15. ANARQUÍA

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Es tarde.

Quince minutos tarde.

Ramiro llegará tarde a su primera cita con ella. Se quedó dormido más de la cuenta y el tráfico no ayuda, ha quedado atascado en medio de una manifestación, va muy atrasado y no tiene idea de dónde está la cafetería, él no es de los que suele ir a las cafeterías, no puede recordar la última vez que fue a sentarse para hablar mientras bebía café, hubiese preferido un bar, pero el café en plena tarde es la cita obvia cuando te verás por primera vez con un desconocido.

Hace calor, un calor irritante e intempestivo «malditas convenciones y maldito sea a quien se le ocurrió el café como sinónimo de una primera cita», piensa Ramiro, se muere por tomar una cerveza fría y, sin embargo, él mismo se adapta a las convenciones que maldice, es consiente que el haber invitado a Sofía a un bar la primera vez que se verían, hubiese sido demasiado.

Encuentra la cafetería en la calle Independencia, las mesas en la calle están llenas, pero no hay a ninguna chica sola, entra al local y ahí solo ve mesas ocupadas por señores de traje, el lugar es rustico, lleno de cuadros y estatuas que parecen ser de cobre, es un local grande, no hay rastro de Sofía. Ramiro camina hacia el fondo, se da cuenta que en la parte trasera hay un jardín, es el área de fumadores, avanza un par de metros y entonces la ve, sabe que es ella: está sentada y tiene ya un café en la mesa, fuma con una tranquilidad conciliadora que él envidia. En persona su cabello castaño y su piel morena lucen todavía más lindos que en fotografía. Él se acerca despacio, analiza qué palabra decir o cómo saludarla. Se para justo enfrente de donde está sentada, ella alza la vista y por primera vez él puede apreciar sus ojos cafés como su piel, armoniosos como todo en ella, Sofía sonríe con discreción.

—¿Sofía? —pregunta él solo para decir algo, sabe a la perfección que es ella.

La sonrisa en el rostro de la chica se amplía. De inmediato se pone de pie para saludarlo, él rodea la mesa para que ella no tenga que avanzar, curva sus labios en esa sonrisa chueca que él mismo sabe es de sus mayores atractivos, extiende su mano con cortesía y deja que sea ella quien decida la fuerza y el tiempo del apretón de manos. Un par de segundos después, Ramiro le da un beso en la mejilla.

—Disculpa la tardanza —dice Ramiro mientras se sienta—, el tráfico no ayudó, había una manifestación y quedé atascado.

—No te preocupes. —Sofía apaga su cigarro en el cenicero y vuelve a sonreír—. Entiendo, esta ciudad es un caos. ¿De qué era la manifestación?

Ramiro se remueve en su asiento, siempre le ha ido bien con las chicas, no logra entender su nerviosismo, no puso atención a los manifestantes y no quiere quedar como un despistado, hace memoria y recuerda la enorme manta que decía en letras rojas: "CNTE", une los hilos y dice:

—Maestros, era una marcha de maestros.

—Ah, esa marcha —dice Sofía y asiente—. Entonces mis padres son en parte culpables de que hayas llegado tarde.

—¿Tus padres? —pregunta Ramiro con sorpresa en su voz

—Sí, son maestros y están en esa marcha, exigen el pago de quinquenios.

Ramiro vuelve a asentir, sabe que tiene que decir algo, pero no sabe qué. El mesero llega y lo salva de quedar como un tonto.

—¿Están listos para ordenar? —les pregunta con amabilidad, la pluma en la mano y una sonrisa.

—Yo estoy bien con este café todavía —dice Sofía.

—¿Y usted, caballero? —lo cuestiona el mesero.

Tú, yo, anarquíaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon