, al menos es un snob con Sor Juna —dice Marina—. Tiene razón en que su obra es maravillosa: ¡Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis!

Veo a Marina sonreír y eso me reconforta; sin embargo, entre nosotros dos no podemos mentirnos. A pesar de nuestras sonrisas, sé que las batallas internas continúan, que por más que luchemos este día será complicado para ambos porque las memorias atacarán, porque aunque ya podamos lidiar con los recuerdos, la nostalgia terminará apoderándose de nosotros.

Ella también lo sabe, puedo verlo en su mirada; pero hemos aprendido a ser resilientes y a ya nunca dejar de luchar. Los tres se despiden de mí mientras comen pastel en mi honor y siguen riéndose de mi esnobismo. Termino la llamada con una sonrisa en el rostro, dejo a Sor Juana en el buró y cierro los ojos con la intensión de volverme a dormir, pero parece que esta noche no se me permitirá perderme en el letargo de mis sueños. Mi celular vuelve a sonar, otra videollamada entrante, esta vez es la fotografía y el nombre de Sarah los que aparecen en la pantalla. Antes de responder mis labios ya se han curvado en una genuina sonrisa.

—Hola, hola. ¿Está por ahí el señor: le he dado la vuelta al sol y ahora tengo diecinueve años? —inquiere Sarah con una sonrisa en el rostro. Tiene un gorro de cumpleaños puesto en la cabeza.

Tú, yo, anarquíaWhere stories live. Discover now