43. ANARQUÍA

2.4K 317 207
                                    

ADVERTENCIA DE CONTENIDO

ESTE CAPÍTULO ABORDA TEMAS SENSIBLES QUE PUEDEN GENERAR UN IMPACTO NEGATIVO EN EL LECTOR. POR FAVOR, LEER CON PRUDENCIA.


El celular de Gaby suena con insistencia en su buró.

Ella abre los ojos y mira el reloj en la pared, son las ocho con dieciséis minutos de un viernes de vacaciones, ¿acaso olvidé desactivar una alarma?, se pregunta. El celular vuelve a sonar y, aún adormilada, se da cuenta de que no se trata de una alarma, sino de una llamada.

Ve la pantalla y, cuando lee el nombre de contacto que aparece en la pantalla, se talla los ojos para comprobar que no está leyendo mal. La llamada se pierde por segunda vez y Gaby aprovecha ese silencio que se genera para abrir y cerrar los ojos en un intento de terminar de despertar por completo. El celular suena por tercera vez y ella resopla, se endereza, se sienta y vuelve a leer el mismo nombre de contacto en la pantalla: "Mamá de Ramiro". Decide atender la llamada.

—Hola —dice luego de deslizar el dedo por la pantalla.

—Hola, Gaby, disculpa mi insistencia, ¡pero estoy desesperada! ¿Te desperté? —se disculpa Aurora, la madre de Ramiro. La desesperación que dice tener puede sentirse en el tono de su voz.

—Estoy de vacaciones, cuando no voy a la uni no suelo despertarme temprano —comenta Gaby y se pasa una mano por su cabello despeinado—, pero dime, Aurora, ¿en qué puedo ayudarte?

Gaby y Aurora se conocen desde que Ramiro y Gaby se hicieron amigos ocho años atrás y luego novios; con la madre de su ex novio siempre mantuvo una relación cordial, no puede decir que eran amigas o demasiado cercanas, pero tampoco que se llevaran mal, incluso Aurora vino a cenar a su casa en varias ocasiones y sus padres también estuvieron en la casa de Ramiro un par de veces. Los dos crecieron con la idea de que algún día iban a casarse y formar una familia, incluso los padres de ambos también llegaron a asumir eso cuando tanto Gaby como Ramiro cumplieron veinte y se dieron cuenta de que iban en serio.

Ramiro supo ganarse a la madre de Gaby, ante ella siempre se mostró como un caballero: atento, educado y bromista, no fue igual con el padre; Gaby discutió cientos de veces con su papá porque a él no le gustaba Ramiro del todo, ella creía que las actitudes de su padre estaban relacionadas a esa creencia de que los padres siempre celan de sobre manera a su hijas y que para ellos nunca habrá un hombre que sea del todo ideal para su hija. Muy tarde se dio cuenta de que la intuición de su padre era correcta, respecto a Ramiro no se equivocó.

—Gaby, conoces a Ramiro desde hace ocho años —proclama Aurora con voz entrecortada.

—Creí conocerlo —la corrige Gaby.

—Sabes que mi muchacho no es malo. —Al otro lado del teléfono Aurora ya está llorando, se toma algo de tiempo para volver a hablar—. Fuiste su novia por más de siete años.

—Aurora, tu hijo me hizo demasiado daño —se sincera Gaby con ella.

—Y entonces, ¿por qué estuviste tanto tiempo a su lado? —la cuestiona con desesperación. Parece que Aurora se aferra a la esperanza de que Gaby le dé la razón.

—Porque yo tampoco estaba bien —responde Gaby con paciencia—, pero ya trabajo en ello. Estoy yendo a terapia.

—Gaby, necesito verte, hablar contigo en persona —le pide Aurora.

—Ya no tengo nada más qué hablar, lo siento —dice Gaby con sinceridad.

—Por favor —insiste Aurora—, por favor.

Gaby cierra los ojos y vuelve a resoplar, intenta ser empática y se pone en los zapatos de Aurora, entiende por lo que debe estar pasando y cómo debe sentirse. En el fondo ella también necesita ponerle punto final a esto, cerrar el ciclo para poder seguir.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora