39. TÚ

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Sarah lo sabe, Gonzalo se lo ha dicho todo. Y yo he confirmado sus palabras.

¡Ayúdame a entender, por favor, Joel, cómo se le da consuelo a una persona que tanto quieres cuando eres el motivo de su sufrimiento!

Mi hermana y yo estamos en el balcón de nuestra casa, es de noche y seguimos nuestro ritual diario de observar las estrellas y charlar sobre nuestro día, sin embargo, hoy todo es diferente. Sarah llora en silencio mientras fuma un cigarrillo, o intenta hacerlo, de vez en cuando se le escapa un sonido gutural y tiene que sujetar el pitillo entre sus dedos con más fuerza de lo normal, incluso el primero se partió en dos y tuvo que encender uno más. Yo la observo en silencio, sin atrever a acercarme a ella, ni mucho menos dirigirle la palabra. ¡Soy el ser más miserable del mundo, Joel, lo sé!

Han pasado casi tres semanas desde que besé a Gonzalo y él me correspondió. Estos días se me han pasado con una lentitud exasperante. No he podido dormir por más de dos horas seguidas, pero no he querido decírselo ni a Alonso ni al psiquiatra porque tomar antidepresivos todas las noches ya es demasiado para mí; no voy a negar que Alonso y el Dr. Amaya me han ayudado demasiado, los cuarenta y cinco minutos semanales en los que Alonso me escucha y puedo sacar todo lo que siento, son mi parte favorita de la semana, son el día en que me quito el peso de la espalda y puedo ser yo en completa libertada. También las pastillas que el doc me da ayudan a mi cerebro a mantenerse activo, a ponerme de pie y a poder concentrarme en mis clases y tareas de la universidad.

A pesar de todo eso, Joel, siento que tengo que hacer algo por mí mismo; ya no quiero la compasión y condescendencia de nadie. Sé a la perfección cuál era el motivo de mis desvelos, todo este tiempo quise hablar con Sarah, sincerarme con ella y ser responsable de mis acciones, pero nunca pude reunir el valor suficiente para hacerlo. Ahora que Gonzalo sí ha tenido los pantalones para reconocer sus errores y que con ello me abofeteado para que haga lo mismo. Ahora que la verdad ha explotado y tengo a Sarah a mi lado con el corazón roto, es mi deber aceptar las consecuencias de dejar que mis deseos y mis sentimientos le ganaran a la razón.

Durante la última sesión, Alonso me dijo que mis sentimientos hacia Gonzalo no eran malos, que no debía sentirme culpable por haberme enamorado de él. Lo que si estaba mal y el error que yo cometía, me hizo ver, era mentirle a Sarah sobre esos sentimientos, engañarla y traicionar su confianza y cariño. Alonso me reprendió por llamarme miserable, pero yo me defendí y le dije que era así como me sentía, él con todo el profesionalismo con el que siempre se ha dirigido a mí, me dijo que no era un miserable, que quizá solo estaba siendo un cobarde. Me quedé callado y le di la razón.

—Lo siento, Sarah, en verdad lo siento. Ni yo mismo entiendo cómo pasó —me atrevo a decirle.

Ella me mira, pero no me dirige la palabra, no deja de fumar y después vuelve a perder su mirada en lo negro del cielo; su silencio me mata con una lentitud dolorosa, pero sé que es lo que me merezco.

Supe que lo sabía en cuanto esta tarde llegó de su servicio social y me encontró en la sala; Sarah me dedicó una mirada de duda y de dolor, luego subió a su habitación deprisa, con el gesto fruncido y sin dirigirme la palabra. A los pocos segundos mi celular vibró, era un mensaje de Gonzalo en el que podía leerse: «Se lo he dicho todo». En cuanto lo leí me quedé ahí, al pie de la escalera, paralizado. ¿Cómo le explicas a tu hermana que te sientes atraído por el chico que ella ama y que además él te corresponde? Las manos comenzaron a temblarme, Joel, y te necesité a mi lado.

Cuando fui consciente de que ya no podía esconderme en mi cobardía, de que Sarah me lo había dado todo y no se merecía que le mintiera más, subí las escaleras y me dirigí a su habitación, para mi sorpresa la puerta estaba abierta, entré, pero ella no estaba ahí. Intuí de inmediato donde se encontraba: en esa terraza que habíamos convertido en nuestro lugar de confidencias. Fui tras ella y en mis adentros agradecí que mis padres no estuvieran en la casa, nos conocen demasiado y hubiesen notado al instante la indiferencia de Sarah hacia mí, antes de explicárselos a ellos tenía que hablarlo con mi hermana.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora