EPÍLOGO: TÚ

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Te llamas Darío, así te presentas ante mí

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Te llamas Darío, así te presentas ante mí.

Tengo siete años y por primera vez descubro que una sonrisa puede hacerte sentir cosquillas y nervios.

Tú tienes ocho años, los has cumplido hace dos días, pero hoy es tu fiesta de cumpleaños. Mamá me lo contó mientras me ayudaba a cambiarme y yo la ayudaba a enredar un regalo para ti.

Mamá y yo tenemos poco tiempo de haber llegado a esta ciudad, aún sigo enojado con ella por ese motivo; yo no quería dejar solos a los abuelos, pero mamá ha insistido en que era necesario y que algún día lo entendería. No creo que pueda entenderlo nunca, extraño mi antigua casa y extraño a la abuela.

No quería venir a tu fiesta, pero mamá ha dicho que tengo que relacionarme y hacer nuevos amigos. Llegamos a tu casa y una señora nos recibe con una sonrisa, veo al fondo un brincolin y a varios niños que corren de un lado a otro, luego te veo a ti. Corres detrás de la señora que nos ha recibido y te detienes a sus espaldas; me escondo detrás de mamá, pero tú no dejas de mirarme y de sonreírme. La señora que nos ha recibido se agacha un poco y te dice algo que no logro escuchar, después, tu sonrisa se hace más grande, extiendes tu mano hacia mí y me dices:

—Hola, soy Darío, ¿quieres jugar?

Yo no quiero, siento vergüenza, pero mamá me da un empujón. Tomo tu mano y las cosquillas en mi estómago aumentan, corro detrás de ti porque la curiosidad que siento por saber más de ti y las ansias de brincar en ese brincolin terminan ganando.

Nos juntamos con otros cuatro niños y saltamos tan alto como podemos, con cada salto que doy noto que tratas de superarme; propones un juego en el que cada uno tiene que elegir qué Digimon será, yo te digo que me gusta más Pokémon que es mi caricatura favorita y que quiero ser Pikachu. Tus amigos y tú se ríen, dices que entonces seré una rata tonta y fea. Busco a mamá con la mirada y la odio por haberme traído aquí. Tus amigos y tú siguen riéndose; la abuela, desde que estaba en el kínder, me enseñó a nunca dejarme de nadie, a defenderme. Extraño tanto a la abuela, odio tanto estar aquí. Las cosquillas que sentía cuando llegué se convierten en un ardor en el pecho y aunque tu sonrisa me gusta quiero que dejes de reírte; cierro el puño, tomo todo el impulso que puedo y lo estrello contra tu nariz. Caes de espaldas en el brincolin y de inmediato comienzas a sangrar, tu playera se mancha, miras tus manos llenas de sangre y comienzas a respirar muy de prisa, tus amigos te miran asustados y luego comienzas a llorar.

También me asusto y corro hacia la parte trasera del brincolin, escucho tu llanto que se mezcla con algunos gritos. Permanezco sentado en el césped oculto tras el brincolin hasta que oigo a mamá gritarme por mi nombre, enojada. Escondo mi cara entre mis rodillas y luego siento la mano de mamá sobre mi hombro, me toma del brazo, me obliga a ponerme de pie y a que la mire a la cara; también comienzo a llorar porque siento enojo y miedo a la vez.

—¿Por qué has golpeado a Darío? —me cuestiona mamá entre gritos—. ¡Lo has lastimado!

Agacho la mirada y no dejo de llorar, intento que el llanto sea mi escape.

Tú, yo, anarquíaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant